Las claves evolutivas de la empatía
Las claves evolutivas de la empatía
Enseñar a tu hijo a montar en bicicleta, emocionarte en el cine, curar al prójimo y preocuparte por sus necesidades y reaccionar. Todas estas acciones y sentimientos que implican un contagio emocional y la adopción de las perspectivas ajenas no existirían sin la empatía, una capacidad que usamos tanto que no notamos su importancia decisiva en nuestra vida.
Se trata de un rasgo especialmente desarrollado en nuestra especie que nos permite compartir el estado emocional de quienes nos rodean y ser afectados por él, pero también evaluar las razones de una situación. Esta capacidad se activa automática e inconscientemente y nos conecta al instante con los demás, algo esencial para regular las interacciones sociales, coordinar actividades con nuestros semejantes y lograr objetivos comunes.
La ventaja de vincularse emocionalmente se originó en las relaciones materno-filiales de los animales, muchos millones de años antes de que los Homo sapiens apareciéramos en el planeta. Una madre que consigue detectar con rapidez las necesidades de su descendencia, tanto fisiológicas como emocionales, las atiende mejor y dispara así sus probabilidades de supervivencia.
Los cuidados que dispensan los animales con menor capacidad empática o carentes de ella no son más que respuestas condicionadas ante el llanto o un peligro inminente, pero carecen de la flexibilidad de los que entienden la situación y pueden adaptar su respuesta en función de lo que hace falta.
Precisamente esta flexibilidad es la gran ventaja evolutiva de la empatía, y la razón de que esta fuera favorecida por la selección natural en un grupo de animales, incluidos nosotros.
Una vez surgida, su uso se extendió más allá de los límites familiares y se aplicó a las relaciones sociales. Desde entonces, nada fue igual. Por ejemplo, usándola identificamos con más precisión lo que necesita cada persona o lo que le hace daño. Es decir, que las reacciones se ajustan al sujeto y el contexto.