Tecnología, pensiones y miopía política. El desastre bíblico que se avecina.

Tecnología, pensiones y miopía política. El desastre bíblico que se avecina.

Tenemos muchos problemas, que según como se analicen pueden verse como grandes oportunidades.
7 Abril 2019

Así lo vieron nuestros antepasados. Ante una revolución tecnológica habitualmente el ser humano suele afrontar el reto como si se tratase de una crisis transversal pero focalizada en el empleo. Ese empleo a sustituir por avances tecnológicos. Pasó en cada una de las revoluciones industriales que hemos vivido ya y vuelva a pasar en la que estamos sumidos. Ahora bien, la historia nos explica que cuando estos momentos de la historia han estado liderados por quienes fueron capaces de identificarlos y a afrontar con decisiones con visión estratégica, las cosas marcharon bien. Cuando eso no fue así, la derrota estaba asegurada. Ahora vivimos una encrucijada que voy a intentar explicar brevemente y que en próximos artículos desarrollaré. Algo que también tengo el placer de poder hacer en mis conferencias y talleres en los que presento el modo de afrontar este desafío histórico a nivel económico, empresarial, social y personal. 

Según la OCDE en 2050, cuando los nacidos en 1980 tengan apenas 70 años, es decir en la flor de su jubilación, habrá 77 pensionistas de cada 100 habitantes. Por ver la dimensión de la tragedia diremos que ahora son 29 y en 1970 apenas eran 19 por cada centenar de ciudadanos. Podemos seguir tocando la flauta, insistir en debates sobre banderines o atender a los chanchullos del político de turno, pero el problema se avecina y, al parecer, la decisión tomada por nuestros políticos es la de no hacer nada relevante y de valor que pudiera cambiar el asunto. Nos vamos a dar una hostia de dimensiones bíblicas. Lo jodido no es que esto parezca inevitable, no, lo peor es que en otros países las medidas para enfrentarse a este Miura es totalmente distinta.

Pero vayamos por partes. Parece ser que el Consenso Económico para el primer trimestre de 2019 refleja un deterioro progresivo de las expectativas de crecimiento de nuestro entorno. Algo que no hace más que reforzar la urgencia de la toma de decisiones, decisiones que de momento no hay manera que nadie tome con algo de luces largas. La desaceleración se extiende a la mayor parte de las economías del mundo y se puede ver con especial preocupación la situación de nuestra Unión Europea. ¿Porque pasa esto? por varias razones detrás de las cuales está una revolución tecnológica que va arañando las estructuras económicas mientras nadie hace absolutamente nada.

La primera es que la eurozona se desfonda. Muchos de los indicadores de la economía internacional reflejan una ralentización de la actividad. La pérdida progresiva de pulso en la actividad económica europea se prolongará durante los próximos meses. A la vez que el Brexit se enquista, la economía española va retocando sus previsiones de crecimiento desde hace meses a la baja de manera periódica. Así duele menos. La menor velocidad del aumento del PIB de otros grandes países europeos comprime la demanda externa y lo complica todo.  

Sin embargo el gran asunto es cómo convertimos en una oportunidad histórica el hecho de abrazar un cambio socioeconómico provocado por una revolución industrial y tecnológica como nunca antes ha habido. El reto demográfico es el mayor desafío y riesgo social y económico al que nos enfrentamos y sólo la tecnología asociada y aplicada es capaz de darnos una solución. No hay otra. Ni la subida de impuestos, ni la inclusión constitucional de una pensión digna va a garantizar su estabilidad y supervivencia, ni pactos en Toledo o en Cordobilla de Lácara. Sólo será factible si conjugamos adecuadamente productividad, eficiencia, tecnología y garantías sociales. 

No somos conscientes del desafío demográfico. Ni los ciudadanos ni las empresas ni los políticos entendemos en términos generales la gravedad del problema. Entre las opciones planteadas para abordar el reto las más respaldadas son la promoción de la inmigración ordenada, el fomento de la natalidad y, en menor medida, incentivar la actividad laboral de los mayores, si bien los encuestados creen que lo más eficaz sería adoptar todas a la vez. Pocos se plantean asumir que este modelo está finiquitado, que ya toca fondo y que es insostenible. No lo es bajo los parámetros de una economía incierta, analógica y dependiente de ciclos. Toca otra visión, otro modelo, toca equilibrar el valor tecnológico con el peso de lo social. 

En España y el resto del mundo, la tónica dominante es de desaceleración de la actividad. Algo que acentuará cada vez más, gobierne quien gobierne, el problema demográfico y de pensiones. La renta universal se irá planteando como opción inclusive antes de tener el modelo resuelto. La idea que se nos va a presentar erróneamente, pues sólo será un parche, será una especie de jubilación flexible. Las dos razones más importantes de la no sostenibilidad del sistema español de pensiones son la disminución del número de trabajadores en proporción al de pensionistas y el aumento constante de la esperanza de vida. Teniendo en cuenta estos dos factores, y otros que amenazan la supervivencia del modelo actual, ¿cómo se puede plantear un sistema soportable? Con tecnología, con una economía capaz de producir más con menos. Con eficiencia, competitividad y con estrategia de transformación social y de estructura de crecimiento. Todo lo que ahora nadie plantea en ninguno de los programas ‘electorales’ que se presentan. 

Como parches tenemos varias opciones. Ninguna resuelve el asunto de verdad, el de un mundo automático con menos empleo, empleos temporales y con cada vez más gente sin nada que hacer. Algo que evidencia la solución: un sistema productivo tecnológico, vinculado a la sociedad del conocimiento, reconvirtiendo industrias que ahora parecen muy eficientes pero que en breve lo dejarán de ser en un mundo global y apartándose del modelo de crecimiento cíclico y de escaso valor.

Escucharemos que sería bueno elegir la edad de jubilación, dentro de un rango amplio, sabiendo las consecuencias que dicha decisión tiene en términos de descuento o mejora de su pensión. También que, cualquiera que sea el criterio para elegir la edad de jubilación, se pueda compatibilizar de forma eficaz la pensión con la actividad laboral remunerada. Otros dirán que habría que ajustar automáticamente la edad de jubilación en función del aumento de la esperanza de vida. Parches, luces cortas. 

Pues vamos a buscar el modo de que tú que rozas los cuarenta, y yo que rozo los cincuenta, tengamos pensiones dignas. De tus hijos y los míos no hay que preocuparse pues sus pensiones ya serán por definición ‘rentas mínimas’ a las que nosotros no llegaremos. Y es que, de momento, para garantizar las pensiones en este país la tasa de desempleo no debería estar por encima del 6% en los próximos años o será insostenible. Ese es el gran desafío. Es desesperante contemplar cómo pasan los días y los años y el plan para afrontar ese riesgo no es más que un conjunto de improvisaciones que asustan. 

Seguimos sin crecer en lo que hay que crecer. En innovación y preparación tecnológica. Ya no sólo es cuestión de ofrecer un espacio de desarrollo y crecimiento personal a las personas que quieren afrontar el futuro con ciertas garantías. Ahora también está en juego el modelo de pensiones y el modo en el que se va a sujetar. 

Y los escucharemos, a los políticos y derivados, hablar de que las pensiones por aquí o por allí, que hay planes de solución, modernización, impulso de la economía digital y meriendas de todo tipo. Pero la verdad es que hablar de digitalizar es ir muy por detrás de otros. De lo que hay que hablar es de inteligencia cognitiva. Hola Pedro, Pablo 1, Albert, Pablo 2, Santiago… ¿sabéis la diferencia que hay entre inteligencia artificial e inteligencia cognitiva? Sería interesante, así igual lo podríamos incorporar en los planes de desarrollo económico de una sociedad moderna y competitiva. Es sólo un ejemplo anecdótico de cuanto hay que poner en las comisiones de trabajo político.  

Veamos el motivo. El motivo de la urgencia. En dos años, España ha caído cinco puestos en el ranking de los países más innovadores del planeta. Nos adelantan por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. Atraemos talento y capital riesgo pero se rentabiliza muy mal. Países como Irlanda crean 146 startups al día, centralizan el mayor volumen de inversión anglosajona y generan más empleo tecnológico que nadie. Alemania lidera la tasa de robots y automatizaciones por habitante rozando el pleno empleo. Francia invierte un presupuesto público 23 veces más que el nuestro en el desarrollo de la Industria 4.0 esperando volcar el modelo de crecimiento actual lo antes posible. Las pensiones dependen de ello como decíamos. La garantía de cubrir las pensiones del futuro está más cerca de esos modelos que no del nuestro. Lo digo a título personal como futuro pensionista francés, irlandés y español por haber trabajado en todos esos países. 

Y es que agota el debate político. Lo vivo en mis colaboraciones televisivas. Es imposible introducir temas de interés real y sólo es factible hablar de exhumaciones, lazos y fichajes sin interés en listas electorales. Seguimos siendo una potencia económica, cierto, pero persisten un enorme paro y un desequilibrio en el poder adquisitivo que desemboca en la creación de un estadio social llamado ‘pobre asalariado’. Un grupo gigantesco de personas que ansían llegar a ser, algún día, por lo menos, un mileurista. Los que deberían de pagar las pensiones no están ni para pagar el alquiler. 

Mientras España vive en la inopia, lo relevante sigue su curso. El 80% de las pymes españolas desconocen la diferencia que existe entre ‘digitalizarse’ y ‘transformarse digitalmente’. Lo demuestra que sólo el 20% de las pequeñas y medianas empresas de España no usaba ningún tipo de solución de cloud computing. Apenas un 25% de esas mismas compañías apostó por formar a sus trabajadores en competencias digitales, lo que demuestra que, aunque hubiera un plan, de momento hay poca predisposición a aprovecharlo. Así va a ser complicado. Depende de que empresarios y trabajadores lo vean como prioritario pero también que alguien les estimule a verlo. Fiscalmente por ejemplo, como hacen un buen número de países que nos están adelantando y, de paso, asegurando sus pensiones. 

Las pensiones están en juego. Todo un modelo de convivencia también. Hay que darse prisa y hacerlo con inteligencia y conocimiento. Bajo mi punto de vista, el debate acerca de la creación de puestos de trabajo que ahora no existen y que puedan ser capaces de cubrir la destrucción de otros que la robotización y la inteligencia artificial provoquen, es maniqueo. Esto no va de cálculos acerca de si eso se va a producir y cuando. No va a pasar, por lo menos no al nivel en el que sería exigible para evitar un conflicto social irreparable.

Hay países que avanzan en esa línea. Son países que ya lo han hecho antes y tienen muy claro el método. Nunca apuestan por la economía estacional o cíclica. Producen bajo conceptos de eficiencia, de conexión entre universidades y empresas y el estímulo público se basa en potenciar sectores capaces de exportar cualquier nuevo producto. El modelo es Alemania que en los últimos años ha destruido más de 600.000 puestos de trabajo que fueron sustituidos por máquinas mientras creaba 900.000 en espacios de valor añadido que antes no podían ni plantearse. 

Y es ahí cuando de repente te tienes que zampar el discurso de que ‘los robots pagarán nuestras pensiones’ y que ‘deberán cotizar a la seguridad social’. Tela marinera. Hay quien considera, como decía al principio, que los robots nos lo van a solucionar todo y por arte de magia y sin estrategia previa. Algo que, me vais a perdonar es más que revisable. Un robot puede ser una pantalla táctil o un algoritmo informático. Un robot que no ves. Por lo tanto nunca habrá un robot que sustituya al humano y cotice por él, porque muy probablemente no habrá un robot, sino que sea algo intangible como un software. Por lo tanto, cuando hablamos de que un robot pague las cotizaciones sociales en realidad nos estaríamos refiriendo a que sea la tecnología la que cotice a la seguridad social más o menos. Por supuesto eso parece una soberana tontería. 

Esto en realidad esconde lo de siempre: una subida de impuestos a las empresas. Y es una malísima idea. Un impuesto sobre la tecnología castigará los sectores que apuesten por un cambio tecnológico, por ser competitivos y exonerará a los que sigan sin apostar por un modelo menos tradicional y analógico. Estar en manos de esta gente es desesperante. 

O vamos a un modelo eficiente, tecnológico y que conjugue un verbo como el ‘optimizar’ antes que el de ‘crecer’ o nos vamos a dar una hostia de dimensiones bíblicas. Una sociedad digital y una economía transformada nos lleva a la eficiencia de los servicios y del reparto de pensiones más capaz. Mayor productividad y competitividad a ser modernos y capaces de reestructurar todo el sistema del bienestar y garantista del que somos incapaces de desprendernos. 

Por lo tanto, para garantizar las pensiones primero deberemos pensar en repensarlas como concepto, segundo apostar por una sociedad tecnológica y dejarse de idioteces como que los robots coticen y tres exigir a la clase política que se ponga en serio de una vez. La inercia, en este caso, solo conduce al desastre. Mi consejo, haz ahora lo que siempre has querido hacer, tal vez, cuando te jubiles no puedas pagártelo. Veremos a que llamamos clase media en unos años.

¿Qué opinas de este artículo?