Bioeconomía, biodiversidad y sostenibilidad: un vínculo indisociable

Bioeconomía, biodiversidad y sostenibilidad: un vínculo indisociable

Un volumen significativo de residuos orgánicos fluye a través del medio urbano y del sector agroalimentario. Esta realidad genera grandes oportunidades para captar valor en forma de energía, nutrientes y materiales incorporados en estos flujos, y evitar que sean desperdiciados en forma de vertidos, incineración o depósito en vertederos, en lugar de ser reincorporados como recursos a los ciclos productivos.
26 October 2020

Según estudios llevados a cabo por la Fundación Ellen MacArthur, cada año, la población genera alrededor de 13 000 millones de toneladas de biomasa en todo el mundo para utilizarla como alimento, energía y materiales diversos. Esta biomasa fluye a través de lo que se conoce como «bioeconomía». Juntos, generan un valor global de aproximadamente 12,5 billones de dólares, cifra que supuso en 2013 un 17 % del Producto Interior Bruto (PIB) mundial. Esta parte de la economía incluye industrias que tratan con materiales biológicos en diferentes etapas de la cadena de valor: por ejemplo, las actividades relacionadas con la agricultura, silvicultura y pesca forman parte de la etapa primaria; la transformación de comida, la fabricación de textiles y la biotecnología constituyen la etapa de procesamiento; y la venta al por menor y la gestión de recursos representan la etapa de consumo. 

Los residuos orgánicos originados en la agricultura, la silvicultura, o contenidos en la fracción orgánica de los flujos de residuos sólidos urbanos y de las aguas residuales que fluyen a través de los sistemas de alcantarillado, son habitualmente considerados como un problema, tanto en términos económicos como ambientales. Las ciudades producen millones de toneladas de residuos sólidos al año, de los que aproximadamente la mitad son orgánicos. Sin embargo, esta situación puede revertirse mediante el diseño de sistemas de recuperación y procesamiento más efectivos, orientados a convertir los residuos orgánicos y la biomasa en una fuente de valor, y restaurar por esta vía el capital natural.

Las ciudades desempeñan un papel importante a la hora de abordar los desafíos y oportunidades en la bioeconomía. Como mayores concentradores de materiales y nutrientes, las ciudades concentran insumos como alimentos procedentes de las zonas rurales en los espacios urbanos. Hoy, casi ninguno de estos materiales regresa a la biosfera, lo que significa que los suelos rurales se están degradando y cada vez dependen más de fertilizantes sintéticos, lo que también provoca desequilibrios de nutrientes. En cambio, con la bioeconomía es posible la recuperación de nutrientes básicos de los flujos de alimentos y de residuos animales y humanos, tales como el nitrógeno, el fósforo y el potasio, y aportar a escala global gran parte de los nutrientes contenidos en los volúmenes de fertilizantes químicos empleados en la agricultura.

Por su parte, los sectores agroalimentario y forestal, que basan gran parte de su actividad en la explotación del recurso “suelo”, están llamados a hacer uso de habilidades novedosas en la utilización del medio ambiente sin provocar su deterioro. El suelo constituye la única reserva de espacios abiertos y áreas verdes extensivas como cultivos, praderas, bosques y montes, aparte de las áreas naturales protegidas, cuya importancia es relevante para la sociedad y la protección de la biodiversidad. Las personas sienten la necesidad de espacios abiertos para el ocio, el recreo y la diversión, y para ello miran hacia la misma tierra que produce sus alimentos. De allí que el uso múltiple de la tierra, a medida que ésta se constituye en recurso escaso, es uno de los principales puntos a considerar desde el punto de vista de la planificación del territorio. Este es el principio fundamental de la sostenibilidad, que solo puede ser garantizada mediante la estabilidad y la capacidad de resiliencia que le confiere la biodiversidad.

Aún persisten residuos estructurales significativos en la bioeconomía, ya que alrededor de un tercio de los alimentos que se producen anualmente en el mundo se desperdician, y continúan la pérdida de capital natural y la evidencia de externalidades ambientales negativas en el ciclo de la biomasa y de los recursos naturales, como consecuencia de la falta de políticas y de procedimientos de gestión sostenibles.

El valor que tienen los residuos orgánicos y la biomasa generados desde diferentes fuentes es innegable, y la meta debe ser procesarlos como recursos y aprovechar la oportunidad de extraer el potencial que contienen en forma de energía, de nutrientes o de materiales susceptibles de ser reincorporados a los ciclos técnicos y biológicos. Los residuos orgánicos originados en la agricultura, la silvicultura, o contenidos en la fracción orgánica de los flujos de residuos sólidos urbanos y de las aguas residuales que fluyen a través de los sistemas de alcantarillado, son habitualmente considerados como un problema, tanto en términos económicos como ambientales.

Ante este escenario previsto, las oportunidades potenciales que ofrece la bioeconomía son sin duda numerosas. Es posible revertir el deterioro de la biodiversidad y potenciar la bioeconomía como recurso mediante el diseño de sistemas de recuperación y procesamiento más efectivos basados en los principios de la economía circular, orientados a convertir los residuos orgánicos y la biomasa en una fuente de valor, y restaurar el capital natural. Esto incluye la necesidad de valorizar importantes residuos estructurales significativos en la bioeconomía, como es el caso de más del tercio de los alimentos que se producen anualmente que se desperdician, y de las pérdidas de capital natural y externalidades ambientales negativas. Además, El volumen global de gases de efecto invernadero (GEI) derivados de los desperdicios de alimentos generados cada año ocupa el tercer lugar del ranking mundial de emisores, sin olvidar que la degradación de la tierra afecta a aproximadamente un cuarto de la superficie terrestre global. Y, por otro lado, la eutrofización o acumulación de nutrientes causados por escorrentía de la superficie derivada del crecimiento excesivo de la vida vegetal ha creado zonas acuáticas muertas en todo el mundo.

Es fácil deducir las ventajas de aplicar los principios de la bioeconomía y de la circularidad en el ámbito agroalimentario y forestal. El Foro Económico Mundial estima que los ingresos potenciales de la cadena de valor de la biomasa, que comprende la producción de insumos agrícolas, el comercio de biomasa y los beneficios de las “biorrefinerías”, son de especial importancia. Sin embargo, aunque tales alternativas ofrecen considerables oportunidades comerciales y de mercado, plantean también numerosos desafíos. Aún se producen residuos estructurales significativos en la bioeconomía: ya se destacó que alrededor de un tercio de los alimentos que se producen anualmente en el mundo se desperdician, y que persisten la pérdida de capital natural y las externalidades negativas en el ciclo de la biomasa y de los recursos naturales, como consecuencia de la falta de políticas y de procedimientos de gestión sostenibles.

La participación de la bioeconomía en la economía global y en el aseguramiento de la sostenibilidad integral es mucho mayor en los mercados emergentes, donde se prevé que tendrá lugar el mayor crecimiento del consumo per cápita. En este contexto, el volumen de biomasa que fluye a través de la economía crecerá, ya que se estima que se deberá aumentar la producción de alimentos en un 70% de aquí al año 2050 para hacer frente a la demanda ocasionada por el aumento de la población mundial.

Implantar adecuadas técnicas de gestión forestal, a la vez que se toman medidas para evitar la deforestación y los incendios en los boques, constituyen opciones básicas para compensar y aminorar la generación de las emisiones de gases de efecto invernadero que conducen al calentamiento global. La deforestación no tiene solamente un impacto directo en entornos locales, sino que genera efectos adversos en todo el planeta. Los árboles tienen la virtud de transformar el CO2 en oxígeno, y es precisamente el CO2 el gas que más se emite como consecuencia de los métodos exagerados de producción y consumo empleados desde el inicio de la revolución industrial. Si en lugar de cuidar los bosques se destruyen, la concentración de este gas en la atmósfera será cada vez mayor.

La posibilidad de aumentar la producción como solución de los problemas de alimentación de la humanidad es limitada, porque los cambios a propiciar deben también tener en cuenta la gestión de los residuos de las explotaciones ganaderas y avícolas, de las agroindustrias, y de otras actividades afines, al margen de planificar de modo racional la ubicación de dichas actividades dentro del territorio, y de preservar la calidad del suelo. Los ecosistemas generados por la agricultura extensiva son inestables, vulnerables, no son autosuficientes ni propician la biodiversidad ni un entorno sostenible. Los beneficios que aportan al hombre deben considerarse en justa proporción con la utilización de los recursos naturales y el equilibrio ambiental universal.

Los ecosistemas naturales, como parques naturales o similares, son de gran valor, no sólo por su contribución al bienestar de la sociedad y a la salvaguarda del medio ambiente, sino también como fuente de información para la investigación y la conservación de la biodiversidad.

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