¿Troglodita digital o Robocop 2.0?
¿Troglodita digital o Robocop 2.0?
Lo de quedarse atrás ya no es una opción. Nos encontramos ante la mayor revolución tecnológica de la historia y las compañías de cualquier tamaño y sector deben subirse al carro de la transformación digital sí o sí. Ahora bien, ¿por dónde deben empezar a afrontar el reto? La importancia de la tecnología es, más que clara, meridiana. Pero la auténtica clave del cambio está en los empleados. "Las personas son la piedra angular de la transformación digital de las empresas. Y si renuevas tus recursos técnicos pero te olvidas de lo principal, fracasarás porque tendrás profesionales que no saben cómo comportarse en el nuevo ecosistema que has creado", señala Diego López Román, gerente de servicios de voz, digital workplace y colaboración de Telefónica Empresas.
Hay que apostar por una cultura atractiva para los empleados, fomentando la diversidad y apostando por metodologías de trabajo ágiles y eficientes que les motiven y ayuden a conciliar trabajo y vida personal. Además, es necesario facilitar las herramientas necesarias para poder realizar las tareas desde cualquier sitio y en cualquier momento. Por si queda alguna duda, el año que viene la mayor fuente de ventaja competitiva para el 30% de las empresas vendrá de la capacidad de aprovechar las tecnologías digitales por parte de sus profesionales, según Gartner. En este punto es inevitable plantearse algunas cuestiones: ¿Realmente tenemos que transformarnos tanto para adaptarnos? ¿Cuánto ha cambiado nuestra forma de trabajar?
De la máquina de escribir al superportátil
La máquina de escribir se convirtió en una herramienta indispensable en cualquier oficina desde finales del siglo XIX, pero tuvieron que pasar muchos años hasta que, en 1975, la revista Business Week publicara un artículo titulado La oficina del futuro, en el que se hablaba de una revolución cercana: pantallas de televisión colocadas sobre nuestros escritorios.
El primer ordenador portátil, que salió a la venta hace casi 40 años, tenía una memoria RAM de 16 kB. Hoy, existen equipos informáticos que superan hasta en un millón de veces esa capacidad y dispositivos aún más pequeños como las tabletas y los teléfonos inteligentes. Si a esto le sumamos las posibilidades de la virtualización, nos queda un panorama donde quien no es más productivo en su trabajo es porque no quiere.
El disquete, el tataranieto de la nube
¿Dónde almacenamos toda la información digital con la que trabajamos en nuestros dispositivos? El disquete fue uno de los primeros en aparecer, en la década de los 70 del pasado siglo, cuando podían almacenar 80 kB. Para hacerse una idea de lo que supone, harían falta dos millones de disquetes para almacenar un solo capítulo de Juego de tronos en alta definición.
Después del disquete, tuvimos que esperar a los 80 para ver el primer CD, en el que cabían 700 MB. Le siguió el DVD rozando el cambio de siglo, que multiplicó por siete la capacidad de su predecesor. Más tarde aparecieron las tarjetas de memoria y después los pendrives, mucho más cómodos y fáciles de transportar. Pero la gran revolución del almacenamiento es algo más reciente: en la era de la nube, las posibilidades son infinitas.
Adiós a las reuniones, bienvenidas las videoconferencias
No es difícil imaginarse a un ejecutivo pegado al teléfono, pero no siempre hemos estado unidos a un smartphone. Muchas de las gestiones que hoy solucionamos con una llamada no se podían llevar a cabo si no te desplazabas para hablar con el cliente… ¡cara a cara! No cabe duda de que es muy sano salir del entorno virtual de vez en cuando, pero hacerlo para todo puede suponer una importante pérdida de nuestro dinero y tiempo.
Ahora, muchas reuniones presenciales se evitan con videoconferencias, que aparentan menos edad de la que tienen. La primera la realizó el expresidente de Estados Unidos Herbert Hoover en 1927, hace más de 90 años. Aún era Secretario de Comercio cuando hizo una llamada experimental de una sola vía a un laboratorio neoyorquino. Obviamente, la calidad de la retransmisión dejaba mucho que desear si la comparamos con la ofrecida hoy en día por Skype.
Teams y Slack hacen temblar al correo electrónico
Tienes un email y no es de Meg Ryan ni de Tom Hanks. Y otro. Y otro. La culpa es de Ray Tomlinson, un programador del MIT que, en 1973, envió el primer correo electrónico utilizando el símbolo @ para separar el nombre de usuario y la máquina donde se encontraba. Seguro que nunca imaginó que su invento podría tener un lado oscuro que tantos hemos sufrido: el spam indiscriminado.
Ante este panorama, han surgido plataformas de trabajo colaborativo como Teams o Slack, que nos permiten interactuar con nuestro entorno laboral sin los formalismos del correo electrónico y con un tono coloquial más similar al que usamos en WhatsApp. Por no hablar de que nos ahorramos estar en copia en cadenas eternas de correos en las que nos hablan de proyectos que ni siquiera sabíamos que existían.