En defensa del mérito. Harvard no es el camino

En defensa del mérito. Harvard no es el camino

Desde el mismísimo Harvard, llega un nuevo superhéroe, Michael J. Sandel, profesor de filosofía política, decidido a desenmascarar al nuevo supervillano global: el mérito
7 Julio 2021

 “Los Increíbles” (2004) es una de esas películas supuestamente infantiles con tanta capacidad para fijar la atención de los niños como de ofrecer a los mayores situaciones en las que reconocerse. En estas fechas de final de curso, unos cuantos miembros de la Generación X, se habrán acordado de Bob Parr–Sr. Increíble cuando le decía a Helen Parr-Sra. Increíble que en los colegios “no paran de idear métodos para celebrar la mediocridad”. Los premios a la excelencia y al esfuerzo se sustituyen por celebraciones colectivas de no se sabe muy bien qué. Prima evitar que alguien se moleste porque haya quien sea mejor en algo o quien se esfuerce por serlo. Los centros que se resisten a dejarse arrastrar por esta corriente se exponen a ser tachados de viveros de elitismo. La “guerra por el talento” que McKinsey destapó hace un par de décadas deja paso a la “guerra contra el talento”. Desde el mismísimo Harvard, llega un nuevo superhéroe, Michael J. Sandel, Profesor de filosofía política, decidido a desenmascarar al nuevo supervillano global: el mérito.

Según Sandel, la excelencia –también la académica- es cuestión de suerte: suerte de haber nacido en una familia “con posibles”, suerte de vivir en sociedades donde quien genera más valor económico es mejor remunerado y suerte de vivir en una sociedad y un tiempo en los que se valora la excelencia en determinados ámbitos y no otros. Los que logran sobresalir quieren pensar que su éxito y las ventajas que lleva asociadas están justificadas. No es así. No son más que unos privilegiados cuya tendencia a la soberbia hay que evitar alimentar. Para Sandel, la tecnocracia es la culpable de que definamos el mérito en lo privado por la capacidad de contribuir al crecimiento del PIB y de que entendamos que el mérito en lo público reside en la pericia o la capacidad técnica. Por el contrario, lo que habría que hacer es fomentar el “bien común” entendido como el cultivo de la solidaridad y los lazos de ciudadanía. Deja sin respuesta por qué es esto el “bien común”, a cuánto crecimiento están dispuestas a renunciar las sociedades para crecer en solidaridad, por qué menos crecimiento va a traer más solidaridad y ni por qué criterio quiere sustituir la competencia en la selección y promoción de funcionarios (médicos, profesores, bomberos, policías, etc.). No es descartable que estas cuestiones se traten en un futuro libro.

Sandel busca desactivar el mérito para acabar con la movilidad social como ideal

Su obra bebe de autores como Thomas Frank, uno de los referentes contemporáneos en materia de “guerras culturales”, cuando hace suya la idea de que insistir en la importancia de la educación merma la autoestima de los que no la tienen. La sensibilidad social del profesor de Harvard aflora cuando alerta contra el riesgo de que la proliferación del término “Smart” –en español traducido por “inteligente”- para referirse a cada vez más soluciones tecnológicas termine por generar una presión indeseable sobre quienes no se sientan “Smart” o no tengan una licenciatura universitaria.

Sandel busca abiertamente desactivar el mérito -esa combinación de circunstancias, talento y esfuerzo que en otro tiempo en casa y en la escuela nos animaban a alimentar- para acabar con la movilidad social como ideal y sustituirlo por la igualdad. Leyendo su libro, me vino a la mente el diálogo entre Helen Parr-Sra. Increible y su hijo Dash en el que este le pide que le deje hacer deportes para canalizar sus superpoderes en algo productivo. Ella le responde intentando evitarle sufrimiento: “El mundo solo quiere que encajemos y, para encajar, tenemos que ser como todos los demás”. En definitiva, le prohíbe ser diferente. Le obliga a renunciar a ser él mismo. Es difícil poner más claramente de manifiesto la disyuntiva fundamental entre igualdad y diversidad.

Quizá no sea casualidad que esta película fuera una creación conjunta de Walt Disney y Pixar, dos empresas en las que Steve Jobs, uno de los grandes impulsores de lo “smart”, tuvo mucho que decir. Jobs, a diferencia de Sandel, no fue ni a la Universidad Brandeis, ni a Oxford ni a Harvard. De hecho no terminó, los estudios universitarios. Su familia -adoptiva- no se los pudo pagar. Sin embargo, en su polifacética trayectoria hay pocas cosas tan referidas como su discurso en Stanford con ocasión de la graduación de junio de 2005. “Stay hungry. Stay foolish”. “Manteneos hambrientos. Que no os importe que se rían de vosotros”. En un personaje tan controvertido como él, aquel discurso dado desde la conciencia de que había empezado la cuenta atrás en su propia vida, sigue siendo un (raro) ejemplo de humildad y una llamada a proteger los propios sueños contra las vicisitudes que acompañan cualquier vida.

Este año, los Parr se enfrentan a una decisión importante. Jack-Jack ha terminado el instituto y empieza la universidad. No hay nada definitivo salvo que le ofrecieron plaza en Harvard y la ha rechazado. Helen se teme lo peor, pero a Bob, cada vez que lo piensa, se le dibuja una sonrisa tonta.

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