El desagüe

El desagüe

Tenemos un desagüe en la cabeza. Está más sucio de lo que te puedes imaginar. Contiene ruidos, miedos, pensamientos destructivos, contenido radioactivo que sirve de alimento a los nervios, el estrés y una insana capacidad para tener ansiedad de forma recurrente.
23 Noviembre 2017

El desagüe no lo desatascamos ni limpiamos nunca, no sabemos hacerlo, no nos han enseñado. A veces tiene un nivel más elevado de basura, como una especie de fosa séptica a punto de rebosar, pero que va filtrando por la tierra y nunca lo hace. Otras, en cambio, parece que está limpio, nos sentimos relajados, cómodos, bien, y creemos que todo está en orden. Pero es una calma relativa. La basura está ahí estancada, huele, se va pudriendo, sobre todo no deja entrar ni emerger vida nueva, sana.

La mente actúa como un depósito que no estamos acostumbrados a limpiar ni a cuidar. Estamos codificados para la velocidad, para lo instantáneo, hemos asumido como normal el ruido, el cuchicheo, la crítica, la demagogia, la mala baba, el dolor, la suciedad de un ambiente enrarecido donde todos quieren pescar. Basta ver la televisión diez minutos de seguido — evitando no vomitar — , leer ciertos periódicos o escuchar cualquier conversación de bar, y darte cuenta de que el ruido y la basura mental apestan, y que nos la lanzamos unos a otros en busca de cobijo. Vivimos infectados por un desagüe permanente del que no sabemos salir. A veces parece que incluso estamos muy cómodos en él, en un mar de mediocridad que nos genera dependencias adictivas, como una mala droga que te destruye pero que no puedes alejarte de ella. Vivimos en el modo fast, en el fanatismo, en el cierre de fronteras mentales, el narcisismo o las ideologías intoxicadas.

El respeto y la libertad individual empiezan a escasear, nunca estuvieron muy boyantes, pero últimamente están pasando malos momentos. Ponemos el todo, la masa, la sociedad, la gente, el pueblo… y toda esa maraña etérea por encima del individuo, de su conciencia, de sus derechos, de su libertad, de sus equivocaciones, de su singularidad.

Qué contradictorio, hoy lo reaccionario es el silencio frente al grito; la reflexión frente a las frases hechas y escupidas sin el menor filtro; la pausa frente la acción; la lógica combinada con la intuición sobre el instinto inmediato; el lápiz en contraposición al teclado; pensar frente hacer; madurar y soportar el «no» frente a lo inmediato y el «o lo tengo, o muero». El desagüe lleva tanto tiempo atascado que nos está afectando a la forma en la que priorizamos, a la que somos, a nuestra identidad. Nos hace actuar como autómatas, nos impide conocernos mejor, ser más libres, recorrer nuestro propio camino.

Para limpiar el desagüe necesitamos silencio. La valentía de enfrentarnos a nuestros pensamientos y abrir el tapón para dejarlos ir. Soportar el hedor del proceso. Un proceso que es lento porque la velocidad con la que entra basura al depósito mental suele ser más rápida de la que sale, al menos al principio, donde podemos aprender a abrir el tapón pero no a evitar que se vierta contenido en el depósito. Eso aún es más complejo, es un entrenamiento, un aprendizaje que requiere de esfuerzo.

Este verano he leído y releído las reflexiones de un gran monje budista del que he aprendido sobre cómo limpiar desagües, Thich Nhat Hanh. Nuestro depósito se alimenta de preocupaciones, de miedos o angustias, y suponen «el terreno ideal para unos pensamientos totalmente inútiles, improductivos y perjudiciales. Somos lo que pensamos y, al mismo tiempo, mucho más que eso, porque también somos nuestros sentimientos, nuestras percepciones, nuestra sabiduría, nuestra felicidad y nuestro amor».

Somos lo que pensamos, atención. Cuando no filtramos lo que vemos, sentimos, leemos, escuchamos. Cuando no somos capaces de limpiar lo que nos hace daño y almacenar lo que nos hace fuertes y sabios. Cuando no somos capaces de tener el depósito saneado, empezamos a peder nuestra identidad, nuestra libertad, nuestra esencia. Como dice el propio Thich Nhat Hanh: «Si no eres consciente de tus pensamientos, camparán a sus anchas por tu mente y se instalarán en ella. No esperarán a que los invites a quedarse».

Silencio, respirar, atención plena en lo que hacemos, escuchamos, vemos, tocamos. Digerir diariamente todo eso. Abrir el tapón, observar qué sale, observar qué entra y no identificarte con ello son armas poderosas. Tener basura, comer basura, leer basura, ver basura, escuchar basura… eso no es el problema. El desafío es limpiarla, evitar que impregne en ti, te gobierne, robe tu identidad y con ello tu libertad. El trabajo promete, nos toca vivir con estímulos contaminados, donde el ser, el silencio y la quietud son nuestras armas más poderosas. No han dejado de serlo nunca, pero no nos hemos enterado aún en occidente.

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