Percepción del Riesgo y el Principio de Precaución

Percepción del Riesgo y el Principio de Precaución

Friday, 4 March 2005

La globalización, entendida en los aspectos más amplios de esta, apunta por ejemplo a la liberalización de mercados, el flujo de información, o la aparente calidad de vida alcanzada (podríamos tomar como dato representativo la esperanza de vida), basada en la importancia del individuo en la sociedad actual (nunca se había respetado y defendido tanto la vida humana como ahora). Todo ello basado en el factor humano, la ética empresarial, el capital humano, o la responsabilidad social, que son términos actuales para defender no solo la vida, sino la calidad de vida. Y a ello ha contribuido, sin duda, la explosión tecnológica que se ha experimentado en las últimas décadas. La tecnología parece no tener fronteras, introduciéndose cada día más en nuestras vidas, y aceptándola con los ojos cerrados. ¿Quienes son los responsables de sus fallos, errores, riesgos; en definitiva, la incertidumbre que generan? Deberían ser los gobiernos, pero su responsabilidad es local; seguramente los tecnólogos, pero están sometidos a los intereses económicos de las empresas / organismos a los que están vinculados. Nunca se había producido una situación medioambiental como la actual, y en lugar de frenar sólo hace acelerar, aunque se lleven a cabo parlamentos y protocolos para su mitigación, el progreso de la sociedad misma, la vida a la que la tecnología nos ha acostumbrado, no cede, sino que aumenta proporcionalmente. ¿Cómo se percibe el riesgo en una sociedad basada en la seguridad/comodidad del ciudadano, creada en base a tecnologías los efectos de las cuales son en muchos casos inciertos?

“…lo más fugaz y lo más frágil había sido siempre la existencia que podía verse sesgada en cualquier momento y por multitud de causas” (Bourg, 2004). El hambre y las condiciones de trabajo eran riesgos patentes, reales en una sociedad donde su percepción del riesgo formaba parte de la vida misma, y de la muerte. Sólo cabe poner como ejemplo los niños empleados para el engrasado y mantenimiento de las máquinas durante la revolución industrial, quedando lisiados muchos de ellos. La bajísima esperanza de vida, junto con su bajo nivel de calidad, como podemos entenderla hoy en día, determinaron no sólo la aceptación de los riesgos, sin posibilidad de cuestionarlos, sino también la de los daños reales causados por éstos. Pero podemos hablar de riesgos específicos, debidos a actividades concretas, como ser minero, trabajar con calderas de vapor… son riesgos locales, que no van más allá de la persona que está expuesta. Evidentemente también estaban expuestos a riesgos de carácter universal, como terremotos, incendios, etc. a los que no se les daba más responsabilidad que a lo divino.

En la actualidad existen nuevos riesgos universales, pudiéndose responsabilizar de ellos a personas o entidades concretas, de modo que todos estamos expuestos a ese riesgo, no como resultado de una elección individual. El más claro exponente de ello es la tecnología. Son muchos los casos de accidentes tecnológicos (por ejemplo Chernóbil), donde las cifras de muertos y afectados se acercan a la de las catástrofes naturales, epidemias… no siendo otro el riesgo, asumido por todos, de estar en el lugar equivocado. Pero ahora sí que pueden determinarse las responsabilidades, dado que son de origen humano, y se exigen. También podemos exponer el riesgo alimentario, con la distribución a escala mundial (gracias a la tecnología) de alimentos que pueden resultar peligrosos, ya sea por fallos en la producción o en la cadena de distribución. El riesgo sanitario, por poner otro ejemplo, es otro caso donde gracias a la técnica (transfusiones de sangre, cirugía, etc.) se han conseguido no sólo salvar muchas vidas, sino también alargar la esperanza de vida, pero al mismo tiempo se ha asumido el riesgo de contagiar enfermedades por transfusiones de sangre, efectos secundarios graves en medicamentos, etc. Podríamos decir que la tecnología prácticamente ha acabado con los riesgos tradicionales, incluso reduciendo el riesgo a cero en ciertos ámbitos. Pero en cambio ha creado otros, por ejemplo el accidente ocurrido en el túnel del Mont-Blanc: un túnel de por si es peligroso, y si pasan depósitos de gasolina el riesgo aumenta. ¿Responsabilidades? Complejas. 

El riesgo de las nuevas tecnologías es un campo apasionante para los científicos y para todos en general, pero lleno de incertidumbres. La transformación de la materia a escala molecular, la vida artificial, la inteligencia artificial, la robótica, etc. han penetrado en la sociedad moderna de tal modo que avanzan mucho más deprisa que los riesgos o consecuencias que puedan derivarse de su investigación/activación. Cuando en lugar de subir escaleras cogemos un ascensor, o en lugar de caminar nos subimos en el coche cada día para ir al trabajo, en ambos casos estamos aceptando el riesgo de tecnologías punteras, que supuestamente son seguras. Aceptamos ese grado de seguridad, en teoría total, pero cuando hay un accidente sus repercusiones son a escala mundial, dado que se utilizan tecnologías y avances comunes a todos los países, poniendo en tela de juicio a la propia tecnología, juzgando a los responsables de ella, y creando lo que se ha llegado a denominar la sociedad del riesgo.

De todos son conocidos los conceptos de calentamiento global, los agujeros de la capa de ozono, o la contaminación del medio ambiente. Ello nos lleva a una nueva forma de riesgo, con la diferencia respecto de nuestros antecesores que pone sobre la palestra nuestra forma o modo de vida. Una actitud responsable ante el medio ambiente, disminuye el riesgo de todos, mientras que una actitud contraria lo aumenta en cantidad desconocida. La gran diferencia reside en que nos afecta a todos, y será la suma de actitudes, no la actitud de cada uno, lo que determine el riesgo a que nos sometemos. 

En la sociedad moderna el estado debe garantizar la seguridad del ciudadano, pero la incertidumbre de las nuevas tecnologías en muchos casos por falta de información de los políticos, información contradictoria entre los tecnólogos o intereses creados, muchos de ellos por la misma sociedad, hacen difícil tal tarea a los representantes elegidos por los ciudadanos. Ante una crisis concreta, el estado suele tener todo el apoyo del pueblo, pero en la prevención de la crisis suele ser todo lo contrario. La sociedad moderna desconfía de las instituciones y de la información sobre los riesgos de la tecnología que los envuelve, siendo esta difusa, contradictoria y no alcanzable por la mayoría de la sociedad. Por ejemplo se crearán plataformas o iniciativas ciudadanas para reducir la contaminación, se percibe el riesgo cualitativo de esta, pero si el estado propone una ley que disminuya la circulación de coches particulares, esta será mal vista por la mayoría de ciudadanos, porque afecta a su modo de vida, al hábito y al confort al que se han acostumbrado. Se percibe el riesgo de la inseguridad, de unas instituciones que son incapaces de asegurarnos nuestra forma de vida, la que la misma modernización nos ha vendido y hemos comprado. La responsabilidad de reducir el riesgo es tarea de todos, y sobre todo de nuevos vínculos a nivel mundial entre los diferentes países para hacer frente a los nuevos problemas globales, surgidos de la modernización, que escapan al alcance y comprensión de las actuales formas de gobierno, siendo necesaria la búsqueda y articulación de nuevas fórmulas para prevenir y gestionar de forma más responsable los recursos y los avances tecnológicos, minimizando así los riesgos descritos. 

Ante los riesgos descritos parece lógico actuar. ¿Cómo? El principio de precaución debería ser un valioso apoyo ante la incertidumbre de la modernización actual. Se ha de tener presente que los efectos perversos de la tecnología evolucionan más lentamente que su implantación, de tal forma que la precaución debe tomarse ante hechos de riesgos inciertos, donde las repercusiones son desconocidas. Evidentemente no estamos hablando de prevención, sino de precaución, con lo cual el nivel de gravedad en la que debe aplicarse debe ser suficiente, de lo contrario estaría impidiendo el progreso, y es justamente lo contrario, se trata de progresar, pero con prudencia. La precaución invita a actuar y a intervenir a pesar de la falta de conocimiento, pero la decisión de actuar no debe ser gratuita ni irracional. Todo lo contrario, puede llevar a debate, discusión pública, búsqueda de nuevos caminos, evaluación de si merecen la pena los riesgos potenciales ante lo que se quiere investigar. 

No es fácil llevar a la práctica el principio de precaución, pero por ejemplo en el caso del efecto invernadero las decisiones que se tomen, a cualquier nivel, podrían influir drásticamente en la vida de los ciudadanos. La incertidumbre propia de la situación de precaución legitima totalmente el recurso al debate público. 

Por último cabe destacar la gran diferencia existente entre prevención (riesgo conocido) y precaución (riesgo desconocido o incierto), como se desprende de lo dicho hasta ahora. Su gestión o aplicación, evidentemente, también tendrá caminos muy diferentes, siendo la prevención una cuestión absolutamente asentada en la sociedad, mientras la precaución sigue siendo la asignatura pendiente de un porvenir incierto.

Los riesgos para la salud que han comportado las transformaciones tecnológicas del siglo XX, junto con la amenaza de la crisis ecológica que han conllevado, han fracturado la sociedad moderna, en lo que podríamos llamar la sociedad del riesgo. Las instituciones socio-políticas actuales no están preparadas para afrontar los riesgos derivados de la sociedad tecnológica. Los ciudadanos exigen un nivel de seguridad que ni las instituciones políticas ni la ciencia (que hasta ahora siempre había dado respuestas) pueden garantizar.

Se erige el principio de precaución como un elemento fundamental en el porvenir de dicha sociedad, buscando la forma de articularlo para legitimar las acciones a emprender desde nuevas instituciones con una visión y alcance acorde al desarrollo e implantación de la ciencia moderna, garantizando su progreso y la seguridad del ciudadano.  

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