Arde la tierra: ¿otra pandemia?

Arde la tierra: ¿otra pandemia?

Durante los últimos meses el mundo se ha visto afectado por incendios forestales de descomunal magnitud, que han destruido o dañado la biodiversidad y el patrimonio natural de numerosas regiones del planeta. Las secuelas de este drama han de servir de aviso para centrar la acción en eliminar las causas que de modo reiterado dan lugar a este tipo de situaciones, y así evitar tener que paliar sus efectos cuando éstas adquieren magnitudes caóticas.
23 Septiembre 2020

Cada año se difunden a los cuatro vientos y desde diferentes fuentes mediáticas las perturbadoras noticias que relatan la descomunal cantidad de incendios, inundaciones y sequías que asolan y destruyen en diversas regiones del mundo pueblos, urbanizaciones, superficies forestales, campos de cultivo y bosques de gran valor patrimonial. Estas noticias constituyen la confirmación de que las medidas para prevenir estas calamidades, a menudo publicitadas solo con intención sensacionalista, no han sido eficaces para evitar, y ni siquiera para frenar, la ola de episodios destructivos que se repiten con puntual periodicidad, como si se tratase de una epidemia contra la cual no ha sido posible descubrir ninguna vacuna ni ningún anticuerpo medianamente eficaz.

Estas lamentables noticias obligan a recordar los primeros pasos que se dieron a nivel mundial en materia de protección ambiental, cuando, en 1972, Naciones Unidas organizó en Estocolmo la primera Conferencia Internacional sobre Medio Ambiente. Esta reunión de expertos y autoridades de alto nivel, que también fue llamada “Cumbre de la Tierra”, fue el preludio de otras que años más tarde la siguieron: la de Río de Janeiro (1992), la de Johannesburgo (2002), y unas cuantas más que a lo largo del tiempo llevaron a desencadenar los Protocolos de Kioto, las COV, los Acuerdos de París, y las incontables y controvertidas políticas de reducción de los Gases de Efecto Invernadero. En su día, marcaron tendencias importantes en materia de protección de los recursos del planeta, y sentaron las primitivas bases de las opciones que hoy en día respaldan las conocidas estrategias contra la crisis climática, la salvaguarda de la biodiversidad, la apuesta por la sostenibilidad, o la necesidad urgente de repensar y reconducir la economía, los modelos de producción, y los hábitos de comportamiento de la sociedad civil.

Cuando se llevó a cabo la Conferencia de Estocolmo, el “slogan” que entonces invocó como principio fue: “Si no eres parte de la Solución, eres parte del Problema”. Esta simple frase inspiró a algunas personas, instituciones, profesionales multidisciplinares y organismos a unir esfuerzos, y a llevar a la práctica campañas de sensibilización y promoción sobre los aspectos más elementales de la protección ambiental. Sin embargo, las repercusiones de estas iniciativas no fueron relevantes, y a quienes, con la mejor voluntad, insinuaron acciones en este terreno, se les tildó de ilusos, de idealistas, de utópicos, e incluso, de románticos y de derrotistas. Se constató que, en aquellos momentos, el medio ambiente no era un asunto de importancia ni para la sociedad ni para los gobiernos de turno. Entonces, era más urgente resolver otras prioridades que, aunque legítimas y loables, ofrecían la posibilidad de conseguir réditos más inmediatos para una sociedad ávida de igualdad y de solidaridad, que buscaba un camino más directo hacia el logro del ansiado estado de bienestar.

Lo anterior obliga hoy a reflexionar sobre varias cuestiones en relación con la urgente necesidad de proteger el patrimonio natural de la humanidad, sustituyendo la fatal costumbre de “reparar” o “corregir” hechos consumados, por la adopción inteligente y responsable de los principios elementales de la “prevención”, una opción inexcusable que debe ser enfocada de acuerdo con el alcance más amplio de su definición conceptual. El hecho de tomar como ejemplo uno de los escenarios más dramáticos de los desastres naturales, el de los incendios forestales, no significa que las incógnitas sean conceptos aplicables exclusivamente a este terreno: los glaciares de la tierra se están fundiendo, el nivel de los océanos aumenta, y la temperatura del planeta es cada vez más elevada, razones de más para hacer estas reflexiones extensivas a la totalidad del término “medio ambiente”, una expresión que envuelve relaciones e interacciones amplias y complejas que hoy nadie está en condiciones de negar.

Constatada esta realidad, los aspectos que han de servir de base para la reflexión y el debate que el tema requiere, son los expuestos a continuación.

  • ¿Por qué se anuncian a los cuatro vientos campañas de prevención de incendios, que impactan con dudosa eficacia por la vía sensacionalista, pero que no consiguen llamar la atención de la ciudadanía sino cuando la devastación ya se ha producido? El despliegue de recursos para extinguir los incendios forestales adquiere características de espectáculo mediático, pero solo impacta como producto del efectismo cuando el desastre es un hecho consumado. Ninguna acción preventiva, ni ninguna estrategia de formación y sensibilización pública, han sido publicitadas con fuerza suficiente para generar actitudes responsables por parte de administraciones y ciudadanos. Al final, todo se traduce en lamentos, y en la cómoda denuncia del chivo expiatorio más próximo o probable, sin que se desarrollen acciones preventivas eficaces, ni se apliquen sanciones disuasivas contundentes que lleven al escarmiento a los presuntos autores de los siniestros, o desaconsejen a aquellos que puedan sucumbir a la tentación de llegar a serlo. Lo que ocurre con los incendios forestales es también extrapolable a otros desastres naturales, tales como sequías, inundaciones, tornados, erosión de la tierra, desertización, así como a otros efectos negativos sobre el medio ambiente consecuencia de la interacción de múltiples factores. Tras todos ellos se esconde el fantasma del calentamiento global y de la crisis climática, fenómenos que muchos se niegan obstinadamente a reconocer, pese a que sus comprobadas causas, así como sus secuelas, son evidentes. Y esta lamentable situación es consecuencia de muchos años de miopía preventiva, de imprudencias, y de la prevalencia de intereses especulativos.
  • ¿De qué sirven las experiencias del pasado si no se aplican a corregir errores y a mejorar las estrategias preventivas? Confirma esta cuestión el hecho de que, como en el caso de los incendios forestales, la acción se centra fundamentalmente en “apagar fuegos”, en controlar los efectos de la devastación, olvidando que lo fundamental yace en controlar las causas que a lo largo del tiempo han conducido a esta situación: crisis climática, calentamiento global, sequías crónicas, deforestación masiva para implantar la agricultura extensiva, y un largo etcétera de acciones resultado de la imprudencia y de la especulación. La repetición crónica de los incendios forestales que cada año arrasan grandes territorios, es consecuencia de carencias en los métodos y sistemas empleados en la gestión forestal y en las campañas para prevenirlos y controlarlos. No se controlan las causas de incendios como los que durante los últimos años han destruido, entre otras, grandes superficies de la selva Amazónica, de Australia, de Estados Unidos y de Europa. Mientras buena parte de áreas y regiones del mundo sufre devastadores incendios forestales y se lucha desesperadamente para paliar los efectos de la catástrofe, se constata la inacción y se olvidan las medidas preventivas para ponerles freno de modo eficaz y definitivo.
  • Muchos piensan a fe ciega que el estado de bienestar es algo inamovible, que es un derecho adquirido y gratuito. Se ven emborrachados y deslumbrados por el éxito que proporcionaron los años de vacas gordas previos a las recientes crisis, durante los cuales vivieron en un mundo de fantasía, pero aún no han aprendido ni aprobado las lecciones que con dramática claridad insinuaron dichas crisis. ¿Acaso la humanidad insiste en seguir viviendo de acuerdo con unos esquemas respaldados por la bonanza, porque aparentemente las cosas iban bien, sin tener en cuenta que tenían fecha de caducidad y conducían al caos? Para constatar esta lamentable realidad, no hay más que observar cómo muchas empresas murieron de éxito durante la crisis económica del 2008 por no saber rediseñar y reconducir a tiempo sus modelos de negocio. Y cómo simples ciudadanos, por ingenuidad, negligencia o ignorancia, vieron evaporarse sus ilusiones cuando les fue imposible alcanzar niveles de vida alejados de los medios y recursos que disponían.La indolencia vuelve a tropezar una y otra vez con la misma piedra, y la humanidad no aprende la lección. Es cierto que el actual entorno geopolítico, cuyas principales características son la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la dificultad para planificar, entorpece la adopción de medidas preventivas contundentes, pero ello no es excusa para actuar sin visión de futuro, ni para dejar de lado el ejercicio inteligente de la imaginación y de la creatividad, base para emprender con éxito toda labor constructiva.

Al plantear con sentido global la sostenibilidad y la gestión de recursos, sus principios se deben aplicar de modo transversal a todos y cada uno de los aspectos que permitan garantizar la estabilidad del planeta y la vida de sus habitantes, incluyendo en el proceso el compromiso de participación proactiva y responsable de todos los agentes implicados en ello. El tiempo ha confirmado la validez de las previsiones y de los postulados generados durante las Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente. La primera, la de Estocolmo, coincidió con la publicación y se asentó en el estudio “Los límites del crecimiento”, dirigido por Dennis L. Meadows, y elaborado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). El trabajo fue realizado a solicitud del Club de Roma, grupo internacional de empresarios, científicos y profesores creado en los remotos años setenta del pasado siglo, abocado al análisis de los problemas ambientales que entonces comenzaban a manifestarse de modo revelador. El citado estudio puso en relieve la necesidad de modificar las tendencias del desarrollo, destacó las características y los límites del modelo tradicional de crecimiento, y estableció las condiciones para prosperar en un planeta estable y respetuoso con el medio ambiente.

La creciente complejidad del actual marco geopolítico y económico, la globalización, y la interdependencia de los sistemas, refuerzan hoy en día la necesidad de promover el desarrollo sostenible como respuesta a este desafío. Pasados más de cuarenta años desde la publicación del informe del MIT, y salvo tímidas incursiones por parte de algunas organizaciones e instituciones públicas y privadas, aún no han sido adoptadas las medidas elementales para reorientarlo de modo eficaz, prueba de lo cual queda reflejada en el hecho de que, entre otras anomalías, las emisiones de gases de efecto invernadero causantes del calentamiento global siguen hoy creciendo a ritmo alarmante.

Nadie discute hoy la necesidad de adoptar medidas contundentes para evitar los desastres naturales que acosan cada día con mayor frecuencia e intensidad a naciones del mundo entero, todos ellos resultado de no aplicar a tiempo las medidas para evitarlos, o al menos, para reducir sus efectos negativos. Se cuenta actualmente con medios, métodos y sistemas que los avances tecnológicos ponen a disposición para ser utilizados con éxito en la prevención de este tipo de desastres, entre los cuales, por citar los más conocidos, están la meteorología, las herramientas de geolocalización vía satélite, las técnicas avanzadas de gestión forestal y de recursos hídricos, y las opciones de formación, divulgación y sensibilización pública por la vía de Internet y de las redes sociales. Todo ello, sin descartar la valiosa contribución que, en materia de control y vigilancia ambiental, deberían prestar de modo solidario y organizado la policía y las fuerzas armadas, reforzando la acción de iniciativas voluntarias tales como las agrupaciones de defensa forestal, las organizaciones sin ánimo de lucro y los grupos ecologistas.

Aplicada con proyección holística y transversal en el mundo global, la acción ambiental constituye para las naciones industrializadas no solo un reto de obligado cumplimiento, sino también una valiosa alternativa para frenar el deterioro de los recursos naturales, y asegurar por esta vía la sostenibilidad y la diversidad en la Tierra. Pero también representa para ellos una herramienta reactiva de gran valor a la hora de corregir los efectos negativos a los cuales han conducido modelos de desarrollo a menudo marcados por la irresponsabilidad, la improvisación y el despilfarro. En igual sentido, para las naciones en desarrollo actuar preventivamente constituye un ineludible compromiso, pero también una verdadera oportunidad, aquella que surge de aprovechar el análisis de los errores propios y ajenos del pasado, extraer de ellos las lecciones pertinentes, y capitalizar todo este conjunto en beneficio de la adopción de iniciativas políticas, sociales y económicas que conduzcan a la consolidación de un planeta acogedor, equilibrado y estable.

Es un hecho que actualmente el multilateralismo se manifiesta en contra de la transversalidad. Eventos como las Cumbres o las Conferencias internacionales sobre el clima y el medio ambiente, donde negocian y deben ponerse de acuerdo cerca de 200 países, constituyen el mejor ejemplo de multilateralismo. Sin embargo, las presiones y enfrentamientos presentes en el crispado entorno geopolítico conducen a que la comunidad internacional pierda interesantes oportunidades de consensuar estrategias globales ajustadas a la necesidad de dar lugar a acciones eficaces, y agranda la desconexión que existe entre los gobiernos y la ciencia respecto a las crisis, sean éstas de naturaleza ambiental, sanitaria o climática, todas ellas consecuencia de la misma e innumerables veces mencionada causa: el calentamiento global. Además, es vital tener en cuenta que la lucha contra el calentamiento global es una cuestión transversal que compromete por igual a ámbitos tan diferentes como, entre otros, el de las finanzas, la ciencia, la industria, la producción de energía, el transporte, la edificación, el territorio natural, la biodiversidad y la agricultura.

Esta realidad es otro recordatorio de que, de una vez por todas, la humanidad ha de reflexionar, aprender la lección y optar por la sensatez. En momentos en que diversas crisis y emergencias azotan al planeta, todo el mundo está inmerso de modo desesperado en buscar soluciones para paliar o eliminar sus efectos, olvidando que, para lograr resultados eficaces, la atención se debe centrar en corregir las causas que las han generado. Si no se actúa así, los problemas volverán a repetirse una y otra vez con iguales o peores secuelas, ya que contingencias de similar dramatismo están esperando a la vuelta de la esquina.

La Tierra se encuentra en alerta roja. A un entorno geopolítico confuso e inestable se suman la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad, la crisis sanitaria, el riesgo de suministro de recursos naturales, y la falta de consenso transversal para emprender las acciones que eviten el caos. Ya no hay tiempo para la imprudencia, la irresponsabilidad, la indiferencia y la negación de las evidencias. Es urgente adoptar medidas efectivas para garantizar un futuro seguro y acogedor para los habitantes de la Tierra.

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