Alarmismo tecnológico en la era de la desinformación

Alarmismo tecnológico en la era de la desinformación

Noticias falsas, pseudociencias y teorías de la conspiración se mezclan con informaciones alarmistas. Un cóctel explosivo que alimenta una hipocondría tecnológica irracionalmente e ignorantemente peligrosa, basada en una imagen distorsionada de la realidad
13 Julio 2019

Hipocondría: dícese de la “preocupación extrema -constante y angustiosa- de carácter patológico". Acercándose peligrosamente a ella se encuentra una buena parte de la aproximación narrativa a la tecnología, y en especial -ahora- a la inteligencia artificial (IA). De ahí al terror y a la histeria colectiva. “Tengo la impresión de estar presenciando un ataque global de pánico ante los efectos de las tecnologías digitales emergentes”, me decía hace poco César Pérez-Chirinos, asesor de la Fundación para la Innovación y la Economía Digital y del Ministerio de Economía y Empresa.

El comentario salió a colación del caso Huawei que, en su opinión, “no es más que una más entre otras reacciones desmedidas causadas por las expectativas ante la transformación digital generalizada”. Pérez-Chirinos se dirigió a mí como periodista: “Creo que los medios podríais ayudar a que haya un debate sosegado. Pero no sé si alguien tiene interés en que tenga lugar ese debate”. Desde luego en Descartes, e INNOVADORES, lo hay. Y no es algo único.

Sin embargo, también hay interés en que el debate no suceda en esos términos. El mes pasado hablábamos en estas páginas de la fabricación estratégica de la ignorancia online. De cómo los sistemas de búsqueda y de recomendación en internet premian el despliegue estratégico de la duda y el pensamiento conspirativo. Hay todo un entramado ahí fuera dedicado a la difusión masiva de informaciones falsas, pseudociencias y teorías de la conspiración. Ego, dinero e ideología son los principales motores de la desinformación.

Pero no nos engañemos. La información también puede contribuir, y lo hace, a la alarma. Los medios tradicionales abren una veda a la hipocondría social en torno a la tecnología de la que quienes quieren sembrar el pánico se aprovechan. Y la abren, tal vez, sin darse cuenta, en su afán por denunciar malas prácticas en el sector o por advertir de potenciales riesgos. Lo hacen legítimamente, como función vital. Pero a veces sin advertir en el impacto del cuánto y el cómo.

Si la mayoría o gran parte de la información publicada o emitida por los medios de comunicación es de este tipo, y si además esta se hace viral con más facilidad y, a su vez, los sistemas de filtrado y recomendación la priorizan, tenemos una curva en ascenso exponencial de impacto de noticias que van desde rangos que pueden conducir al alarmismo a directamente apocalípticas.

Si además los titulares que las encabezan son exagerados, la sensación que quedará en la memoria será aún más extrema. Por desgracia, pocos medios pueden presumir de lectores que pasen en uno de sus textos más de dos minutos (algo más si hablamos de vídeos), lo cual ya se considera una visita de calidad. Cada vez pasamos más tiempo en internet y leemos más medios pero pasamos menos tiempo en cada uno, lo justo para quedarnos con los titulares y tener la sensación de estar al día.

El clic fácil por parte de los usuarios y la irresponsabilidad mediática en busca de esos clics, por otra, forman una combinación explosiva. No faltan tampoco expertos en busca de notoriedad con titulares hinchados y medios que les rinden pleitesía. Y aquí es donde toca hacer autocrítica. Pararse a pensar en el impacto que pueden tener estas noticias, más aún cuando se publican fuera de contexto, o cuando no se equilibran adecuadamente (pecamos de contar lo malo).

Déjà Vu

Aquí mismo hemos hablado de vigilancia digital o el feudalismo 2.0, de hipocresía corporativa o de los riesgos de automatizar el sistema judicial, pero también de la dañina distopía inmovilizadora y de la necesidad de abrazar la tecnología. Los gigantes tecnológicos comercian con nuestros datos más íntimos, que sustentan su modelo de negocio; el poder se ha apropiado de internet y de las herramientas digitales, que un día pensamos que nos harían más libres y empoderados. En parte lo han hecho, pero también nos han hecho más esclavos y adictos a estar conectados.

Como contrapartida, hemos ganado en acceso a conocimiento y una multitud de servicios a golpe de clic, y también en eficiencia e inmediatez. Podemos educarnos online, comprar online, trabajar a distancia, comunicarnos con nuestros seres queridos de forma instantánea y escuchar casi a diario de las vidas de personas a las que tenemos lejos o tener más control sobre nuestra salud, a la vez que avanzamos hacia una medicina cada vez más personalizada.

Hay multitud de aplicaciones que nos hacen la vida y el trabajo más fácil; los productos se adaptan mejor a los clientes, las organizaciones ahorran costes (que en el caso de lo público, revierten en lo público); la automatización ha permitido generar más dinero en menos tiempo y ahorra tareas rutinarias a los humanos, que pueden dedicarse a trabajos no alienantes donde aporten valor añadido (sin olvidar los efectos paralelos en la precarización y en la destrucción de empleo).

La tecnología también nos ha hecho enfrentarnos a nuestras dualidades y contradicciones, adentrarnos en aspectos metafísicos y aprender más de la naturaleza humana. Es necesario recordar todo esto para valorar las amenazas. Hacer balance en su justa medida y evitar una imagen distorsionada de la realidad. Valorar cómo ha mejorado nuestra vida, y cómo lo puede seguir haciendo, gracias a la tecnología. Sopesar también los riesgos que conlleva.

“¿Por qué ponemos de relieve los peligros de la tecnología digital sin mostrar sus aspectos positivos?”, se pregunta el Manfred Broy, profesor emérito en Ingeniería de Software en la Universidad Técnica de Múnich. En su artículo ¿Profetas de un apocalipsis digital? publicado en 2016 en la revista Investigación y ciencia, el profesor sostiene que el alarmismo está fuera de lugar. “No es la primera vez que una tecnología cambia drásticamente nuestro entorno vital. Así ha ocurrido, por ejemplo, con el automóvil en los últimos cien años. También en ese caso se adaptaron las infraestructuras a la nueva tecnología. Y también se produjeron —y siguen produciéndose— multitud de daños colaterales: desde el impacto ambiental al todavía elevado número de accidentes con daños personales. La introducción del automóvil obligó a redactar nuevas leyes. Con la digitalización ocurre algo muy similar, si bien es cierto que esta última afecta más a las personas como tales y a su naturaleza interior”, reflexiona.

Para Broy sería totalmente inaceptable que la digitalización se utilizara para incapacitar a la ciudadanía, por lo que “sin duda necesitamos nuevas leyes específicas que protejan los derechos fundamentales de las personas”. También reconoce que es lícito preguntarse hasta qué punto la digitalización podría poner en peligro estos derechos civiles inalienables. “Sin embargo, el alarmismo de los luditas digitales no ayuda en absoluto a este debate, como tampoco lo hacen las especulaciones disparatadas acerca de que con la digitalización todo será posible, incluidas las máquinas superinteligentes”, afirma.

Falsas alarmas

En efecto, la imagen ‘hollywoodiense’ de humanoides robóticos que nos superan en inteligencia y se revelan contra nosotros no solo es ficticia sino irresponsable cuando se usa fuera de un entorno de ciencia ficción. Si pensamos en los vehículos autónomos, no es que sepan conducir sino que saben girar el volante como tienen que hacerlo para no salirse del carril, y algunas otras tareas básicas. "Hay que explicar a la gente que las máquinas no son como nosotros, que tenemos muchas habilidades y sabemos cómo combinarlas, cambiar de una a otra”, me comentaba para Xataka Pablo Gervás, director del grupo de investigación en Interacción Natural basada en el Lenguaje y el Instituto Tecnología del Conocimiento de la Universidad Complutense de Madrid. "No existe ninguna inteligencia artificial que equivalga a la mente de una persona ni es lo que se pretende", asegura Gervás.

¿Qué otros aspectos se están exagerando? En El gran pánico tecnológico: por qué debes (y no debes) preocuparteThe Wired pone balance en algunos aspectos en torno a los que se ha generado alarma. Los expertos consultados sostienen que los coches autónomos salvarán vidas; que, si bien no es difícil para un hacker acceder a nuestro correo electrónico, la amenaza para la persona promedio es bastante mínima; que en lugar de preocuparnos por una ciberguerra debemos aceptar que los ataques a la infraestructura digital son inevitables, y centrarnos en cómo recuperarnos después; que los piratas informáticos no lanzarán armas nucleares, entre otras cosas porque estas no están conectadas a internet, y que los robots no acabarán con los humanos.

¿Qué sí debe preocuparnos? Según los expertos consultados por The Wired, que nos estén espiando a través de dispositivos ‘inteligentes’ con micrófono, que van desde teléfonos hasta televisores, pasando por robots de limpieza o de cocina o asistentes virtuales como Amazon Echo o Google Home. ¿Qué se puede hacer? No adquirir estos productos sería lo más fácil y un mensaje potente hacia la industria. Dado que probablemente no vamos a dejar de usar nuestro smartphone, al menos podemos desinstalar las aplicaciones con privilegios de micrófono.

De lo concreto a lo general, a los investigadores les preocupa que, a medida que la IA progresa más allá de la comprensión humana, el comportamiento de la tecnología pueda diferir de nuestros objetivos previstos. Para evitarlo, los valores humanos deben ponerse en el centro y ser la base de la tecnología. Dirigir su desarrollo y aplicación por el camino de la ética, la igualdad y la justicia social.

La labor desde los medios de comunicación seguirá siendo la de advertir de posibles malos usos y riesgos e informar sobre ellos; seguir denunciando y haciendo de contrapoder, como es propio del periodismo, pero sin perder el norte. Señalar dónde mirar y prestar atención, tratando de evitar caer en dedos acusatorios, sin convertirnos en voceros y cómplices del alarmismo tecnológico y de la maquinaria de la desinformación.

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