Cuatro soluciones innovadoras hechas en América Latina que podrían cambiar el mundo

Cuatro soluciones innovadoras hechas en América Latina que podrían cambiar el mundo

Desde la lucha contra la contaminación por plásticos, hasta la búsqueda de estilos de vida más sostenibles, los jóvenes innovadores de América Latina vienen con ideas audaces e innovadoras que podrían transformar la forma en que vivimos y allanar el camino hacia un planeta más sostenible.
30 Agosto 2019

Echa un vistazo a estas cuatro innovaciones con sello latinoamericano y a los líderes entusiastas detrás de ellas.

El tesoro dentro de los aguacates

Scott Munguía produce bioplásticos a partir de semillas de aguacate. Este joven ingeniero químico mexicano descubrió en 2011 que la semilla de aguacate contiene un biopolímero similar al presente en el maíz, que se utiliza para producir bioplásticos.

En 2014, Mungía fundó Biofase, una empresa con sede en Monterrey que comercializa productos bioplásticos conformados en un 60% por el biopolímero del aguacate y en un 40% por compuestos orgánicos sintéticos.

Las pajitas y los cubiertos hechos con semillas de aguacate se descomponen en solo 240 días y no hay necesidad de incinerarlos. Esto los convierte en una alternativa sostenible para ciudades o países que carecen de instalaciones de incineración en sus plantas de residuos.

Los productos de Biofase tienen un gran potencial de fabricación. Según Munguía, 300.000 toneladas de semillas de aguacate se descartan anualmente solo en México, con lo que se podría satisfacer 20% de la demanda mundial de bioplásticos. Hasta el momento, Biofase llega a 11 países de América Latina.

A diferencia de otros tipos de bioplásticos, esta alternativa no utiliza cultivos para el consumo humano, como el maíz o la yuca. Junto con otros plásticos hechos de residuos de alimentos, los productos de Biofase podrían ayudar a responder a la creciente demanda de plásticos sin obstaculizar el progreso en la lucha contra el hambre.

“Un bioplástico tiene que ser sustentable… ¿Cómo uno hace bioplástico de alimento? Tanta gente muriéndose de hambre y hay tanto problema con los costos del maíz, que es absurdo e incongruente, (…) no hay que quitarle el alimento a la gente”, dijo Munguía.

Turbinas para salvar nuestros mares

La contaminación por plásticos es uno de los problemas ambientales más grandes de nuestro tiempo: amenaza la biodiversidad marina, las economías costeras e incluso la salud humana. Hasta 13 millones de toneladas de plástico entran en nuestros océanos cada año, el equivalente a un camión de basura por minuto. La mayor parte de estos residuos se descarga en los ríos de las grandes ciudades.

El ecuatoriano Inty Grønneberg ideó unas turbinas capaces de filtrar y retener el plástico en los ríos antes de que lleguen al océano.

Las turbinas diseñadas por Grønneberg a través de su empresa Ichthion pueden recolectar hasta 80 toneladas de plástico diariamente y se pueden instalar en las embarcaciones fluviales para que recojan los residuos mientras realizan sus traslados usuales.

"Con suerte, no será necesario desarrollar nuevas infraestructuras específicas [para retirar los plásticos]. Más bien, queremos aprovechar el máximo número posible de embarcaciones existentes", dijo Grønneberg.

En noviembre de 2018, Grønneberg fue reconocido por la revista MIT Technology Review como uno de innovadores menores de 35 años de 2018 en América Latina, y este año recibió una de las máximas distinciones del Gobierno de Ecuador. Son homenajes que Grønneberg espera le ayuden a correr la voz sobre su tecnología conseguir los US$ 2 millones necesarios para la puesta en práctica de las turbinas en Ecuador.

Solubag produce bolsas plásticas que se disuelven en agua fría en pocos minutos. También fabrican bolsas más resistentes que se desintegran solo en agua hirviendo. Foto de Solubag.

El plástico que “desaparece”

Un millón de bolsas de plástico se consume cada minuto en el mundo. La mayoría termina en vertederos o en los océanos. Este artículo creado en la década de 1960 a base de polietileno tarda 500 años en descomponerse en el medio ambiente.

Así que cuando Roberto Astete y Cristian Olivares, fundadores del emprendimiento chileno Solubag, presentaron una bolsa de plástico que se desintegra en el agua en pocos minutos, sorprendieron a muchos. ¿Acaso esto es posible?

“La gracia de esta bolsa es que se disuelve completamente en agua y el agua que queda es inocua. Se puede tomar, no tiene ningún químico”, dijo recientemente Cristian Olivares, el gerente comercial de la empresa.

¿El secreto? De acuerdo con Olivares, para las Solubag se utiliza caliza en vez de derivados del petróleo. Es por eso que su impacto ambiental es nulo si se compara con el de otras alternativas, como las bolsas oxo-biodegradables, que están hechas con base en polietileno y se desintegran en muchos trozos pequeños de plástico contaminante.

La fórmula química de las Solubag se basa en el alcohol de polivinilo (PVA), un material con el que dieron Astete y Olivares mientras trabajaban en la fabricación de cápsulas de detergente biodegradables.

Esta innovación podría ser ampliamente aceptada en Chile, donde en febrero entró en vigor la prohibición de las bolsas de plástico en los grandes comercios. Actualmente, Solubag produce sus sacos en China y analiza instalar una fábrica en Tomé, Chile. “Para llegar al mundo necesitamos tener una planta en Sudamérica”, dijo Astete.

Un hogar para una vida sostenible

El consumo de energía en nuestro hogar está altamente influenciado por las condiciones naturales de ventilación, temperatura e iluminación. Si la vivienda es muy cálida, probablemente utilicemos el aire acondicionado. Y si tiene pocas ventanas, nos apoyaremos más en la iluminación artificial.

En los próximos años, será fundamental que el sector de la construcción juegue con estas variables para aumentar la eficiencia energética y acelerar la lucha contra el cambio climático. Actualmente, 38% de las emisiones totales de CO2 relacionadas con la energía provienen del sector de los edificios, de acuerdo con el Informe de estado global de 2018.

Con este desafío en mente, un grupo de estudiantes, egresados y docentes de la Universidad ORT Uruguay creó La Casa Uruguaya, un proyecto de vivienda sostenible e inteligente que se apoya en la arquitectura bioclimática y la tecnología para reducir el consumo eléctrico mientras ofrece un estilo de vida sostenible y accesible.

La casa es básicamente una vivienda dentro de una caja, explica la Universidad ORT. Su aislamiento impide el ingreso del calor y del frío. Tiene dos techos -uno encima del otro- y, entre ambos, partes móviles que se abren o cierran a distancia para regular la temperatura interna.  Sus ventanas están estratégicamente ubicadas para mejorar la iluminación.

La casa se autoabastece con energía solar, alerta a los habitantes del desperdicio de energía, tiene un sistema de reutilización de agua y a través de sensores controla la temperatura, la humedad o la iluminación. La unidad puede instalarse en 15 días y cuesta entre US$ 50,000 y US$ 90,000.

Por su innovación y eficiencia energética, La Casa Uruguaya arrasó en 2015 con los premios del Solar Decathlon América Latina y el Caribe, una competencia académica internacional patrocinada por el Departamento de Energía de Estados Unidos. En 2016, el proyecto recibió un Premio Nacional de Eficiencia Energética en Uruguay. Actualmente, los integrantes del equipo comercializan el proyecto en su país.

¿Qué opinas de este artículo?