¿Es importante un programa de Seguridad y Educación Vial Municipal?
¿Es importante un programa de Seguridad y Educación Vial Municipal?
En su articulado esta constitución, incorpora un texto contundente al referir que se reconoce la existencia del Municipio como una comunidad natural fundada en la convivencia, resaltando así la importancia del origen común de las personas y la condición de compartir un espacio, una historia, una cultura y objetivos comunes de vida.
En su preámbulo por su parte, asegura la autonomía municipal y el acceso de todas las personas a la justicia, la educación y la cultura; y promueve una economía puesta al servicio del hombre y la justicia social, lo cual constituyen objetivos de incuestionable trascendencia para cualquier persona y/o comunidad.
También es destacable y resulta muy útil para el espíritu de esta nota, cuando dispone que todas las personas gozan del derecho a la vida, a la integridad psicofísica y moral y a la seguridad personal, para finalmente agregar que el municipio debe garantizar el más completo bienestar piscofísico, espiritual, ambiental y social de sus vecinos.
Indudablemente que estos principios y objetivos deben ser comunes a todas estas organizaciones comunales del mundo entero, nacidas y desarrolladas para ordenar, brindar mejores condiciones de vida y potenciar el crecimiento de sus ciudadanos.
Como puede advertirse, el sentido de estas reflexiones es introducirnos en la discusión sobre la importancia de fomentar que los municipios implementen políticas locales de tránsito, seguridad y educación vial, destinadas lograr una movilidad urbana segura y una buena convivencia vial.
Este objetivo de fomentar localmente las políticas activas de tránsito se funda en la convicción que los programas más exitosos dependen no solo de sus planteos técnicos, sino principalmente de que sus acciones se vinculen a características identitarias locales, con una contextualización de sus postulados en función de su cultura, costumbres e historia común. Además, la valoración de los ejecutores de las acciones se potencia por el conocimiento y la confianza en sus autoridades, aumentando con ello las posibilidades de éxito de los programas viales.
Esta conclusión, pareciera ir a contramano de lo que venimos observando desde hace muchos años, pues existen muchísimos programas desarrollados y ejecutados por organismos internacionales (Naciones Unidad, OMS, organismos multilaterales, fundaciones, empresas multinacionales o asociaciones civiles, por solo mencionar algunas), que gozan de prestigio y reconocimiento y que se han involucrado con el objetivo de generar una nueva realidad vial, con menos siniestros y más calidad de vida.
Es innegable su aporte y en lo personal, creo que fueron muy importantes en lograr que se visibilizara el tema de la siniestralidad vial y sus devastadores efectos en vidas humanas y costos económicos asociados a ellos.
Por ello, no se trata de desconocer tales logros, sino de profundizar una alternativa que acelere un proceso que aún no se ha conseguido en muchos países del mundo: un involucramiento decisivo del ciudadano común en tratar de dominar la pandemia de la inseguridad vial, tal como sí se logró con la del Covid-19, por ejemplo.
Allí reside la trascendencia de esta propuesta, pues en el “terruño” se dan las condiciones para lograr la visibilidad del problema desde los primeros años de vida y allí poder brindarse el proceso enseñanza-aprendizaje que permita adquirir los buenos hábitos en la movilidad y la oportunidad de poder naturalizar las prácticas seguras en cualquier desplazamiento.
No debe olvidarse que en el lugar donde se nace y se crece suceden una innumerable cantidad de situaciones, cuya comprensión servirá para definir nuestra posición frente al tránsito, sus riesgos y sus consecuencias.
Por solo mencionar esas situaciones de la vida diaria que suceden en nuestro pueblo o ciudad, que tendrán fuerte repercusión en nuestros hábitos y costumbres en el tránsito:
* Se aprende a:
- caminar, correr, saltar y usar la vía pública, para desplazarse o para jugar;
* conocer de lenguajes, respetar reglas y compartir espacios;
- ser pasajero o transportado en un vehículo;
- cruzar la calle, respetar la autoridad o un semáforo;
- conducir triciclos, patinetas y bicicletas;
- convivir con otras personas y vehículos;
- consumir y en su caso, abusar del alcohol;
- conducir vehículos automotores;
- reconocer los riesgos en las acciones que realiza y la forma de evitarlos o disminuirlos;
- desarrollar los principios de solidaridad, respeto por el otro, tolerancia y aceptación de las normas que los garantizan;
- valorar la vida en todas sus manifestaciones;
- creer en la educación y que ella es el pasaporte para crecer y llegar a la adultez en las mejores condiciones.
Estoy convencido que dejar que estos aprendizajes ocurran sin que podamos incorporar, durante su desarrollo, los conceptos principales de la movilidad y seguridad vial aplicables, implica una pérdida irremediable y de muy difícil reversión, pues la reeducación vial de los adultos resulta más compleja, costosa y de un éxito limitado.
Una formación vial contextualizada y respetuosa de los distintos momentos y etapas de la vida del ciudadano, debería constituir un objetivo innegociable en los programas de seguridad vial, para lo cual la mayoría de los proyectos internacionales no se han preparado, pues la mayoría de ellos centran sus propuestas en mejorar el vehículo, las vías, atención de víctimas, control y sanción de las infracciones y adecuación de las normas legales.
Como lo he sostenido en anteriores oportunidades, existe un descreimiento de la importancia de la educación vial en los programas de seguridad, entendiendo esa opinión se basa en los errores importantes que se cometen en la definición de los contenidos y en la falta estrategias pedagógicas de los responsables en impartirla.
Por todo lo expuesto, entiendo que sería muy positivo incorporar activamente a los municipios en la formación vial integral de sus vecinos, no solo a partir del interés de éstos en conducir un automotor, sino desde el primer momento que se pueda, siendo decisivo apoyarse en el sistema escolar, desde su ingreso y a lo largo del trayecto formal hasta su egreso.
Pero ahí no acaba todo, los municipios pueden generar múltiples espacios de formación y concienciación, tales como talleres específicos para sus docentes, desarrollo de campañas de ciudadanía y comportamientos seguros en sus desplazamientos, y una infraestructura vial en donde se priorice la seguridad integral de sus vecinos.
También resulta aconsejable el diseño de un centro formal (parques temáticos de formación vial) para la enseñanza de las prácticas viales seguras, contextualizando sus propuestas a la edad, a las costumbres, hábitos y realidad espaciotemporal de la propia comunidad en donde se desarrollan.
Lo desarrollado no pretende desconocer el valor de los esfuerzos internacionales que han colocado en un lugar importante de la consideración pública a la seguridad vial, sino proponer un abordaje distinto y pleno de posibilidades, buscando que las buenas prácticas en el tránsito se incorporen plenamente a la vida comunitaria, en donde finalmente, se adquieren la mayor parte de nuestros hábitos para la vida, la convivencia y el cuidado de la integridad personal.
Disminuir las muertes evitables en el tránsito nos debe interpelar a abrir nuestra mente y explorar nuevos caminos para la prevención, buscando nuevas alternativas poco exploradas hasta el momento.