Los países que tienen más robots por cada trabajador son los que disfrutan de las tasas de paro más bajas-inferiores al 5%

Los países que tienen más robots por cada trabajador son los que disfrutan de las tasas de paro más bajas-inferiores al 5%

El efecto de Brunel: nada nuevo en el capitalismo George Gardiner narra cómo el ingeniero Marc Brunel introdujo en la armada británica a principios del siglo XIX una máquina que permitía fabricar automáticamente bloques de aparejo empleando tan solo a 10 personas donde el proceso manual tradicional requería el empleo de 110 personas expertas. Al parecer esta fue la primera vez que maquinas-herramientas completamente metálicas se empleaban para producción en masa. El ahorro en costes fue el equivalente al de un año de producción, aunque el coste de producir las máquinas le supuso a Brunel tres veces ese mismo ahorro. Si bien se habían perdido 100 empleos se habían empleado 410 personas en fabricar esta máquina. Temporalmente el empleo había crecido pero, una vez fabricadas las máquinas, el empleo en fabricación de bloques de aparejo había caído. En definitiva, la inversión en bienes de equipamiento había tenido un efecto deflacionista al reducir las rentas totales de los factores de producción. Esa caída en las rentas se traduciría, por la identidad macroeconómica entre ingresos y gastos, en una reducción de la demanda agregada y por tanto del PIB. Gardiner bautiza este fenómeno 'el efecto Brunel'
23 Enero 2017

El impacto final del ahorro de trabajo causado por la tecnología depende de si se crea nuevo poder adquisitivo para reorientar los recursos liberados a nuevas actividades. En el ejemplo anterior, si el gobierno británico hubiese pagado la compra de las máquinas de Brunel elevando los impuestos, habría retirado poder adquisitivo del público desviándolo hacia el gobierno por importe equivalente. Si hubiese pedido un préstamo para pagar la inversión, el efecto habría sido parecido pues habría retirado ahorros, es decir rentas no gastadas, del sector privado. En cambio, si hubiese financiado la inversión con nuevo dinero, es decir con un aumento del gasto deficitario, habría habido un incremento de la demanda equivalente al empleo luego destruido por la inversión tecnológica, y se habrían mantenido los niveles de producción y ocupación.

Esta vez es diferente: la amenaza robótica

El temor a la desaparición del trabajo por culpa del progreso tecnológico es un tema recurrente. Recientemente Louis Anslow ha publicado un post que repasa todas las ocasiones en las que se ha anunciado que las máquinas acabarían con el trabajo humano. Sospechosamente, estas profecías coincidieron siempre con períodos de elevado desempleo. En 1930 el mismo Albert Einstein culpó a las máquinas del desempleo. Ganaría el premio Nobel de Física, pero sin duda no el de Economía. John Maynard Keynes también cayó en este error y culpó a la tecnología del desempleo, llegando a acuñar el término “desempleo tecnológico”. Keynes escribió en los años 30 del siglo XX un célebre ensayo en el que profetizaba que “el desempleo causado por nuestro descubrimiento de medios para economizar el uso de trabajo correrá a un ritmo más veloz que al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo” (Keynes, Economic possibilities for our grandchildren, 1930).

El artículo de Anslow nos da más ejemplos de cómo el temor a la tecnología resurgía década tras década. En 1940, Karl Compton, presidente del MIT, rebatió al presidente Roosevelt, quien veía un problema en la mecanización. Un senador de los EEUU propuso entonces un impuesto sobre las máquinas. En los años 50 se propuso una investigación del congreso sobre la cuestión de la pérdida masiva de empleos causada por los robots. El presidente Eisenhower desmintió esas amenazas y dijo que “esos mismos temores habían atemorizado a la gente durante 150 años y siempre se habían demostrado sin fundamento”.

La década siguiente vio cómo el temor a la automatización y la robotización arreciaban. Un economista rogaba al presidente Kennedy que convocara una conferencia sobre el desempleo que causaban la tecnología y la automatización. Los medios anunciaban el fin de todo el empleo de baja cualificación en 10 años y Time sacaba un artículo en el que decía que “el alza en el desempleo ha despertado nuevas alarmas sobre una antigua palabra amenazadora: la automatización. ¿Cuánto ha contribuido la rápida expansión del cambio tecnológico al pico actual de 5.400.000 parados?”. El secretario del trabajo W. Willard Wirtz advirtió de un "tropel de empleo sobrante" incluso en épocas de bonanza.

En la década de los 70 el primer ministro británico James Callaghan recurría a un think tank para que se investigase la pérdida de empleo causada por la informática. En 1980, el New York Times sacaba un artículo titulado Un robot persigue tu empleo (Anslow, 2016). En 1995, el economista, sociólogo y pensador estadounidense, Jeremy Rifkin, publicó un libro titulado El Fin del Trabajo. En esta obra profetizaba que, a diferencia de otras épocas en las que el cambio tecnológico había desplazado a trabajadores de actividades manuales creando sin embargo nuevas oportunidades profesionales, la nueva revolución industrial basada en la automatización, la robótica, la inteligencia artificial y la informática estaba desplazando a millones de trabajadores sin crear nuevas oportunidades profesionales en contrapartida. En las conclusiones a su libro Rifkin advierte ominosamente que:

"Esto es lo que sabemos con certeza: entramos en un nuevo período de la historia en el que las máquinas sustituirán cada vez más trabajo humano en la producción de bienes y servicios. Aunque los calendarios son difíciles de predecir, nos encontramos en un camino irreversible a un futuro automatizado y probablemente nos acercaremos a una era sin trabajadores, al menos en la producción de bienes y servicios, hacia principios del próximo siglo". (Rifkin, J. 1995).

La percepción negativa de la automatización se debe en parte a que no se entienden completamente las causas de su introducción en los entornos industriales y no necesariamente se explican por la necesidad de ahorrar costes laborales. La robótica genera directamente nuevos puestos de trabajo relacionados con el diseño, la fabricación, la operación y el mantenimiento de estos equipos. Además, algunas industrias no serían viables porque requieren unos niveles de precisión y calidad que no son factibles sin el uso de robots. Podemos citar la electrónica —ordenadores, teléfonos móviles— o las energías renovables —células fotovoltaicas— como ejemplos paradigmáticos.

Por otra parte, la mecanización y la robótica suprimen trabajos pesados, repetitivos o que generan estrés y lesiones en los trabajadores. En ocasiones las condiciones de trabajo pueden ser tan penosas o peligrosas que sería ilegal que las hiciera una persona. La industria más robotizada sin duda es la del automóvil. En ella las tareas de soldadura y pintado las realizan máquinas robotizadas. En contrapartida, el aumento de la productividad obliga a generar empleos para dar salida a los nuevos productos creando oportunidades en los sectores de los servicios, la logística y la distribución. Por supuesto, uno de los factores que impulsan la entrada de los robots son los costes laborales relativos. Si los salarios chinos son mucho más baratos que los de Alemania o Japón, la robotización es una forma de mantener abiertas plantas que de otra manera se cerrarían.

Es importante entender que la robótica no tiene por qué tener un efecto neto negativo sobre el empleo. Pese a que debe tomarse con cautela, porque responde a unos intereses de parte, un informe elaborado para la International Federation of Robotics (IFR) estimaba que en seis países estudiados (EEUU, Alemania, Japón, Corea, Brasil y China) se crearon 9 a 12 millones de nuevos empleos gracias a la robótica entre 2000 y 2016 (Gorle & Clive, 2013).

Sin embargo, las altas tasas de desempleo experimentadas en Europa parecerían confirmar el fin del empleo pronosticado por Rifkin. En España las tasas de desempleo han alcanzado niveles espeluznantes y en toda la zona euro las tasas son históricamente elevadas. ¿Esta vez es verdad que viene el lobo robótico? Me parece una hipótesis demasiado fácil de rebatir. Si fuese cierto que la inversión en robots estuviese destruyendo puestos de trabajo observaríamos este fenómeno con mayor intensidad en países con mayor inversión en este tipo de bienes de equipo. Sin embargo, es precisamente en los países más robotizados donde las tasas de desempleo son más bajas.

El siguiente gráfico pone en relación la tasa de desempleo con la densidad robótica (robots instalados por cada 10.000 empleados en la industria) y en él se observa una relación más bien inversa entre robotización y desempleo. Países altamente robotizados como Japón, Corea del Sur y Alemania mantienen tasas de desempleo relativamente bajas. En España, en cambio, menos robotizada, la tasa de paro es obscenamente alta.


Ilustración 1. Fuentes: IFR para la densidad robótica; Eurostat para datos desempleo en países europeos y Trading Economics para los restantes países.

No es la tecnología, es la política fiscal

La Crisis Financiera Global provocó una subida del desempleo intensa en todos los países de la OCDE. Sin embargo la mayoría de las economías de ese club han recuperado niveles parecidos o inferiores a los del inicio de la crisis. En Japón la tasa de desempleo actualmente es del 3,38%, en Corea del Sur del 3,64% y en EEUU del 5,29% tras alcanzar un pico de 9.62% en 2010. Solo los países de la Eurozona mantienen tasas de desempleo superiores al 10% y dentro de ella se encuentran campeones mundiales del desempleo como España, Grecia o Italia. Si naciones altamente industrializadas y densamente robotizadas han conseguido recuperar los niveles de empleo anteriores a la crisis entonces claramente la causa del desempleo debe buscarse en causas coyunturales y no en la tecnología.

La automatización permite liberar mano de obra de tareas rutinarias o pesadas que puede ser reubicada en tareas incluso más gratas. Pero liberar trabajadores puede ser un problema en un país donde no se crean nuevas oportunidades laborales. La condición necesaria, como en el ejemplo de Gardiner, es que exista financiación para poner en marcha estas nuevas actividades. Éste no es el caso de los países pertenecientes a la zona euro en donde la creación de moneda por los estados está restringida por los tratados de la Unión Europea y la creación de crédito depende solo de las expectativas del negocio bancario.

La estadística sugiere más bien que el caso español es una aberración dentro de una zona geográfica que se comporta como una anomalía. Los datos estadísticos de nuestra economía muestran una correlación elevadísima entre la caída de la inversión y de la ocupación entre 2007 y 2013. La caída en la confianza en diversos sectores privados también correlaciona con un incremento de la tasa de desempleo, sobre todo el sector de la construcción. Finalmente el crecimiento del crédito a hogares y empresas muestra una desaceleración en el primer trimestre de 2007 —momento que coincide con el inicio de la crisis y las primeras pérdidas de empleo— e incluso se vuelve negativo a finales de 2013 —momento álgido del desempleo–

Así pues, la causa del desempleo no fue la tecnología sino una insuficiente demanda agregada motivada por el fin de la burbuja inmobiliaria que habían financiado los bancos. Una actuación oportuna del estado que hubiese creado nuevo dinero en el inicio de la crisis con gasto deficitario habría detenido la hemorragia de los empleos remunerados. Las políticas de la UE han creado un problema de gran gravedad, pero se despista a la población con explicaciones oportunistas.

Ofuscadas, las izquierdas han caído en la trampa de atribuir el desempleo a la globalización y a la tecnología. Ante un problema que el diseño institucional del euro ha creado, en lugar de buscar la respuesta adecuada exigiendo la abolición de los criterios irracionales de Maastricht y oponiéndose a los planes de consolidación fiscal, gran parte de la izquierda se resigna ante un problema cuya solución no acierta a ver. Es entonces cuando se postula el reparto del trabajo –como si fuese un bien escaso que debe ser racionado— o se propone una magra renta básica para que los excluidos no protesten.

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