‘Si nos ayudan, haremos grandes nuestras empresas’

‘Si nos ayudan, haremos grandes nuestras empresas’

Cuando eran niños, Aldair y Pablo Andrés fueron reclutados por las Farc. Hoy cultivan café.
11 Enero 2020
Pablo Andrés Escobar Macías (izq.), que fue reclutado a los 13 años por las Farc, hoy hace un café que ya recibe premios a nivel internacional.

¿A qué sabe la paz? “A café”, responde Aldair Charry Urrea, de 23 años de edad. No es una licencia literaria sino una sensación que él experimenta cada mañana cuando se sirve una taza en Gaitania, un corregimiento de Planadas, Tolima, y el aroma invade la montaña.

Allí, entre una tierra bendecida para la siembra y marcada por la violencia, él cultiva el grano que según su testimonio “tiene notas a caramelo a chocolate, frutos rojos, cítrico, es muy suave y de un dulzor alto”.

Habla con optimismo, con frases sencillas y una sonrisa que irradia vida. Cuesta trabajo creer que a los nueve años de edad militaba en la guerrilla de las Farc. ¿A los nueve? ¿A usted le dieron un arma a los nueve? “¡No!”, exclama. “Era muy pequeño”, dice. “Eso fue a los once porque ahí sí era más grande”, argumenta.

Su nombre de guerra era ‘Brayan’. Hay que imaginarlo delgado, asustado, con un fusil al hombro patrullando esta cadena de imponentes montañas que abrazan el espléndido Parque Nacional Natural Nevado del Huila. Una maravilla poco explorada precisamente porque durante años esta región era sinónimo de violencia.

Antes este lugar se llamaba Atá y empezó a figurar en los mapas el 5 de noviembre de 1920 al ser declarado colonia penal a donde trasladaban a quienes fabricaban licor en sus casas o lo contrabandeaban. En realidad, era un secreto a voces, que el Gobierno de la “hegemonía conservadora” la tenía para los simpatizantes del Partido Liberal. Hasta que Enrique Olaya Herrera llegó a la Presidencia y clausuró las prisiones de carácter político en el país. Atá empezó su libre urbanización, pero en cada esquina se sentía el sabor de la rebeldía.

Tanto que tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, sus pobladores sorprendieron y la rebautizaron como Gaitania, en memoria del caudillo. Era inevitable que en esta región cafetera se hablara tanto del grano del café como de política.

El azote de la represión también se sentía. En 1960 en sus calles fue muerto a tiros y por la espalda el líder comunista Jacobo Prías Alape, conocido como ‘Charro Negro’ y amigo personal de Pedro Antonio Marín, ‘Tirofijo’, a quien le había enseñado a leer. Esto provocó la declaratoria por parte de él y sus copartidarios de la República de Marquetalia, la semilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

Muchos años después, tras un rosario de muertos por el fuego cruzado, esa guerrilla, en pleno intento de expansión, puso en las manos de Charry Urrea, en el año 2005, un fusil.

Eran otros tiempos. Aquellos en los que él estaba convencido de la guerra de guerrillas y, lo más sorprendente, de que realmente con las armas iban a tomarse el poder.

Tras la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y el entonces comandante Rodrigo Londoño Echeverri, ‘Timoleón Jiménez’, las mujeres y los hombres de las Farc se dispersaron por el país inicialmente en Zonas Veredales Transitorias de Normalización que luego evolucionaron a los llamados Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), en donde ahora buscan su bienestar.

 “El proceso avanza con las dificultades naturales, pero con un éxito innegable”, dice Emilio Archila, consejero presidencial para la Estabilización y la Consolidación.

“Tenemos 12.500 excombatientes. De estos, el 98 por ciento ya está bancarizado”, lo que implica un paso importante en su nueva vida, dice él funcionario. Para él, el segmento de quienes están dedicados al emprendimiento es “positivo”. 

Explica que un proyecto individual es aquel en el que participan de una a tres personas. De estos hay en marcha 600. Los colectivos son aquellos en los que están entre 10 y 15 excombatientes. “De estos tenemos 50”, afirma Archila.

Hay proyectos de moda, cervecerías, turismo –como Caguán Expeditions, que lleva turistas al río Pato y la cuenca amazónica del río Caguán en Caquetá– y el cultivo y comercialización del café, entre otros. “Si nos ayudan, haremos grandes nuestras empresas”, dice Charry Urrea. “Creo en la paz y le apuesto desde el mundo de la caficultura”, argumenta el joven.

Hace unas semanas estuvo en Bogotá, en el moderno espacio de Boho, en Usaquén, en uno de los módulos donde él y otros excombatientes de las Farc llegaron con sus productos. “Le mostramos a Colombia que es posible hacer negocios sociales. Ellos son personas que vinieron de todo el país”, dice Paula Gaviria, directora de Compaz, una fundación que les brinda acompañamiento en esta transformación de sus vidas. “Fue un acto en donde se les demostró que los demás colombianos confían en ellos, en su proceso”.

“Esta imagen, la de excombatientes y víctimas exponiendo su trabajo, con familias del norte de Bogotá comprando para regalar a sus seres queridos en las fiestas navideñas, resume lo que ha avanzado la paz aquí”, dice Patricia Llombart Cussac, embajadora de la U. Europea para Colombia.

Charry Urrea cuenta feliz que vendió toda su producción de café que en su región bautizaron como Tercer Acuerdo y Marquetalia. 

“El Tercer Acuerdo es un café producido entre los 1.500 y los 1.800 metros sobre el nivel del mar”, dice. “Es un homenaje a nuestra memoria. El primer acuerdo de paz lo firmaron las Farc con los indígenas nasa, en 1996 en Gaitania; y el segundo fue entre el Gobierno y las Farc, en La Habana (Cuba)”. ¿Y el tercero? “Es lo que estamos viviendo allí. Nos unimos la comunidad, los indígenas, víctimas del conflicto, Universidad de Ibagué, excombatientes... para crear una marca de café que representa a la paz, ese es el Tercer Acuerdo”.

Su historia es similar a la de Pablo Andrés Escobar Macías, nacido el 16 de agosto de 1997 en El Tambo, en el Cauca, otra región de contrastes por su riqueza en recursos naturales y en biodiversidad como su desigualdad y niveles de pobreza. 

A los 13 años, Escobar Macías fue reclutado por las Farc para el frente VIII. Hoy cultiva su café en el ETCR de La Elvira. “He aprendido mucho”, relata mientras a su lado juegan sus dos niños, de 4 y 2 años. Cuando su compañera quedó embarazada, la anhelada firma era inminente y decidieron que era la oportunidad para sacar a su familia adelante.

“Ahora hay que alimentarlos y lo hacemos con el mejor café del mundo”, sentencia. No es una exageración. En estas montañas del Cauca germina el café Espíritu de Paz, que en octubre pasado recibió el premio a la calidad Ernesto Illy Coffee 2019, entregado en la sede de Naciones Unidas en Nueva York (Estados Unidos), en una elección entre 5.000 muestras del planeta.

“Es delicioso, van a probar un sabor para no olvidar”, decía Escobar Macías en el espacio de Boho, en Bogotá, ataviado con su delantal y mientras preparaba con esmero cada una de las tazas para la fila de turistas que quería comprarle. Se tomaban fotos con él, algunos lo aplaudían, a algunas señoras se les humedecían los ojos al ver a este muchacho cómo ahora, literalmente, ponía su grano para construir un país mejor.

¿Cómo se imagina el futuro? “Yo sueño con un país donde todos puedan vivir en igualdad de derechos, sin miedo, donde tengamos educación y salud gratuita y a otras cosas buenas que el pueblo necesita”, afirma Charry Urrea. 

Fueron dos niños reclutados por la guerra. Hoy son ejemplo para sus compañeros. No se quejan, no se lamentan de las dificultades tan difíciles de lo vivido, sino de la posibilidad de trabajar por un futuro mejor, por la paz, que, según ellos, huele a café de la mañana.

‘Manifiesta’, una apuesta de moda

En 2015, la joven de 24 años Ángela María Herrera Puyana fundó la organización ‘Manifiesta Hecho en Colombia’ con el sueño de proteger el tejido social y reintegrar a excombatientes de las Farc a la vida civil. Con ella trabajan de 14 exguerrilleros involucrados en el proceso de paz con este grupo armado, algunos se encargan de la confección de las prendas, elaboradas con materiales completamente locales, mientras otros se dedican la difusión de la marca ‘Manifiesta’, que ya ha montado desfiles para exhibir los vestidos, faldas y sacos con estampados alusivos a la flora y fauna del país.

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