Arde la Tierra: ¿desastre natural o irresponsabilidad humana?
Arde la Tierra: ¿desastre natural o irresponsabilidad humana?
CRONICA DE UN FUTURO ANUNCIADO
Cada año se difunden a los cuatro vientos y desde diferentes fuentes mediáticas las perturbadoras noticias que relatan la descomunal cantidad e intensidad de inundaciones, sequías e incendios que asolan y destruyen en diversas regiones del mundo a pueblos, urbanizaciones, campos de cultivo y bosques de gran valor natural y patrimonial. Estas noticias constituyen la confirmación de que las medidas para prevenir estas calamidades, a menudo publicitadas con intención sensacionalista, no han sido eficaces para evitar, y ni siquiera para frenar, la ola de episodios destructivos que se repiten con puntual periodicidad, como si se tratase de una epidemia contra la cual no ha sido posible descubrir ninguna vacuna ni ningún anticuerpo eficaz.
Estas lamentables noticias obligan a recordar los primeros pasos que se dieron a nivel mundial en materia de protección ambiental, cuando, en 1972, Naciones Unidas organizó en Estocolmo la primera Conferencia Internacional sobre Medio Ambiente. Esta reunión de expertos y autoridades de alto nivel, que también fue llamada “Cumbre de la Tierra”, fue el preludio de otras que años más tarde la siguieron: la de Río de Janeiro (1992), la de Johannesburgo (2002), y unas cuantas más que a lo largo del tiempo llevaron a desencadenar los Protocolos de Kioto, las COV, los Acuerdos de París, y las incontables y controvertidas políticas de reducción de los Gases de Efecto Invernadero.
La Cumbre de Estocolmo coincidió con la publicación y se reforzó con la publicación del documento “Los límites del crecimiento”, un riguroso estudio elaborado por un equipo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) dirigido por Dennis L. Meadows. El trabajo, cuya difusión dio la vuelta al mundo, fue realizado a solicitud del Club de Roma, grupo internacional de empresarios, científicos y profesores creado en los remotos años setenta del pasado siglo, abocado al análisis de los problemas ambientales que entonces comenzaban a manifestarse de modo revelador. Puso en relieve la necesidad de modificar las tendencias del desarrollo, destacó las características y los límites del modelo tradicional de crecimiento, y estableció las condiciones para prosperar en un planeta estable y respetuoso con el medio ambiente.
En su día, estos eventos insinuaron importantes tendencias en materia de protección de los recursos del planeta, y es necesario reconocer la validez de las previsiones y de los postulados generados durante los mismos, puesto que sentaron las primitivas bases de los argumentos que hoy en día respaldan las conocidas maniobras contra la crisis climática, la salvaguarda de la biodiversidad, la apuesta por la sostenibilidad, y la necesidad urgente de repensar y reconducir la economía, los modelos de producción, y los hábitos de comportamiento de la sociedad civil.
Cuando se llevó a cabo la Conferencia de Estocolmo, el “slogan” que entonces se invocó como principio fue: “Si no eres parte de la Solución, eres parte del Problema”. Esta simple frase inspiró a algunas personas, instituciones, profesionales multidisciplinares y organismos, a unir esfuerzos y a llevar a la práctica campañas de sensibilización y promoción sobre los aspectos más elementales de la protección ambiental. Sin embargo, las repercusiones de estas iniciativas no fueron relevantes, y a quienes, con la mejor voluntad, insinuaron acciones en este terreno, se les tachó de ilusos, de idealistas, de utópicos, e incluso, de románticos y de derrotistas. Se constató que, en aquellos momentos, el medio ambiente no era un asunto de importancia ni para la sociedad ni para los gobiernos de turno. Entonces, era más urgente resolver otras prioridades que, aunque legítimas y loables, ofrecían la posibilidad de conseguir réditos más inmediatos para una sociedad ávida de igualdad y de solidaridad, que buscaba un camino más directo hacia el logro del ansiado “estado de bienestar”.
UNA BUENA OCASIÓN PARA VOLVER A REFLEXIONAR
Los hechos obligan hoy a reflexionar sobre varias cuestiones en relación con la urgente necesidad de proteger el patrimonio natural de la humanidad, sustituyendo la fatal costumbre de “reparar” o “corregir” hechos consumados, por la adopción inteligente y responsable de los principios elementales de la “prevención”, una opción inexcusable que debe ser enfocada de acuerdo con el alcance más amplio de su definición conceptual. El hecho de centrar el debate y tomar como ejemplo el dramático escenario de los incendios forestales, no significa que las incógnitas sean conceptos aplicables exclusivamente a este terreno: los glaciares de la tierra se funden, el nivel de los océanos aumenta, la pérdida de biodiversidad y de patrimonio natural es imparable, la temperatura del Planeta es cada vez más elevada y la posibilidad de asegurar la sostenibilidad del planeta es cada vez más remota. Todos estos aspectos constituyen motivos más que suficientes para hacer extensivas estas reflexiones a la totalidad del término “medio ambiente”, una expresión que envuelve relaciones e interacciones amplias y complejas entre el ser humano y su hábitat natural, y que nadie posee autoridad moral para cuestionar.
Reiteradamente se anuncian a los cuatro vientos campañas de prevención de incendios, que impactan con dudosa eficacia por la vía sensacionalista, pero que no consiguen llamar la atención de las administraciones y de la ciudadanía sino cuando la devastación ya está en marcha. El despliegue de recursos para extinguir los incendios forestales adquiere características de espectáculo mediático, pero solo impacta como producto del efectismo cuando el desastre es un hecho consumado. Ninguna acción preventiva, ni ninguna estrategia de formación y sensibilización pública, son publicitadas con fuerza suficiente para generar actitudes responsables por parte de administraciones y ciudadanos. Esta situación es consecuencia de muchos años de miopía preventiva, de imprudencias, y de la prevalencia de intereses especulativos. Al final, todo se traduce en lamentos, en la cómoda denuncia del chivo expiatorio más próximo o probable, sin que se desarrollen iniciativas de control eficaces, ni se apliquen sanciones disuasivas contundentes que lleven al escarmiento a los autores de los siniestros, o desaconsejen a aquellos que puedan sucumbir a la tentación de llegar a serlo.
Lo que ocurre con los incendios forestales es también extrapolable a otros desastres naturales, tales como sequías, inundaciones, tornados, erosión de la tierra, desertización, así como a otros efectos negativos sobre el medio ambiente, consecuencia de la interacción de múltiples factores y de la naturaleza esencialmente antropocéntrica de estos fenómenos. Tras todos ellos se esconde el fantasma de la crisis climática, fenómeno que algunos se niegan obstinadamente a reconocer, pero que otros insisten en asegurar que es la verdadera causa del problema y de sus trágicas secuelas. Es evidente que el calentamiento global, junto con los episodios de sequías y los fuertes vientos, contribuye, pero no es la causa directa de los incendios, aunque es un hecho que provoca la disminución de la humedad de la vegetación, y aumenta la probabilidad de que factores como rayos, maquinaria, vehículos, imprudencias humanas y actos vandálicos, generen focos que luego evolucionan hacia incendios de mayor intensidad e impacto destructivo. Por sí solo, el calor no provoca incendios, y tampoco existen evidencias claras de que, en términos generales, la frecuencia y la magnitud de las tormentas eléctricas estén relacionadas con la crisis climática.
De nada sirven las experiencias del pasado si no se aplican a corregir errores y a mejorar las estrategias preventivas, correctoras y paliativas. Confirma esta cuestión el hecho de que la acción se centra fundamentalmente en “apagar fuegos”, en controlar los efectos de la devastación, olvidando que lo fundamental radica en controlar el conjunto de causas que a lo largo del tiempo han conducido a esta situación: crisis climática, calentamiento global, sequías crónicas, deforestación masiva para implantar la agricultura extensiva, y un largo etcétera de acciones resultado de la imprudencia y de la especulación.
CONTROLAR LAS CAUSAS PARA EVITAR EL CAOS DE LOS EFECTOS
Últimamente se tiende a situar a la crisis climática como el principal detonante y protagonista de los incendios forestales, sin tener en cuenta que otras acciones, tales como la intervención humana, constituyen a menudo la verdadera causa, accidental o deliberada, de su origen. Como causas accidentales destacan, por ejemplo, la utilización descontrolada de procedimientos que fomentan la quema de la biomasa del sotobosque como medida preventiva, y la eliminación de matorrales y masa arbórea para destinar la tierra a explotaciones ganaderas, utilizando el fuego como una herramienta para mantener y mejorar la producción pecuaria, y habilitar espacios con praderas de mayor calidad nutricional para el ganado. Este instrumento de control, de implantación tradicional en algunas naciones y regiones del Planeta, genera un trasfondo social que empuja a usar el fuego como única forma efectiva de “limpiar el monte”. Así, se justifica la eliminación de la vegetación leñosa para conseguir pastos, limpiar caminos y rodales agrícolas o, simplemente, para mantener un paisaje donde dominen los espacios abiertos, sin tener en cuenta que no tardarán mucho tiempo en aparecer las secuelas negativas de esta opción bajo la forma de erosión y pérdida de biodiversidad.
Por otro lado, la deficiente gestión forestal y el descuido y abandono de la agricultura exponen el territorio a los incendios por excesiva acumulación de biomasa y por la ausencia de barreras a la proliferación y difusión descontrolada del fuego, situación que es posible revertir mediante la recuperación de la diversidad en las explotaciones, la plantación de especies forestales de mayor resistencia al fuego, la habilitación de barreras cortafuegos, y las operaciones de limpieza sistematizada de los bosques, contribuyendo todo ello a limitar las posibilidades de expansión y difusión de los focos.
La consecuencia de la pérdida de vegetación tras los incendios es el arrastre de los nutrientes del suelo por el agua, un efecto especialmente intenso en áreas de mucha pendiente y con frecuentes lluvias. El lavado y la alteración de la estructura del suelo tras los incendios recurrentes fomenta la erosión y la pérdida de la capacidad productiva del suelo, y la combustión y el humo de los incendios representan una importante fuente de emisión de contaminantes perjudiciales para la salud y de gases de efecto invernadero.
Como causa deliberada de incendios cabe añadir la acción de pirómanos, que, incentivados por la difusión mediática del nivel de riesgo de incendios en determinados lugares y momentos, se ven estimulados a encender focos, amparados por la protección que les brinda el anonimato y la ausencia de vigilancia por parte de las autoridades pertinentes. Desgraciadamente, las oleadas masivas de incendios provocados llevan a la sublevación de la cultura del fuego para generar como resultado una doble espiral de vandalismo y descontento social.
La repetición crónica de los incendios forestales que cada año arrasan grandes territorios, es consecuencia de carencias en los métodos y sistemas empleados en la gestión forestal y en las campañas para prevenirlos y controlarlos. No se controlan las causas de incendios como los que durante los últimos años han destruido, entre otras, grandes superficies de la selva Amazónica, de Australia, de Estados Unidos y de Europa. Mientras buena parte de áreas y regiones del mundo sufre devastadores incendios y se lucha desesperadamente para paliar los efectos de las catástrofes, se constata la inacción y se olvidan las medidas preventivas para ponerles freno de modo eficaz y definitivo.
Las ciencias y técnicas agrícolas y forestales constituyen disciplinas ancestrales que señalan caminos para consolidar masas forestales y proteger el entorno natural de modo seguro. Proponen barreras para frenar la crisis climática y evitar los incendios forestales, salvando masas arbóreas que almacenan carbono, protegen de la erosión y albergan biodiversidad, a la vez que preservan los recursos necesarios para garantizar la sostenibilidad del patrimonio natural y garantizar una transición ecológica equilibrada. La limpieza sistemática de bosques por extracción del exceso de biomasa seca e inerte constituye un importante instrumento preventivo, es un valioso recurso, y una fuente de ingresos si se emplea dicha biomasa para la elaboración de biocombustibles y otros materiales basados en su aprovechamiento como materia prima.
EL INSOSLAYABLE IMPERATIVO DE LA ACCION RESPONSABLE
Muchos piensan a fe ciega que el estado de bienestar es algo inamovible, que es un derecho adquirido y gratuito. Se ven deslumbrados por el éxito que proporcionan los años de vacas gordas previos a las crisis, durante los cuales viven en un mundo de fantasía, sin aprender ni aprobar las lecciones que con dramática claridad insinúan dichas situaciones. Parte de la humanidad insiste en seguir viviendo de acuerdo con unos esquemas respaldados por la bonanza, cuando aparentemente las cosas van bien, sin tener en cuenta que ese escenario es virtual y local, tiene fecha de caducidad, y conduce al caos cuando no se adoptan las medidas oportunas. Para constatar esta realidad, no hay más que observar cómo ciertas empresas mueren de éxito cuando se ven enfrentadas a situaciones críticas por no saber rediseñar y reconducir a tiempo sus modelos de negocio. Y cómo simples ciudadanos, por ingenuidad, negligencia o ignorancia, ven evaporarse las ilusiones que acarician en tiempos de bonanza cuando dejan de disponer de los medios y recursos necesarios para ello.
La indolencia vuelve a tropezar una y otra vez con la misma piedra, y la humanidad no aprende la lección. Es cierto que el actual entorno geopolítico, cuyas principales características son la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la dificultad para planificar, entorpece la adopción de medidas preventivas contundentes, pero ello no es excusa para actuar sin visión de futuro, ni para dejar de lado el ejercicio inteligente de la imaginación y de la creatividad, base para emprender con éxito toda labor constructiva. Al plantear con sentido global la sostenibilidad y la gestión de recursos, sus principios se deben aplicar de modo transversal a todos y cada uno de los aspectos que permitan garantizar la estabilidad del Planeta y la vida de sus habitantes, incluyendo el compromiso de participación proactiva y responsable de todos los agentes implicados en ello.
La creciente complejidad del actual marco geopolítico y económico, la globalización y la interdependencia de los sistemas, refuerzan hoy en día la necesidad de promover el desarrollo sostenible como respuesta a este desafío. Pasados cincuenta años desde la Cumbre de Estocolmo y la publicación del informe del MIT, salvo tímidas incursiones por parte de algunas organizaciones e instituciones públicas y privadas, aún no han sido adoptadas las medidas elementales para reorientarlo de modo definitivo, prueba de lo cual queda reflejada en el hecho de que, entre otras anomalías, las emisiones de gases de efecto invernadero causantes del calentamiento global siguen hoy creciendo a ritmo alarmante.
Nadie puede hoy en día negar la necesidad de adoptar medidas contundentes para evitar los desastres naturales que acosan cada vez con mayor frecuencia e intensidad a naciones y regiones del mundo entero, todos ellos resultado de no aplicar a tiempo las medidas para evitarlos, o al menos, para reducir sus efectos negativos. Se cuenta actualmente con medios, métodos y sistemas que los avances tecnológicos ponen a disposición para ser utilizados con éxito en la prevención de este tipo de desastres, entre los cuales, por citar los más conocidos, están las herramientas digitales, la meteorología, los instrumentos de geolocalización vía satélite, las técnicas de precisión para la gestión forestal, agrícola y de recursos hídricos, y las opciones de formación, divulgación y sensibilización pública por Internet, los medios de comunicación y las redes sociales. Todo ello, sin descartar la valiosa contribución que, en materia de control y vigilancia ambiental, deberían prestar de modo organizado la policía y las fuerzas armadas, reforzando la acción de iniciativas voluntarias tales como las agrupaciones de defensa forestal, las organizaciones sin ánimo de lucro y los grupos ecologistas.
Aplicada con proyección holística y transversal en el mundo global, la acción ambiental constituye para las naciones industrializadas no solo un reto de obligado cumplimiento, sino también una valiosa alternativa para frenar el deterioro del patrimonio natural, y asegurar por esta vía la sostenibilidad y la diversidad en la Tierra. Pero también representa para ellas una herramienta reactiva de gran valor para corregir los efectos negativos a los cuales les han conducido modelos de desarrollo marcados por la irresponsabilidad, la improvisación y el despilfarro. En igual sentido, para las naciones en desarrollo, actuar preventivamente constituye un ineludible compromiso, pero también una verdadera oportunidad, aquella que surge de aprovechar el análisis de los errores propios y ajenos del pasado, extraer de ellos las lecciones pertinentes, y capitalizar todo este conjunto en beneficio de la adopción de iniciativas políticas, sociales y económicas que conduzcan a la consolidación de un Planeta acogedor, equilibrado y estable.
Es un hecho que actualmente el multilateralismo se manifiesta en contra de la transversalidad. Eventos como las Cumbres o las Conferencias internacionales sobre el clima y el medio ambiente, donde negocian y deben ponerse de acuerdo más de 200 países, constituyen el mejor ejemplo de multilateralismo. Sin embargo, las presiones y enfrentamientos presentes en el crispado entorno geopolítico conducen a que la comunidad internacional pierda interesantes oportunidades de consensuar estrategias globales ajustadas a la necesidad de dar lugar a acciones eficaces, y agranda la desconexión que existe entre los gobiernos y la ciencia respecto a las crisis, sean éstas de naturaleza ambiental, sanitaria o climática, todas ellas consecuencia de la misma y muchas veces mencionada causa: el calentamiento global. Además, es vital tener en cuenta que la lucha contra el calentamiento global es una cuestión transversal que compromete por igual a ámbitos tan diferentes como, entre otros, el de las finanzas, la ciencia, la industria, la producción de energía, el transporte, la edificación, el territorio natural, la biodiversidad y la agricultura.
Esta realidad es otro recordatorio de que, de una vez por todas, la humanidad ha de reflexionar, aprender la lección y optar por la sensatez. En momentos en que diversas crisis y emergencias azotan al Planeta, todo el mundo está inmerso de modo desesperado en buscar soluciones para paliar o eliminar sus efectos, olvidando que, para lograr resultados eficaces, la atención se debe centrar en corregir las causas que las han generado. Si no se actúa así, los problemas volverán a repetirse una y otra vez con iguales o peores secuelas, ya que contingencias de similar dramatismo están esperando a la vuelta de la esquina.
El Planeta se encuentra en peligro. A un entorno geopolítico confuso e inestable se suman la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad, el riesgo de suministro de recursos naturales, y la falta de consenso transversal para emprender las acciones que eviten el caos. Ya no hay tiempo para la imprudencia, la irresponsabilidad, la indiferencia y la negación de las evidencias. Es urgente adoptar medidas efectivas para garantizar un futuro seguro y acogedor para los habitantes de la Tierra, teniendo en cuenta además la paradoja de que se dispone hoy en día de valiosas herramientas para alcanzar este objetivo, pero que de nada sirven si no se emplean de modo oportuno y responsable.