Delegar es de valientes
Delegar es de valientes
El verbo delegar, casi siempre, va ligado a una relación jerárquica entre quien delega y el receptor de lo delegado. Dicho de otra manera, lo primero que pensamos es que se trata de «enmarronar al de abajo». Y salir de esta concepción nos cuesta mucho.
Incluso en los equipos, se acostumbra a ver que se reparte más teniendo en cuenta el balance de cargas, que no manifestando abiertamente que lo haga quien sea más apropiado para llevar a cabo una determinada tarea. A la mayoría nos da pereza ponernos en el disparadero y pedir a otros que hagan cosas.
Y aquí está la clave. Quien es el más indicado para realizar algo. Ya sea por conocimientos, capacidades, responsabilidad, experiencia o pericia …
Delegar es una acción muy potente para tu efectividad. Y repito, no se trata de «quitárselo de encima» sin más. Se trata de derivar la acción a alguien que es más adecuado que tu para llevarla a cabo. Y esto puede ser «hacia abajo», «hacia arriba» o «hacia al lado».
De este modo, lo primero, es superar los complejos que conlleva este proceder. Superar el «lo hago yo todo porque si pido que lo hagan me van a mirar mal».
Pero eso no es todo. Existe otra barrera a la hora de delegar, y esta es el «lo hago yo todo porque es más rápido y no hay nadie con quien pueda contar para que lo haga bien».
Contrariamente a esta creencia, este criterio te asegura una eficiencia ínfima, y un elevado riesgo que lo hagas mal. El criterio, otra vez, debe ser «quien es el más indicado para hacerlo».
Viendo todo esto, a veces pienso que delegar es un acto de valentía. El hábito de delegar, como todos los hábitos, cuesta, y también debe superar creencias. Debemos superar su connotación jerárquica y también la sensación de «falsa eficiencia». Y asumirlo como una opción muy válida y muy potente en el contexto de nuestra efectividad.