Por qué las empresas prefieren la Inteligencia Emocional al Cociente Intelectual
Por qué las empresas prefieren la Inteligencia Emocional al Cociente Intelectual
Cuando Verónica (nombre ficticio) reunió el valor necesario para dirigirse a su tutora de Segundo de la ESO y confiarle las burlas y los insultos que a diario le dedicaban sus compañeros de clase, la profesora se sacudió de encima la situación con un «parecéis niños pequeños». Aquello sólo acabó cuando empezó la universidad.
A los pocos días de ver la primera ecografía del que sería su primer hijo, un sangrado repentino obligó a Teresa a ir a urgencias. El ginecólogo que la examinó despachó sus lágrimas con un «ya volverás a quedarte embarazada». A veces, lo que para unos no representa más que rutina, para otros es un mundo. Su mundo.
Saber introducirse en cada microcosmos requiere de cualquier profesional ciertas capacidades que, a menudo, la enseñanza ha mantenido relegadas en un discreto segundo plano. Como hermanos enfrentados dentro de la misma familia, el coeficiente intelectual y la inteligencia emocional han sido concebidos como polos casi opuestos a lo largo de la Historia. Saber versus sentir. Cerebro contra corazón. Pero el tiempo pasa, y aquella concepción clásica que enraizaron los pensadores griegos hoy se ha redefinido por completo.
Como argumenta Juan Luis Goujon, director de estrategia de Lee Hecht Harrison, empresa especializada en desarrollo del talento y gestión de carreras profesionales, ser un trabajador emocionalmente inteligente es «cada vez más determinante» en el mercado laboral.
«Según una encuesta reciententemente realizada en Estados Unidos a más de 2.600 técnicos de selección y profesionales de RRHH, el 71% dijo valorar más la inteligencia emocional (EQ) que el coeficiente intelectual (IQ). Además, el 59% descartaría candidatos con un IQ alto pero con un EQ bajo», asegura. «No hay un sector o ámbito personal o profesional donde las habilidades sociales no sean importantes, y cada día más, en la medida en que estamos en un mundo globalizado e hiperconectado
Poseer un perfil multidisciplinar, gran polivalencia, proactividad y adaptación al cambio son algunas de las virtudes que más codician los currículums y demandan las empresas, tal y como se desprende de un informe elaborado por Adecco Group con fecha de este mismo año.
Estos requisitos encajan en lo que Juan José Miguel-Tobal, director del máster en Inteligencia Emocional e Intervención en Emociones y Salud de la Universidad Complutense de Madrid, define como un individuo emocionalmente inteligente. Una autoestima adecuada, control sobre las propias reacciones, facilidad para motivarse y marcarse objetivos, capacidad de adecuación, equilibrio entre la eficiencia y la tolerancia y solvencia para superar dificultades y frustraciones son algunas de las características que enumera y que redondean el perfil. Pero, ¿en qué medida contribuye la Universidad a formar este tipo de profesionales?
Para este catedrático, el marco «ideal» en el que los centros universitarios pondrían sus cinco sentidos a servicio de este fin sería aquel en el que materias relacionadas con la inteligencia emocional formaran parte de los planes oficiales, con independencia del tipo de estudios que cursaran los alumnos.
El 71% de expertos en Recursos Humanos dijo valorar más la Inteligencia Emocional (EQ) que el Coeficiente Intelectual (IQ) Juan Luis Goujon, director de estrategia de Lee Hecht Harrison
«Estamos ante un tipo de conocimientos que son buenos no sólo para un psicólogo o un educador, sino también para un biólogo, para un economista o para cualquier otro profesional que tenga que manejarse en el mundo y relacionarse con los demás», asegura. «Pero esto está lejos de suceder. Las materias que se cursan ahora en un grado o antes en una licenciatura están muy orientadas a objetivos concretos de esa carrera y futura profesión. La mayor parte de los cursos de formación que se hacen en la universidad son de posgrado, pero a lo largo de los propios estudios es algo que prácticamente no se ve».
Pese a la reciente proliferación de este tipo de titulaciones que se ofertan tras el título de grado, Miguel-Tobal insiste en que el camino que queda por recorrer aún se antoja muy largo: «En Gran Bretaña, por ejemplo, hace ya años que comenzaron a introducir formación en niños sobre educación emocional. Desde pequeños, nos enseñan Lengua, Matemáticas o Geografía, pero casi nunca a conocer nuestros sentimientos y emociones y a manejarlos de manera útil. Todavía queda mucho por hacer».
La creciente diversidad de perfiles que cursan y demandan este tipo de estudios así lo confirma. La demanda hoy se prolonga más allá de los muros del ámbito de la Psicología, y las aplicaciones actuales de conocimientos de inteligencia emocional van dirigidas no sólo al ámbito de la salud, sino también al de la educación o el de la empresa.
Según opina José Carlos Villamuelas, docente de la asignatura Habilidades y Competencias de la Persona en la Francisco de Vitoria, la importancia que se le da a la inteligencia emocional en el ámbito universitario es todavía «desigual».
«Nosotros estamos llamados a equilibrarlo, a nivelar la formación técnica y los fundamentos de cada carrera con otro tipo de formación que permita al estudiante la buena aplicación de esa técnica», dice. «No estamos hablando de separar, sino de integrar todas las dimensiones de la persona para contribuir a la maduración del alumno».
En este caso concreto, la asignatura que él imparte lo mismo es recibida por alumnos de Comunicación Audiovisual que de Arquitectura. Por ese motivo, también él aboga por «propuestas de grado en las que se valore como algo positivo el desarrollo de estas competencias», además de defender que «no sólo sea la iniciativa privada la que lo haga, sino que se apueste por ello a nivel general en la Universidad española».
En este sentido, desde hace dos décadas, la Universidad Carlos III, dentro de la oferta formativa del Programa de Mejora Personal, contempla, entre otros contenidos afines, varias ediciones del taller de Inteligencia Emocional a lo largo del curso. Analizar las principales variables que influyen en el bienestar emocional, mostrar recursos que facilitan el conocimiento de la personalidad o potenciar la autoestima, la motivación y la expresión emocional son algunos de los objetivos que dan fundamento a este tipo de módulos.
Ni libros de autoayuda ni frases motivacionales
«Aun así, queda mucho camino por recorrer», asegura Guillermo Ballenato, psicólogo, docente y orientador de este centro. «El ámbito social, el académico o el laboral son, en general, una proyección y un reflejo de la esencia personal. Es difícil imaginar a un profesional de éxito que sea inseguro, impulsivo, solitario, negativo, poco comunicativo y, lo que complica más el pronóstico, poco consciente de sus áreas susceptibles de mejora».
Por este motivo, cuando se le pregunta cómo hacer frente a los estereotipos de quienes asocian y reducen este tipo de competencias a frases motivacionales y manuales de autoayuda, Miguel Tobal cita «la divulgación y la paciencia» como únicas vías, mientras que Ballenato responde de la siguiente forma: «Mensajes del tipo 'todo es cuestión de actitud' pueden llevar a la frustración a muchas personas. El intento de hacer llegar al gran público el valor de estas técnicas hace que, en muchas ocasiones, se caiga en la excesiva simplificación, la generalización o el escaso rigor científico».
Por su parte, Villamuelas recuerda que, pese a no estar ante una ciencia exacta, estas competencias siguen constituyendo otro tipo de saber igualmente necesario. «Este conocimiento no sólo es importante por el hecho de que los alumnos salen a un mundo laboral que lo demanda, sino por su maduración. No se trata hacer un uso instrumental de los sentimientos, sino de conocerse a uno mismo», recalca. «Aquí, a diferencia de en la Física, la suma de fuerzas y de momentos no es cero».