El derecho a caer mal

El derecho a caer mal

Tratar de agradar a todo el mundo es un objetivo inalcanzable e irreal que solo trae frustración. Aunque la necesidad de aprobación suele hundir sus raíces en la infancia, que nuestro bienestar mental y emocional esté supeditado a ella solo conseguirá poner en juego nuestra identidad.
11 Febrero 2024

Nos gusta gustar. Al menos a la mayoría de las personas. De lo contrario, no sembraríamos las redes sociales de contenido perfectamente dirigido a recibir me gusta, elogios sobre lo maravilloso que ha sido nuestro viaje o comentarios acerca de lo interesante que se ve nuestro nuevo look. Y no hay nada extraño en ello. Somos seres sociales y, por tanto, nos nutrimos en buena medida de la aceptación y el aprecio ajenos. El problema surge cuando pretendemos gustar o caerle bien a todo el mundo y nuestra consistencia emocional depende de lo que le parezcamos a las demás personas. Cuando una crítica o una mala opinión hacen mella en nuestra autoestima y llegamos a sacrificar nuestra forma de pensar o de actuar solo para agradar a otros, quizá sea hora de pensar en que algo no va por muy buen camino.

La necesidad de aprobación hunde sus raíces en la infancia. A través de la interacción con nuestras figuras de referencia buscamos protección, seguridad y confianza. Si nos quieren, nos valoran y refuerzan nuestras capacidades, tendremos más facilidad para encontrar el bienestar emocional y nuestro aprendizaje será más provechoso. Pero estos vínculos no siempre se desarrollan de la manera idónea, no recibimos los cuidados óptimos para nuestra trayectoria vital y al crecer lo hacemos con carencias que se traducen en consecuencias a nivel psicológico. Una de ellas se puede ver reflejada en querer aceptación y aprobación por parte de todo el mundo. Pero, ¿realmente lo necesitamos?

Atrévete a no gustar (Zenith, 2018) se convirtió hace algunos años en uno de los libros más populares de Japón, y también ha tenido repercusión en España y Estados Unidos. En él se reflejan las conversaciones que mantienen un joven y un filósofo. El maestro Ichiro Kishimi y Fumitake Kogamantienen dialogan en un debate socrático con un eje muy claro: todos los problemas de nuestra vida se vinculan con las relaciones con las demás personas. En un determinado momento, el maestro afirma: «Cuando una relación interpersonal se cimienta en la recompensa, hay una sensación interna que afirma que «te he dado esto, así que tú tienes que devolverme esto otro», lo cual es una fuente inagotable de conflictos».

Se trate de una película, un libro o una persona famosa, siempre podrán encontrarse malas críticas

Una cuestión clave pasa por que entendamos que, aunque queramos, es imposible caerle bien a todo el mundo. Se trata de un objetivo irreal e inalcanzable, y muchas veces inconsciente, que solo provoca frustración y malestar. Los valores, el sentido del humor, la ideología, los gustos o las aficiones de alguien coincidirán o serán compatibles con algunas personas, y no lo serán con muchas otras, y eso no tiene que ver con nuestra personalidad, sino con múltiples factores que operan en la gente y que no podemos controlar –ni falta que hace–. Poco importa nuestro esfuerzo desmesurado o, incluso, el sacrificio que nos impongamos. Invertir demasiada energía en ello solo conseguirá poner en juego nuestra identidad y cuestionarnos de manera permanente.

Si miramos en redes sociales o foros de internet las opiniones sobre determinada persona famosa, sobre alguna película exitosa o sobre los libros más recomendados, siempre encontraremos malas críticas –destructivas incluso–. Por tanto, ¿cómo no iba nadie a criticar nuestras acciones cotidianas? Y si el problema consiste en que no recibimos interacciones (me gusta, comentarios) de nuestras publicaciones, en lugar de auto-flagelarnos y contribuir a mermar nuestra autoestima, quizá nos convendría pensar también en la inabarcable cantidad de información existente y en los algoritmos.

No obstante, es cierto que vivir en sociedad implica un equilibrio constante entre lo individual y lo colectivo. Es decir, hay una diferencia entre tratar de agradar permanentemente a todo el mundo –sin lograrlo–, y tener ciertas dificultades sociales y considerar que ciertos aspectos de nuestra personalidad podrían mejorar para que nuestros vínculos sean más satisfactorios. La meta de sentir la aprobación del mayor número de personas posible parece poco alcanzable, pero la de aprender a relacionarnos de forma más asertiva con quienes nos importan seguro que nos reporta numerosos beneficios.

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