Sobre ordenadores en clase
Sobre ordenadores en clase
Un nuevo estudio pretende la vuelta al papel y al bolígrafo en las clases, argumentando que los ordenadores resultan una distracción y que la consecuencia es una peor comprensión del material explicado. La pretensión coincide con fuertes discusiones que llevan años teniendo lugar en el ámbito académico sobre ese mismo tema, en las que he tenido que ver a personas como mi admiradísimo Erik Brynjolfsson, manifestarse de manera entusiasta en ese mismo sentido, en un tema con el que no puedo estar más en desacuerdo (obviamente, admirar mucho a una persona por su contribución en un tema no implica estar de acuerdo con él en todo).
Pretender que volvamos al papel y al bolígrafo en pleno siglo XXI no puede ser un error más grave, y una prueba de que los estudios que pretenden evaluarlo están, sencillamente, mal diseñados. Es completamente absurdo. Cuando además se mezcla con ideas absurdas como el papel de la escritura en la psicomotricidad fina, unas habilidades que se desarrollan de manera mucho más eficiente con otro tipo de trabajos o ejercicios, la consecuencia es una cuadrilla de profesores pretendiendo eliminar de las clases la herramienta más poderosa y eficiente que hemos tenido nunca para replantear la educación, y una pretensión de seguir enseñando como lo hemos hecho siempre, con apuntes y clases magistrales, porque curiosamente, de forma “misteriosa”, es la manera que mejor funciona en las pruebas diseñadas para evaluar únicamente ese tipo de educación. Y cuando las métricas están mal, las conclusiones son sencillamente erróneas.
En efecto, los ordenadores en una clase pueden ser una fuente de distracción. Por supuesto que pueden serlo. Un ordenador es un dispositivo multifuncional, que permite hacer de todo, que aúna funciones de comunicación, con otras de entretenimiento y con infinidad de propósitos susceptibles de generar estímulos poderosos capaces de deteriorar la concentración en una clase. En ese sentido, tenemos que tener en cuenta que estamos evaluando a alumnos que nunca fueron adiestrados para utilizar un ordenador en clase, que lo usan porque a ellos les pareció cómodo tomar notas mediante el teclado frente a hacerlo a mano, algo en lo que están completamente en lo cierto: tomar notas de manera analógica implica un esfuerzo incómodo que genera un material que está en un soporte fósil, que no puede ser compartido más que mediante métodos tan arcaicos como hacer fotocopias, del mismo modo que lo hacía yo en mi carrera hace varias décadas. Pretender que sigamos así, tomando notas con papel y bolígrafo para fotocopiarlas y dejárselas a nuestros amigos me parece un insulto a la inteligencia, y una limitación enorme en la manera de entender la educación.
El problema de la falta de adiestramiento formal en el uso de un ordenador en clase es que todos los que lo utilizan han aprendido por su cuenta, y en general, lo hacen mal. Utilizar un ordenador en clase debería conllevar una cierta disciplina, una eliminación de las notificaciones, un intento de concentrarse en la función para la que se está pretendiendo maximizar el rendimiento. Debería implicar también un uso bidireccional: si se pretende utilizar un ordenador en una clase diseñada de manera unidireccional, en formato magistral, con un profesor contando cosas y los alumnos escuchando, el resultado es posible que no sea bueno, por multitud de factores. Pero es que las clases hace ya muchísimos años que deberían haber abandonado el formato magistral, el de la mera transmisión de información unidireccional entre profesor y alumno. El material debería ser facilitado al alumno nunca como apuntes, porque los apuntes son la negación del sentido común: si lo que quieres es que tus alumnos tengan unas notas de lo que les quieres contar… ¡entrégaselas en un maldito enlace, no les obligues a copiar lo que dices, porque el mero acto de copiar distrae con respecto a la comprensión de lo que les estás contando! Pídeles que se concentren en tu explicación, que te interrumpan cada vez que no entiendan algo, y que no se distraigan tomando notas, porque las tienen en la página del curso. Déjate de “dar apuntes”, que no es más que una actitud fósil que proviene de cómo se daba clase cuando la información era difícil de obtener y compartir. Abandonemos de una maldita vez esa tontería de “si lo copian en clase lo retienen mejor”, porque de hecho, que “retengan”, es decir, que “memoricen”, jamás debería ser la variable más importante. ¡Dale la vuelta a la maldita clase, utiliza el valioso tiempo de interacción para eso, para interaccionar, no para que pierdan miserablemente el tiempo copiando apuntes absurdamente!
Memorizar está enormemente sobrevalorado. De nuevo, una actitud que proviene de cuando la información era difícil de obtener porque había que desplazarse para ello, y que tendríamos que, en plena era Google, redefinir completamente: la memoria se alimenta con algoritmos RFV (recordamos lo más Reciente, lo más Frecuente y aquello a lo que más Valor atribuimos), y pretender forzar esos algoritmos pasando horas con los codos hincados ante unos apuntes es, sencillamente, antinatural y absurdo, no lleva a nada bueno. Nadie es mejor profesional de nada por saberse de memoria unos conocimientos determinados, y lo que la educación debería fomentar es que se entendiesen las cosas y se supiesen recuperar de un archivo al que tenemos acceso en todo momento con un simple dispositivo: lo verdaderamente importante, lo que necesitamos constantemente, ya se memorizará solo por reiteración en su uso. No, los jueces, los notarios y los registradores de la propiedad no son mejores por haberse pasado una media de cuatro años encerrados en su casa estudiando el temario y renunciando a todo tipo de vida social – y posiblemente a los esquemas más básicos de higiene personal – para superar una oposición. Son mejores profesionales no cuando memorizan más, sino cuando entienden mejor la base de lo que estudian: por qué una ley es como es, por qué evolucionó como evolucionó, cuándo tiene sentido aplicarla y cuándo resulta absurdo, qué excepciones tienen y de dónde vienen… hasta algo tan preciso como el Derecho tiene muchísimo que aprender de las nuevas necesidades metodológicas de la enseñanza.
El problema es pretender evaluar el ordenador, de nuevo, una herramienta poderosísima, midiéndolo erróneamente mediante tests basados en la retención de información. Es un error, empezando porque esa clase que pretendimos evaluar ya estaba, de por sí, completamente mal planteada, era obsoleta en su concepción, y no se adecuaba en absoluto a lo que deberíamos pretender como fin de la educación. Mientras sigamos evaluando así, por supuesto, nos quejaremos de que el alumno retiene menos cuando usa un ordenador que, además, ni siquiera le hemos explicado cómo utilizar para extraer rendimiento de sus clases, y pretenderemos que sigan tomando notas con papel y bolígrafo. ¿Por qué no con escritura cuneiforme? Seguro que el esfuerzo requerido para copiar las enseñanzas con un punzón sobre una tabla de arcilla hace que después lo memoricen mucho más…
No podemos partir de la idea de que el fin de una clase es que los alumnos salgan de ella con unas notas que reflejen lo que dijo el profesor, porque eso, sencillamente, no tiene ningún sentido. Obviamente, si instruimos a los alumnos en la toma de apuntes y de ello dependen sus posibilidades de preparar un examen, se pasarán toda la clase copiando o tecleando, y como los del chiste reproducido por mi querido Erik, copiarán todo lo que se les dice, sin siquiera procesarlo por su cerebro. Es un problema de expectativas, de lo que les hemos dicho que pretendemos de ellos. Pero no, el fin del aprendizaje no es que escriban muy rápido, ni que tomen apuntes: son otras cosas, y se maximizan con otros métodos.
Es terriblemente difícil hablar sobre educación con quienes piensan que todo está bien y que tenemos que preservar la esencia de cómo se ha hecho durante siglos, porque la gran verdad es que la educación es un maldito desastre, es muy poco eficiente, y está basada en tristísimas rutinas que detraen mucho más valor del que realmente aportan. La educación necesitaría un replanteamiento tan radical, que lo que quedaría después de pasar por el mismo sería algo completamente diferente, procesos diseñados de manera completamente distintas, muchísimo más centrados en elementos que de verdad harían que las personas aprendiesen y se formase mejor, no se limitasen a ser capaz de repetir mantras obsesivamente durante un examen y, como mucho, una semana después. Mientras no replanteemos eso, pretender eliminar los ordenadores – o no plantearse siquiera ponerlos – porque “dificultan la retención” es de una irresponsabilidad brutal. A este paso, las instituciones educativas terminarán siendo lugares separados y aislados del resto del mundo, donde los alumnos no pueden entrar con “esos artefactos maléficos del diablo” porque “se distraen”, y donde les implantaremos un nuevo sistema operativo cerebral para disminuir sus capacidades y que piensen como pensaban hace mucho tiempo. Una soberana estupidez. Por favor, como principio general sin excepción necesitamos más ordenadores y dispositivos en clase, no menos, y de paso, replantearnos cómo damos clase y si conceptos como el tomar apuntes, la retentiva y muchos otros, en pleno siglo XXI, siguen teniendo algún tipo de sentido.