La revolución digital en el marco de una transformación del pensamiento
La revolución digital en el marco de una transformación del pensamiento
Sin duda, el desarrollo tecnológico y en particular el de las tecnologías de la información y la comunicación tienen mucho que ver en ello, puesto que habilita una gran cantidad de posibilidades; en primera intención, orientadas hacia la creación de una vida mejor.
Sin embargo, paradójicamente, esta inmensa capacidad creativa que el ser humano viene demostrando desde la Revolución Científica del siglo XVII, y que ahora alcanza su punto más álgido, nos desborda, genera desasosiego y sentimientos de crisis e incertidumbre que inundan cualquier ámbito de la sociedad posmoderna: aparecen nuevas formas de economía que ponen en riesgo los puestos de trabajo tradicionales, se generan desconfianzas en las instituciones que deben articular nuestra convivencia en paz y libertad, surgen nuevos contextos de vida familiar, las ciudades pretenden ser inteligentes y el mundo rural sobrevive del disfrute romántico de lo natural y del ocio.
En esta nueva era digital, el triunfo de la técnica sobre la naturaleza difumina la diferencia entre lo artificial y lo natural. Aún más: lo natural se ve devorado progresivamente por la esfera de lo artificial -como dice Jans Jonas-, generando una nueva clase de "naturaleza" en la que los valores de libertad, justicia, dignidad humana se enfrentan a un escenario totalmente nuevo y reclaman atención para ser revisados.
Algunas voces ya hablan de la necesidad de revisar el "contrato social" para dar protección al individuo en un mundo que se extiende de lo físico a lo virtual, donde los datos, almacenados en "la nube de alguien", que forman parte de nuestra vida y configuran nuestra identidad, deben ser salvaguardados del mal y del abuso del poder, que también se torna virtual. Pero Rousseau ya nos advierte en su obra original El contrato social que ganar libertades civiles supone estar dispuesto a sacrificar aspectos de la libertad natural del "buen salvaje".
Ello significa que en una sociedad digital civilizada tampoco vale todo, y además de crear normas sujetas a derecho, también exige asumir responsabilidades por parte de la ciudadanía, las empresas y las instituciones. El desarrollo de un sistema de educación cívica en valores éticos y humanidades es del todo imprescindible; no solo en el ámbito de las aulas de educación reglada, también en las empresas donde hoy se construye buena parte de lo que somos.
Por eso, cada vez más será necesario desarrollar iniciativas y crear espacios multidisciplinares para el análisis, la reflexión y el debate sobre el impacto de la digitalización en todos los órdenes de la vida humana del que extraigamos la mejor comprensión de lo que la transformación digital es, más allá de sus capacidades instrumentales. Para que veamos hacia dónde nos puede llevar y, en consecuencia, cómo debemos actuar en nuestro ámbito de actividad.
Es evidente que todo está cambiando muy deprisa; de hecho, nos preguntamos qué deben estudiar nuestros hijos cuando muchas de las profesiones a las que podrán dedicarse aun no están inventadas. Esto no hace fácil abordar el debate de la transformación digital, cuando actualmente más que claridad genera incertidumbre.
Porque para imaginar el futuro y comprender el presente es imprescindible conocer la historia por la que el ser humano ha transitado y moldeado su pensamiento. En todo tiempo, desde la llamada "revolución cognitiva", los humanos estamos invadidos de un deseo intenso por conocer la realidad y atribuirle una explicación que dé sentido a nuestra existencia.
La Grecia clásica venció al mito y otorgó al logos la explicación del universo y de nuestro sentido en el mismo. En el Renacimiento, el ser humano tomó las riendas de su propio destino y retó a la naturaleza con la actitud descubrir las leyes que la gobiernan para ponerla a su disposición. Así, la técnica hizo surgir la ciencia y el hombre desplazó a Dios en la creación del mundo.
Hoy, con los avances científicos y tecnológicos, el ser humano se ve superado por las capacidades de su propia creación. La técnica se ha emancipado de su tutela y aquello que se fundó para nuestro beneficio ha alcanzado el poder de destruirnos. El camino está en abrir nuevas perspectivas de análisis en la supremacía en las que la visión instrumental y positivista de la técnica ceda espacio en favor del pensamiento humanístico y antropológico.