4 mujeres que han demostrado que las profesiones de alto riesgo ya no son cosa de hombres

4 mujeres que han demostrado que las profesiones de alto riesgo ya no son cosa de hombres

Las mujeres están dinamitando todas las barreras en los últimos años, incluidas las de aquellos oficios que llevan implícitos riesgos y, por tanto, han estado normalmente asociados con los hombres.
17 Agosto 2019

Permanecer 25 días rodeada de agua por todas partes, sin asomar de las profundidades del océano, sin teléfono ni otras vías de comunicación con el exterior. Convivir con otras 65 personas en un recinto de poco más de 70 metros de largo, compartiendo dos baños y una ducha, que se puede utilizar durante tres minutos cada tres días. Así es el trabajo cotidiano de esta tripulante del submarino Tramontana. Fotos: Fenton.

  • Una de ellas pilota todo tipo de aviones, otra se quema a lo bonzo o participa en una pelea como especialista de cine, la tercera pasa la vida en un submarino y la última es enfermera de quirófano en lugares remotos de África. Son cuatro mujeres que trabajan codo con codo con el peligro. Ellas, sin embargo, dicen que su profesión es de lo más normal.

Las mujeres están dinamitando todas las barreras en los últimos años, incluidas las de aquellos oficios que llevan implícitos riesgos y, por tanto, han estado normalmente asociados con los hombres. Pero en el siglo XXI la valentía ya no entiende de géneros, como demuestran las cuatro protagonistas de este reportaje.

Estefanía Ruiz, marinera en un submarino

El 21 de marzo de 2011 el submarino Tramontana zarpaba de su base de Cartagena rumbo a Libia, un país inmerso en una cruenta guerra. A bordo, 64 tripulantes. Uno de ellos era la marinera Estefanía Ruiz. En 1988 el Ejército dio carta blanca para que las mujeres entraran a formar parte de él, pero fue una década después, en 1999, cuando permitió que las militares aspiraran a todos los puestos. Actualmente ellas siguen siendo una excepción, poco más de un 12%, y un punto más, un 13%, en la Armada. Por eso llama poderosamente la atención que en un submarino haya dos suboficiales y tres marineras.

El trabajo de Estefanía es vocacional. Con 19 años abandonó su Almería natal para estudiar en la Escuela General de la Armada de Ferrol. Una década después hace balance: "La persona que me reclutó navegaba en submarinos e hizo muy bien su labor, acertó al elegirme. Lo mejor de mi vida me lo ha dado mi profesión".

Para entender su trabajo hay que conocer cómo es el Tramontana. En menos de 70 metros de eslora, no todos habitables, conviven entre 65 y 70 militares que comparten dos baños, una ducha y varios habitáculos con literas. La marinera Ruiz ha llegado a estar 25 días sin salir a la superficie. "Como solo tenemos dos submarinos operativos en la Armada, salimos muchísimo a navegar, unos cien días al año, el resto realizamos entrenamientos", señala, "yo soy especialista en armas submarinas, pero dentro hago de todo, controlo el sónar e incluso me pongo al timón".

En el interior del submarino se llevan a cabo labores de información. Estefanía ha participado en operaciones internacionales, como la reciente Sea Guardian, de lucha contra el terrorismo, y la Unified Protector, que la llevó, bajo el mando de la OTAN, hasta Libia.

Para la marinera Ruiz, lo peor de la vida en el submarino es "la falta de intimidad". "Hacemos turnos de tres horas y descansamos otras seis. Si no estamos durmiendo, charlamos, leemos, vemos series o películas. No llevamos teléfonos ni tenemos contacto con el exterior", cuenta. Entre sus miedos, "quedarnos sin agua porque el tanque se contamina y que no podamos usar el baño por alguna avería. ¿Riesgos? Los hay, los submarinos tienen ya 30 años y estamos alargando su vida más de lo conveniente".

Madre de tres hijos -su marido es suboficial en el mismo submarino-, Estefanía siente que realiza un trabajo "normal". Ahora solo tiene un deseo: "Ascender y convertirme en militar de carrera. Si no lo logro, a los 45 años me despedirán [tiene 29]. Hasta ahora he dado prioridad a que ascendiera mi marido y a mis hijos". Ahora le toca el turno a ella.

Mercè Martí, piloto de Fórmula 1 de aviones

Los que se han puesto a los mandos de estos aparatos dicen que es lo más parecido a estar en el centro de un huracán. Requieren entrenamiento de deportista de élite y una formación técnica de alta precisión. Llegan a alcanzar más de 300 kilómetros por hora.Fotos: Fentón.

Mercè Martí ha logrado, a sus 50 años, un hito en la historia de la aeronáutica: convertirse en la primera mujer no estadounidense en participar en la National Championship Air Races y en la octava de toda la historia de la competición en hacerlo en la categoría de Fórmula 1.

El azar jugó a su favor a la hora de elegir profesión. Mercè llegó al mundo de la aviación por casualidad: "Tras acabar el bachillerato decidí irme a Estados Unidos y allí comprobé que sacarse el título de piloto privado es casi tan fácil como tener el carnet de conducir. En aquella España del año 1989 era una rareza, solo te podías formar en el Ejército o si lograbas una de las 20 plazas de la Escuela Nacional Aeronáutica. Así que EEUU fue el paraíso, un país donde en 1929 ya había una asociación de mujeres aviadoras, Las 99. Cuando empecé a volar mis referentes eran hombres". Esta situación que recuerda Mercè permanece hoy en día, ya que en el Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA) frente a los más de 5.000 hombres afiliados hay 200 mujeres, el 3,5% del total.

En Estados Unidos la catalana se hizo instructora de vuelo e incluso creó una escuela de pilotos, Cardinal Wins. Al volver a Barcelona comenzó a construir un palmarés de excelente aviadora: ganó la Vuelta al Mundo en 1994, tiene tres récords mundiales de velocidad en Rutas Asiáticas y Americanas, y fue campeona de la US Air Race en 2002 y subcampeona de la Race of the Americas en 1996.

Durante este tiempo ha compaginado la competición con la dirección de su propia compañía, Infinit Air, además de participar en varias asociaciones y en competiciones vinculadas al motor. "Me gusta quemar gasolina", dice.

Tras un tiempo sin competir participó en la mítica National Championship Air Races. "Es muy dura físicamente, pero también psicológica y económicamente", explica, "durante el año de preparación he volado en más aeronaves raras que en toda mi vida: aviones experimentales, de la II Guerra Mundial, de Fórmula 1, acrobáticos... La experiencia fue única pero también muy peligrosa".

Considera que su ejemplo es importante. "Intento ser visible para que las demás tengan un referente. En este tipo de trabajos solo se muestran los hombres, mientras las chicas parece que solo trabajan como modelos. Esto debe cambiar", argumenta.

Sara Molina, especialista de cine

Domina las numerosas disciplinas que se pueden encontrar en una película de acción: monta a caballo, se maneja con las artes marciales y sabe usar todo tipo de armas blancas y de fuego. Aunque su fuerte son las peleas, ha aprendido también a caer desde las alturas, hasta de 12 metros, y se ha quemado a lo bonzo. Ha participado en simulacros de atentados terroristas en cooperación con los servicios de Emergencia y la Policía Nacional.Foto: Fentón

En la estantería de Sara Molina nunca habrá un Goya aunque borde sus papeles; sin embargo, su buen hacer servirá para que triunfen otras. Mujeres como ella -aunque hasta hace bien poco eran hombres con peluca- están detrás de las escenas de acción de Jennifer Lopez, Alicia Vikander Charlize Theron. Ahora las chicas han decidido dar el salto y ser las dobles de las estrellas en las escenas de riesgo.

Sara descubrió el trabajo de especialista por casualidad y se quedó prendada. Llegó a Madrid desde su Fuerteventura natal para estudiar interpretación con Cristina Rota, y su afición por las películas de acción y haber practicado artes marciales le hicieron interesarse por la rama de especialista. "Hice un curso en la escuela de Ángel Planas, de las más punteras. En clase éramos dos chicas y 20 chicos, la media habitual", dice.

Según el último informe de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales, publicado en 2017, el número de mujeres que trabaja en esa industria no llega al 24% del total. "Me sigue extrañando que, cuando digo que soy especialista de cine, todos piensan que hago efectos especiales con el ordenador. Aclaro que soy la que se pelea, se tira desde un tejado o se prende fuego", comenta Sara.

"Se me dan muy bien las peleas y me gustan mucho las escenas a caballo, aunque los animales son difíciles de controlar", afirma, "por el contrario me dan muchísimo respeto los saltos de altura; me lancé desde 12 metros y ha sido uno de los subidones más grandes de adrenalina que he sentido en mi vida. Lo que más llama la atención del espectador es cuando nos quemamos. Si controlas, eso no es para tanto, aunque tienes que estar atenta a todos los detalles. La primera vez que lo intenté el fuego me saltó a la cara y se me quemaron las pestañas. Aprendí la lección: ¡no hay que llevar nunca máscara!".

Sara, de 26 años, no ha debutado en largometrajes, pero ha participado en numerosos 'spots' de televisión, uno incluso junto a Cristiano Ronaldo. Aún le queda camino por recorrer: "Sobre todo debemos darnos a conocer, en España apenas saben que existimos y los equipos internacionales traen sus propios dobles. No se pueden repetir esas imágenes de un hombre corpulento haciendo de doble de Jennifer Lopez en un videoclip en el que ella simula practicar 'parkour'. ¿Mi sueño? Que nuestra profesión sea tan reconocida como en Estados Unidos y que pueda trabajar como actriz, tanto delante de la cámara como de especialista".

Vanessa Alemany, enfermera de la Fundación Pedro Cavadas

Trabaja sin agua corriente y con generadores en quirófanos improvisados. Llega a colaborar hasta en 12 intervenciones en un día. A estos problemas se suman los que tiene que superar en las aduanas para introducir el material médico.Foto: Fentón.

Vanessa Alemany tiene un anhelo desde que entró en un quirófano: trabajar en una zona en guerra. De momento, se conforma con visitar Tanzania con el equipo del doctor Cavadas para operar sin apenas medios a enfermos con graves dolencias. "Conocí a Pedro [Cavadas] y decidí ser su instrumentista; pesó más la adrenalina que la seguridad de un trabajo en un hospital público", recuerda Vanessa.

La enfermería en España es una profesión tremendamente feminizada. Según losColegios Oficiales de Médicos y el INE el año pasado, prácticamente la mitad del personal médico (49,77%) son mujeres y el 79%, en enfermería. Lo que sorprende es la actividad de nuestra protagonista en países en desarrollo y en condiciones extremas.

Cuando el doctor Cavadas creó la Fundación que lleva su nombre -una organización sin ánimo de lucro que se dedica a la cirugía reconstructiva en África-, Vanessa no dudó en embarcarse en esa aventura. "Los viajes son muy duros, porque operamos en zonas rurales donde no hay agua corriente ni electricidad", explica, "primero íbamos a Kenia pero la zona se puso muy peligrosa y ahora trabajamos en Tanzania. Allí tratamos de todo, por ejemplo, orejas cortadas (porque las tribus contrarias las amputan), quemaduras (ya que los niños se caen en el fuego), ataques de animales (hienas, chimpancés, monos, leones...), secuelas de curas hechas por los chamanes, fracturas, heridas por disparos, hasta faloplastias, porque a los hombres les amputan el pene las tribus rivales...".

El riesgo es un factor con el que Vanessa y el equipo médico conviven a diario: "Desde que te quedes sin gasolina y se apague la luz del quirófano hasta los robos o los episodios de agresividad de los pacientes a los que no podemos tratar. Estuvimos dos días perdidos en el Monte Elgon, en Kenia, sin comida ni bebida, con algunos pacientes y con dos militares pegando tiros para ahuyentar a los ladrones".

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