‘Nuestra sociedad desprecia los saberes que no producen beneficio económico’
‘Nuestra sociedad desprecia los saberes que no producen beneficio económico’
FOTO: Pepe Torres. EFE
El reconocido ensayista, profesor y filósofo italiano Nuccio Ordine (Diamante, Calabria, 1958) atiende a Ethic en esta entrevista para explorar su pensamiento y su obra. Acaba de publicar en España su libro más reciente, Los hombres no son islas (Acantilado), obra que fue durante varios días el libro más vendido en la categoría de No Ficción en Amazon en todo el mundo y que cierra el bello canto de amor hacia la cultura universal que inició con La utilidad de lo inútil, traducido a 24 lenguas y editado en 33 países.
‘Escuela’ proviene, como bien sabe, del griego scholé, ‘ocio, tiempo libre’, a la vez que se asocia a la raíz del reconstruido indoeuropeo, segh, ‘sostener’. ¿El saber nos alimenta, nos libera y nos sostiene ante las adversidades de la vida?
Hemos olvidado que significa exactamente ‘ocio, tiempo libre’. Ahora la escuela y la universidad están enfocadas hacia un saber práctico, que se considera la respuesta adecuada para plantear la educación. Toda la educación tiene que estar orientada hacia la estrella polar del trabajo. No tienen como tarea principal el formar hombres y mujeres que piensen de manera independiente, sino futuros empleados. La mejor respuesta a esto se encuentra en Aristóteles: cuando le preguntaron para qué sirve la filosofía, respondió que era inútil. No sirve porque la filosofía no es servil, la filosofía te enseña a ser un hombre libre. Cuando surge esta idea del saber útil, de profesionalizar la escuela, de mirar únicamente al mercado, significa que hemos perdido la idea de la importancia del conocimiento como experiencia en sí: estudiar para ser mejores.
¿Por qué desembocamos en ese utilitarismo económico?
Es el producto de un neoliberalismo que gobierna el mundo en estos momentos y que hace pensar que lo útil es la cosa más importante de la vida, pero lo útil únicamente en un sentido económico. Hay un discurso fantástico que Federico García Lorca preparó para la inauguración de una biblioteca en su pueblo natal, Fuentevaqueros: “Si no tuviese dinero y estuviese en la calle, pediría no un pan, pediría medio pan y un libro”. Es muy importante alimentar el cuerpo para vivir, pero si no alimentamos también el espíritu, el hombre no puede encontrarse. Michel de Montaigne decía que el ser humano “no es solo cuerpo, no es solo espíritu, son las dos cosas juntas”. Sin embargo, hoy esto no está nada claro en la sociedad.
¿Estamos más aislados que antes, a pesar de vivir una época de gran esplendor tecnológico en las telecomunicaciones?
Estamos viviendo una paradoja. A través de la tecnología tenemos esta idea de que estamos conectados con los demás las 24 horas. Es cierto: puedo dialogar todo el día con gente de todo el mundo. Pero estas conversaciones, ¿son acaso genuinas relaciones humanas? No, son una ilusión. En realidad, estamos encerrados en nuestras habitaciones y acogemos la ilusión de estar hablando con todo el mundo, cuando no es exactamente así. Estoy convencido de que toda relación humana, para ser tal, exige un contacto material; es decir, dos personas que se miran a los ojos, que se hablan directamente. En este sentido, la pandemia ha sido un laboratorio. Encerrados en nuestras casas, WhatsApp o Skype cobraron una importancia vertebral al habernos permitido no interrumpir brutalmente las relaciones. Pero una cosa es un momento puntual y otra muy distinta es pensar que las tecnologías digitales deben convertirse en la forma de comunicación del futuro.
¿Ocurre lo mismo con la enseñanza?
Así es. Una cosa es enseñar presencialmente y otra, virtualmente. Si yo, como docente, estoy obligado a hablarle a una pantalla, lo puedo hacer, pero una cosa es impartir clases así bajo unas circunstancias en las que sea necesario y otra afirmar que la pandemia nos ha hecho comprender que el futuro de la comunicación es digital y a distancia. Ninguna plataforma virtual puede cambiar la vida de los estudiantes. La vida de los estudiantes solo la puede cambiar un buen profesor. Precisamente en el libro incluyo la carta de Albert Camus a su profesor en la que lo dice muy claramente: “Sin usted nada de todo habría sucedido, no habría ganado el premio Nobel”. Es muy conmovedor que el día en que Camus recibe la noticia de la concesión del premio Nobel en las primeras personas que piensa son en su madre y en su profesor de Argel. Estoy convencido de que hoy en día sigue siendo fundamental la importancia de un buen profesor.
Sin embargo, mucha gente piensa, por el contrario, que es necesario invertir mucho dinero en tecnología mientras no se forma ni se remunera adecuadamente al profesorado. Para esto último nunca hay dinero; para invertir en tecnología, sí. El reparto tendría que ser equilibrado. Pero la dignidad de la enseñanza es casi inexistente en todo el mundo, porque hoy el valor de la persona es el dinero que gana. Y esto es una estupidez: un buen profesor puede ganar poco, pero es fundamental para el futuro de una nación y de sus jóvenes. Esto viene de una raíz económica neoliberal, que es una nueva forma de egoísmo, y es pensar exclusivamente en uno mismo. Los partidos que hacen campañas como America First o France d'abord representan esa idea, la de un egoísmo individual que se convierte en un egoísmo nacional. Nuestra nación sirve, los demás no. Esto es una locura. ¿Cómo podemos vivir los unos sin los otros? ¿Cómo una nación va a vivir sin una relación con Europa, con el mundo, con una globalización más que evidente?
Actualmente es profesor en la U. de Calabria, pero antes lo fue en otras (Yale, París, Nueva York…). ¿Se está enfocando correctamente la educación?
La mercantilización de la educación no es un tema de Italia o de España, es internacional. En todo el mundo hay esta idea de pensar que el estudio debe estar al servicio de una profesión. Hay ejemplos recientes que permiten comprender los riesgos que estamos asumiendo al enfocar la educación únicamente hacia este objetivo. Uno de ellos son los rankings de mejores universidades del mundo donde siempre destacan las mismas, en su mayoría estadounidenses. Hay una explicación y reside en los presupuestos: Harvard tiene como presupuesto el 50 % del de todas las universidades italianas juntas; sin embargo, allí asisten solamente 20.000 estudiantes. ¿Cómo competir en esta situación?
Otro suceso: en la Universidad de Nueva York despiden al mejor profesor de química porque 65 de 300 estudiantes enviaron una carta al rector para quejarse de que sus exámenes eran muy rigurosos. ¿Cómo ha justificado esta universidad el despido? Debían ser gentiles con los alumnos que pagan por estudiar en su campus. Esto significa que los estudiantes compran los títulos. Es una relación mercantil. Los rankings están corrompiendo la vida universitaria. Por otra parte, a mis alumnos les digo que el discurso que Boris Johnson dio hace meses atrás a los estudiantes británicos es vergonzante, terrible. ¿Qué dijo? Que los estudiantes debían elegir las disciplinas que les permitiesen ganar dinero.
¿Cómo contrarrestar ese utilitarismo?
El premio Nobel de Física de 1965, Richard Feynman, formuló un brillante aforismo en el que comparó la investigación científica con el acto sexual: “La física es como el sexo, puede tener resultados concretos, pero no es por eso por lo que la practicamos”. Así mismo, la investigación científica tampoco debe dirigirse tanto hacia la obtención de resultados como al placer de aprender. Se practica por el placer de investigar y conocer. Este discurso es muy importante para la escuela y para la universidad. En Ítaca, el poema de Kavafis, se reinterpreta el mito de Ulises para remarcar que la importancia del viaje no era llegar al destino, sino la experiencia que el héroe acumuló en su camino.
Y hoy el acceso al conocimiento es más fácil que nunca antes... ¿Estamos perdiendo la inquietud por aprender, descubrir y saber?
Si la idea es que son valiosos únicamente los saberes prácticos que permiten un bien vivir, como dijo Boris Johnson, ¿para qué sirve estudiar griego y latín? ¿Cuál es la condición que permite apreciar la cultura, la literatura, la filosofía, el arte, todas aquellas cosas que nuestra sociedad considera inútil porque no producen provecho económico? Esa condición es la curiosidad. Albert Einstein hablaba de la “divina” curiosidad. Hoy se pregunta a los estudiantes de once años qué profesión desean, y a partir de ese momento se toman decisiones sobre a qué escuela y universidad acudirán. Einstein dijo que esta era una manera de matar la curiosidad y el interés de los estudiantes hacia el conocimiento. Esto supone toda una amenaza a la democracia. Hoy se corta la rama que no produce lo suficiente y si la universidad aplica esta lógica a la educación, se producirá una catástrofe, porque si hoy decidimos cortar la enseñanza del sánscrito, mañana acabaremos con la del griego y la del latín. Y una sociedad desmemoriada, que no tiene relación con su pasado, es una sociedad que no tiene futuro ni tendrá democracia porque la memoria es fundamental para comprender el presente y prever el futuro.
¿Cómo ve el futuro de Europa y del mundo hoy? ¿Nuestras libertades, el concepto mismo de libertad, están en peligro?
Existe una relación muy intensa entre conocimiento y libertad. Una época como la nuestra, que desprecia el conocimiento, es una época donde la ignorancia se prefigura como una amenaza contra la libertad. Pensemos en algunos grandes líderes que han gobernado países importantes. Por ejemplo, Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil. Son gente que desprecia la ciencia, que han apostado por políticas antivacunas, que desprecian la cultura porque para ellos el dinero es la única fuente de dignidad en el mundo. Su manera de pensar es una amenaza para la libertad. Nicolás Maquiavelo decía: “Quien sabe es un hombre libre, quien no sabe será siempre esclavo de otro hombre”.
Quien no sabe depende de que otra persona elija por él, porque su ignorancia le niega la posibilidad de elegir por sí mismo. Ser ignorante significa ser esclavo de otras personas. Ahora existe una ilusión de conocimiento; de hecho, hay una confusión entre información y saber. Es verdad que hay mucha información disponible, pero tenerla no significa albergar conocimiento. Además, se da la paradoja de que cuando hay mucha información es como si no hubiera ninguna, porque se genera confusión. Lo cierto es que el nivel cultural medio está descendiendo en nuestra sociedad.