El cerebro necesita emocionarse para aprender
El cerebro necesita emocionarse para aprender
El fracaso escolar es uno de esos términos injustamente utilizados. Normalmente se refiere a los estudiantes que no demuestran los conocimientos mínimos que exige el sistema educativo y que, por lo tanto, no obtienen su correspondiente título. Supone una preocupación social casi permanente en España y provoca acalorados debates sobre el modelo educativo, la calidad de la enseñanza y la capacidad de maestros y profesores.
Sin embargo, también cabría preguntarse si su expresión opuesta, el éxito escolar, “consiste en que los alumnos y alumnas vomiten lo memorizado en un examen, sin aprendizaje real, pero con una calificación positiva en sus notas”. Con estas palabras, el responsable de proyectos y transformación pedagógica y metodológica de NIUCO, Javier Espinosa, hace mención a la necesidad de replantearse el proceso de enseñanza-aprendizaje para hacerlo más eficiente. Para ello, propone aplicar técnicas y metodologías avaladas científicamente por la neurodidáctica, cuya eficiencia ha quedado demostrada de forma empírica.
Reconocido en 2015 con el Premio Nacional de Educación, este docente se mueve entre la enseñanza secundaria y la universidad, donde forma a futuros profesores y les explica cómo la neurociencia pone en evidencia qué estrategias didácticas funcionan y cuáles no.
La visualización de la actividad cerebral a través de las máquinas de neuroimagen ha permitido a los expertos bucear en la masa gris y conocer de forma directa cómo funciona el proceso de aprendizaje. “Ahora sabemos que el cerebro construye la información nueva siempre sobre datos previos o que la atención plena de los estudiantes no perdura más de 15 o 20 minutos”. Para Espinosa esto demuestra que la clase tradicional con instrucción directa, donde el alumnado recibe la información de forma pasiva y a través de un único sentido, no es realmente eficaz “porque el cerebro se aburre y le apetece hacer otras cosas”.
“Aunque la neuroeducación es una ciencia en pañales —destaca Espinosa— y tampoco debe entenderse como una panacea”, sí pone en evidencia que el camino adecuado para conectar con los alumnos y alumnas es “la estimulación multisensorial para avivar su curiosidad”. Todo indica que el objetivo final ha de ser, precisamente, fomentar la motivación de los jóvenes. Por eso el docente debe conseguir transmitir los contenidos de una forma atractiva. “El cerebro necesita emocionarse para aprender” y para ello hay que generar deseo. “Es fundamental producir un neurotransmisor llamado dopamina que es el encargado de activar las funciones ejecutivas”, explica.
“Ahora sabemos que la atención plena de los estudiantes no perdura más de 15 o 20 minutos”
Y es que los senderos ignotos que comienza a recorrer la educación parten de nuevos conceptos, pero de metodologías no tan innovadoras como pudiera parecer. Por un lado, las nociones de inteligencia y aprendizaje han cambiado con la confirmación científica de que no se deja de aprender en toda la vida, ya que siempre se pueden crear nuevas conexiones neuronales. De hecho, términos como plasticidad cerebral, integración sensorial o neuronas espejo comienzan a ser ‘vox pópuli’ entre los docentes.
Por otra parte, técnicas como el aprendizaje basado en proyectos, la clase invertida o la gamificación suponen el camino a seguir, aunque “no son tan novedosas porque realmente se llevan poniendo en práctica toda la vida”. Espinosa aclara que se trata de estrategias docentes “bien conocidas, que ahora se están reorganizando y la neurociencia está poniendo sobre la mesa su eficacia”.
Respecto a las TIC o tecnologías de la información y la comunicación, lo tiene claro: “No suponen la gran revolución que parecían y no implican necesariamente que los alumnos y alumnas aprendan mejor; simplemente la información les llega ahora a través de otros canales, pero los métodos de enseñanza son los mismos”.
Espinosa destaca la importancia del autoaprendizaje en contacto con los compañeros porque desarrollan habilidades y destrezas útiles para la vida
Para conseguir que los estudiantes tengan capacidad y ganas de aprender, Javier Espinosa apuesta por la gamificación como estrategia motivadora. Destaca la importancia del autoaprendizaje de los chicos y chicas en contacto con sus compañeros, “porque sirve para desarrollar habilidades y destrezas realmente útiles en su vida diaria que, de otra forma, pueden quedar relegadas a un segundo plano”. Pero subraya que siempre hay que partir de sus intereses e inquietudes.
El profesor debe ser un facilitador, que domine la materia que imparte, pero también tiene que conocer a su grupo de clase para conectar las dinámicas y mecánicas del juego con los contenidos de una forma más agradable. No obstante, Espinosa puntualiza que “gamificar no es jugar”, y añade que la verdadera gamificación consiste en que el proceso de enseñanza-aprendizaje tenga “aspecto de juego”, sin serlo realmente, con el objetivo de “potenciar los procesos de motivación” a los que hace referencia la neurodidáctica.
Reconoce que no es sencillo aplicar la gamificación, ya que es un proceso complejo que requiere gran esfuerzo y cuyos resultados son difíciles de medir. Para facilitar su correcta utilización, hace cuatro años nació una comunidad de profesores con el propósito de intercambiar conocimientos y experiencias a través de internet. Actualmente, Espinosa preside la asociación Gamifica Tu Aula, donde los integrantes enfocan el juego como una herramienta didáctica más y cada aportación es válida. El colectivo es también el encargado de organizar las Jornadas del Juego, la Gamificación y el Aprendizaje. Este evento reúne anualmente a cientos de profesores “para compartir sus prácticas e ideas entre iguales”, a través de talleres, reuniones y ponencias, con el firme y único objetivo de mejorar el aprendizaje de sus alumnos y alumnas, y minimizar el mal llamado fracaso escolar.