¿Cómo queremos que sea el mundo después de la pandemia?

¿Cómo queremos que sea el mundo después de la pandemia?

Un estudio propone un modelo para una recuperación que concilie el medioambiente y la equidad social.
21 Agosto 2020

El trabajo científico en cuestión sugiere un nuevo modelo de desarrollo para conciliar la limitación del calentamiento global y la reducción de las desigualdades sociales y económicas, las cuales se subestiman en las recetas «verdes» propuestas hasta ahora en Europa y en los Estados Unidos.

Hemos leído y visto mucho sobre cómo la biosfera está reaccionando al confinamiento impuesto por la pandemia y sobre cómo esta emergencia se asemeja o se desvía de la climática. También hemos podido ver cómo están reaccionando algunas fuerzas políticas y económicas, que presionan por el regreso a un sistema económico tradicional o proponen que se aproveche la futura fase de recuperación para acelerar la transición a un sistema de producción y de energía de bajas emisiones.

Ya conocemos bien la historia que nos llevó a esta frágil situación económica y social, pero la pregunta ahora es: ¿qué estructura política y económica puede garantizar una sociedad que sea productiva, pero con bajas emisiones de carbono y, sobre todo, sostenible?

En realidad, no faltan propuestas, y en el estudio recién publicado en Nature Sustainability, Simone D'Alessandro, profesor de economía de la Universidad de Pisa, sugiere un modelo que no se basa en el crecimiento económico perpetuo y que nos acercaría a los objetivos de los acuerdos de París (es decir, limitar el aumento de la temperatura global en 1,5 °C para finales de siglo) y los de desarrollo sostenible propuestos por las Naciones Unidas.

Para lograrlo, el modelo de D'Alessandro y sus colegas de la Universidad de Pisa y del centro de estudios Cogito de Estocolmo introduce políticas que reducen las desigualdades sociales y económicas, y al mismo tiempo empujan hacia una descarbonización de nuestro sistema. 

Un suspiro de alivio planetario, pero quizás efímero

No hay duda de que nuestro planeta ha suspirado de alivio durante este período de bloqueo forzado. Algunas ciudades del Punjab, en la India, han vuelto a ver el perfil del Himalaya, oculto antes por el smog, y hemos visto pájaros apropiarse de nuevo de playas en América del Sur o, en el Golfo de Bengala, tortugas anidar en otras playas, que antes estaban invadidas por Homo sapiens.

La contaminación se ha derrumbado desde China hasta el norte de la India, desde Nueva York hasta el valle del Po. También han disminuido las emisiones de CO2 y se estima que este año podrían reducirse en un 5,5 por ciento respecto a las de 2019. Un descenso notable, pero por desgracia aún insuficiente para lograr los objetivos establecidos en París.

Son muchas las incertezas sobre cómo se recuperará nuestra sociedad después de la emergencia de la COVID-19, pero hay dos certezas sólidas. La primera es que nuestro sistema económico ha demostrado ser vulnerable; la segunda es que seguir adelante sin mejorarlo sería irresponsable.

En una sociedad que ha estado «aparcada» durante meses, hay fuertes presiones para restablecer el sistema económico y de producción tal como era, o incluso para retroceder aún más.

Por un lado, hay fuerzas políticas que desearían utilizar los paquetes de estímulo de la recuperación para detener el proceso iniciado con los acuerdos de París. Es el caso del grupo de presión conservador Life: Powered, que escribió al Congreso de los Estados Unidos argumentando que «el cambio climático no es un riesgo inminente para la humanidad». Y que «un aumento en las subvenciones para las energías renovables dañará nuestra economía al favorecer la energía intermitente, lo que debilita nuestra red eléctrica, crea pocos puestos de trabajo y aumenta innecesariamente el costo de la electricidad».

Por otro lado, hay impulsos como el de Achim Steiner, que dirige el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) según el cual los paquetes de estímulo postcoronavirus deben alejar la economía global de la «dependencia irracional del petróleo» para avanzar hacia estrategias de transición y un nuevo crecimiento con bajas emisiones de carbono.

Pronto llegará el momento de decidir cómo reiniciar, y cada vez son más los países europeos que tienen la intención de hacerlo explotando las nuevas políticas verdes, y alejarse de la dependencia de los recursos fósiles.

Enrica De Cian, directora del Máster de Investigación en Ciencia y Gestión del Cambio Climático de la Universidad Ca’ Foscari de Venecia, señala: «Al tener que ocuparse de problemas “en su propia casa”, los Gobiernos ahora tienen que tomar decisiones estratégicas importantes. Al mismo tiempo, emergen todas las vulnerabilidades de un sistema económico interconectado y especializado en el que las empresas productoras de petróleo corren el riesgo de colapsarse. También tiemblan algunos países porque los combustibles fósiles son su principal fuente de ingresos. Sin embargo, al mismo tiempo se produce el paro de la cadena de producción de energía solar, que depende en gran medida de la producción china».

Según De Cian, los llamamientos de organizaciones como el Banco Asiático de Desarrollo y la Agencia Internacional de la Energía (AIE) son importantes para aprovechar esta oportunidad y fortalecer los sistemas nacionales de energía y reducir la vulnerabilidad a imprevistos futuros de naturaleza energética, climática o pandémica.

Por otra parte, eso es lo que dice la ciencia, incluso buena parte de las ciencias económicas, que propone cada vez más modelos del tipo postcrecimiento. «El objetivo es un crecimiento que ya no se base en el PIB, considerado durante mucho tiempo como un recorrido de crecimiento perenne, en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, es un recorrido que en pocas décadas se ha alejado de cualquier índice de sostenibilidad», manifiesta D'Alessandro.

«La incompatibilidad del sistema actual con nuestras necesidades sociales reales y los vínculos ambientales es clara», afirma.

Le hace eco De Cian, para quien «la COVID-19 y el cambio climático son problemas que surgen ambos de la mala gestión de la relación entre los humanos y la naturaleza», pero añade que la mala gestión también está dentro de nuestra propia sociedad. De hecho, según D’Alessandro, la relación entre la degradación ambiental y la desigualdad «no es una novedad en absoluto, hasta el punto que hay muchos estudios que tienen en cuenta el efecto de las emisiones y el cambio climático en la distribución de los ingresos». La desigualdad y el estado del medio ambiente, por lo tanto, están estrechamente vinculados.

Un modelo alternativo

Por desgracia, los modelos a los que se refiere el Pacto Verde de los Estados Unidos y el recientemente propuesto en Europa no lograrían garantizar a largo plazo un crecimiento del bienestar a escala mundial o nacional porque las acciones para reducir las desigualdades son insuficientes. En otras palabras, los modelos verdes permitirían una disminución decisiva en las emisiones, pero no en las desigualdades sociales, lo que significa que no satisfacen plenamente los requisitos de sostenibilidad. Y esto, subrayan los autores del estudio, no es un problema relacionado solo con las diferencias entre países industrializados y los de bajos ingresos, sino que también se da dentro de cada país.

«Además de las propuestas verdes, existe lo que hemos denominado “escenario con políticas de equidad sociales”, que permitiría una transición sostenible», añade D'Alessandro.

En la práctica, los investigadores compararon las acciones incluidas en los modelos verdes con un nuevo modelo que ellos desarrollaron. Los modelos verdes se centran en políticas energéticas e incentivos para la innovación que favorecen la productividad laboral y la eficiencia energética al centrarse en las fuentes de electricidad renovables y un aumento de estas en la combinación energética final, pero subestiman el espacio social. En cambio, el modelo propuesto en Nature Sustainability incluye acciones firmes para garantizar puestos de trabajo incluso en tiempos de emergencia, reducir el horario laboral y depender menos de la economía de mercado. Esa es precisamente la parte del sistema que se atascó en seguida durante la emergencia y que es la causa principal de otra crisis, la climática, que la COVID-19 no bloqueó.

Con los modelos verdes y con el modelo propuesto por estos investigadores se obtendría un recorte del 23 por ciento en las emisiones para 2050, pero el segundo nos haría avanzar hacia una sociedad más justa, donde se destaque el bienestar de la ciudadanía. «Y nos haría menos vulnerables a emergencias como la COVID-19», señala el investigador de la Universidad de Pisa; por ejemplo, haciéndonos menos dependientes de una economía de mercado.

Entre otras cosas, destaca aún, se podrían adquirir otros bienes, que tal vez no estén en el mercado, sino dentro de nuestro hogar o en el campo alrededor de nuestras ciudades. «De ese modo tendríamos un sistema menos vulnerable», concluye D'Alessandro y añade: «Quizás, después de la emergencia, la gente estará un poco más dispuesta a aceptar un sistema económico que sea más compatible con el medio ambiente».

Jacopo Pasotti

Artículo traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de Le Scienze.

Referencia: «Feasible alternatives to green growth». Simone D’Alessandro et al. en Nature Sustainability, vol. 3, págs. 329-335, marzo de 2020. 

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