Alejandro Melamed: “Todo cambia, menos el valor de lo humano”

Alejandro Melamed: “Todo cambia, menos el valor de lo humano”

Una charla con el reconocido consultor y especialista en asuntos de estrategia e innovación en Recursos Humanos para hablar sobre un fenómeno que nunca termina: la transformación del mundo y de las personas, en el marco de los incesantes movimientos tecnológicos.
8 Julio 2018

Ocurrió que, cuando cursaba cuarto año de Ciencias Económicas en la UBA, un profesor vio algo en él. Un plus, una capacidad: el chico en verdad era empático. “Vas a dedicarte a los recursos humanos”, le auguró, y lo invitó a sumarse a su equipo de trabajo. Así comenzó Alejandro Melamed a andar el largo camino que lleva recorrido como doctor en Ciencias Económicas, coach ejecutivo, consultor y especialista en temas de estrategia e innovación en RRHH. “Por entonces ni siquiera sabía que existía un área que se ocupaba de los temas humanos de las compañías”, recuerda con una sonrisa. Días atrás, ese mismo profesor le escribió un correo electrónico para compartirle que acababa de cumplir 80 años. “Él me abrió la ‘ventana de Johari’, eso que los demás perciben, pero que uno no llega a ver. La mayoría de nosotros no sabe todas las posibilidades que tendrá, incluso con cosas que todavía no existen. Se calcula que un joven pasará por entre siete y catorce trabajos a lo largo de su vida, de los cuales la mayoría ni siquiera han sido inventados”.

Así descubrió su propósito, el de acompañar a la gente en sus oportunidades y desafíos, en un ejercicio permanente de adaptación a eso que, a veces, asusta: el vertiginoso acontecer del mundo y la tecnología. “Lo que ahora parece innovador será antiguo en poco tiempo. El proceso de obsolescencia es cada vez más rápido y hay una especie de búsqueda por permanecer, en una carrera hacia arriba por una escalera mecánica que baja. El gran dilema es mantenernos vigentes sin perder la humanidad”. Autor de varios libros, entre ellos El trabajo del futuro y el futuro del trabajo (Planeta), asegura que fue justamente en el momento en que más cómodo se sintió cuando decidió dejar un gran puesto corporativo (N. de la R.: Durante diecisiete años fue vicepresidente de Recursos Humanos de Coca Cola para América del Sur) para asumir el riesgo de crear su propia consultora, Humanize Consulting.

¿Entonces qué significa mantenernos vigentes?

–Es uno de los grandes debates de este tiempo. Hace años Uber era la novedad y hoy ya es viejo. Es muy interesante la cantidad de fenómenos emergentes que aparecen y las contrafuerzas que generan a su alrededor. Lo tecnológico va a seguir evolucionando y deberemos aprender nuevas cosas. Pero lo que nunca va a ser reemplazado por la tecnología es lo emocional: ningún robot va a cuidar con cariño de un adulto mayor ni va a preocuparse por hacer la tarea con los chicos. Todo cambia, menos el valor de lo humano. La esencia es lo que nunca tenemos que perder.

¿Hablamos de desarrollar nuevas capacidades, pero fundamentalmente la empatía?

–Exacto. Hay cuatro capacidades críticas para el mundo moderno, que son ciencia, tecnología, ingeniería y matemática, agrupadas en inglés con la sigla STEM. Ahora es tiempo de desarrollar otra capacidad llamada “STEMpathy”, que es la suma de la empatía más la razón. Pero no solo se trata de ponernos en los zapatos del otro, sino de asegurarnos que ese otro sabe que lo estamos escuchando. Parte del desafío que tenemos por delante es hacer que las organizaciones sean más humanas y que las personas que trabajan sientan que pueden liberar su potencial y ser realmente lo que quieren ser.

“Lo que nunca va a ser reemplazado por la tecnología es lo emocional: ningún robot va a cuidar con cariño de un adulto mayor ni va a preocuparse por hacer la tarea con los chicos”.

¿Podemos ser felices en nuestros trabajos?

“Lo que nunca va a ser reemplazado por la tecnología es lo emocional: ningún robot va a cuidar con cariño de un adulto mayor ni va a preocuparse por hacer la tarea con los chicos”. 

–Claro, pero para eso hay que encontrar el propósito, el sentido, el para qué uno está en el mundo. Sin embargo, muchos están en lo que llamo “la jaula de oro”: se sienten enojados con el lugar donde están. Mucha gente entra a trabajar en un lugar sin demasiado razonamiento y sigue trabajando allí, aun cuando no sea lo que quiere en realidad. Eso se traduce en lo que se denomina “síndrome de domingo”; empleados deprimidos de solo pensar que el lunes tienen que volver a un lugar donde se sienten infelices, pero de donde no se van.

¿Y por qué no se van?

–Si les preguntás, responden que es porque necesitan ese sueldo para vivir. Y si les preguntás si creen que eso es vivir, dicen que es su deber hacerlo de ese modo; no ven más allá. Parte del dilema consiste en preguntarnos cómo trabajar de algo que medianamente nos guste, que sepamos hacer y que el mundo necesite, en un lugar donde se nos reconozca adecuadamente. En un contexto de necesidades básicas satisfechas, te paguen lo que te paguen, si lo que hacés no te gusta, no te sirve. Pero para dejar un trabajo, hace falta tener coraje y la gente que trabaja en relación de dependencia tiene dos características: obtiene resultados más allá de lo esperado, pero es temerosa. Espera recibir un salario a fin de mes, tener estabilidad y seguridad. No obstante, ignora que la realidad en el mundo es que ya nadie puede tener estabilidad ni seguridad.

Un fenómeno al que describís como “VICA”. ¿Qué significa?

–Que todo es volátil, incierto, complejo y ambiguo. Todo se mueve todo el tiempo. Podemos segmentar a la población de nuestro país en tres tercios, y hay dos que afrontan situaciones complejas: el que vive en el siglo XIX, gente marginada que requiere soluciones urgentes, y también el que está en el siglo XX, que trabaja diez horas y cree que va a tener trabajo toda la vida y se va a jubilar ahí. Es gente que hoy tiene estatus, pero se puede caer rápidamente del sistema. El otro tercio, la gente que está en el siglo XXI, es la que busca mantenerse vigente todo el tiempo, se capacita y compra un celular nuevo cada seis meses.

¿Cuál es el lado bueno de eso que nos pasa?

–Posiblemente, el hecho de que la mitad del tercio que está en el segmento inferior tiene un teléfono inteligente y puede utilizar herramientas tecnológicas para insertarse en el mundo. Hoy el analfabeto es el que no tiene cultura digital: capacitarse o aprender un idioma gratis son opciones que están al alcance de la mano. La tecnología tiene que servir como un catalizador, como un medio para habilitar a nuevas realidades. No es un inhibidor, como mucha gente cree.

“Hay que liberar el potencial de la gente desde la educación. La mayoría de las universidades no preparan a sus alumnos para las profesiones del futuro”. 

El malestar de los adultos con la era digital…

–Muchos dicen que el tema los excede, que todo cambia muy rápido; pero lo que tienen que entender es que la educación digital brinda un acceso mucho más veloz al conocimiento desde lo intuitivo. El ejemplo es que un teléfono celular no viene con instrucciones, ¿para qué? El avance de las tecnologías hace que cada vez sea más fácil acceder. Tiempo atrás, comprar un GPS era caro; hoy contás con un servicio aún mejor en el teléfono, y es gratis. Pero hay que abrirse a eso, no negarse. La agilidad es clave: tenés que adaptarte a cada nueva realidad que se va planteando e ir viendo cómo brindás respuestas diferenciales en función de contextos cambiantes.

Hablás de “lo líquido”, concepto que introdujo Zygmunt Bauman para hablar de una sociedad consumista, individualista y sin bases sólidas. Pero tu mirada es positiva. ¿Por qué?

–Porque relaciono lo líquido con la abundancia; no tengo dudas de que si sabemos capitalizar todo esto, tendremos oportunidades enormes y sabremos dirigir los talentos “al servicio de”. En todas las revoluciones, la industrial, la del automóvil y ahora la 4.0, siempre hubo temor acerca de lo que podía suceder. Con la llegada del auto, todos decían que sería una catástrofe laboral, pero al final aparecieron nuevos oficios: mecánicos, técnicos, choferes… Cada revolución trae cambios, sí; entonces, hay que detenerse para visualizar las oportunidades.

– ¿La inteligencia artificial nos quitará demasiados espacios?

–Un robot sustituirá a una persona en tanto y en cuanto el costo de ese robot sea menor que el costo del horario laboral humano, pero también cuando el humano no aporte un diferencial en la tarea desde el punto de vista de la emoción o del sentido común. Si esta entrevista no requiriera un pensamiento profundo para elaborar lo que estamos hablando, podría ser hecha por una máquina, pero no es el caso: vos tenés un bagaje, un estilo, un punto de vista. Eso no lo puede dar un robot. Tendremos que convivir, es la era de la convivencia. Porque es algo que llegó para quedarse y, de hecho, hemos visto solo un ínfimo porcentaje de lo que vendrá.

¿Alcanzás a vislumbrar algo?

–El último estudio de Singularity University respecto de las nuevas tendencias señala que ya se trabaja en inteligencia artificial de la emoción. La red 5G va a aumentar la conectividad de 10 a 100 gigabites. Habrá autos que vuelan, impresoras 3D que imprimen ropa… y la lista sigue. En tres años todo va a cambiar. Quizás antes. Acabo de volver de Estados Unidos y, en un bar, el trago que tomé me lo preparó un robot bartender.

Impactante y a la vez complejo, ¿verdad?

–Sí, hay cada vez más tecnología y también más miseria humana. Desechos humanos, gente que está tirada. Si no construimos una mayor sensibilidad social, puede derivar en cualquier cosa. Como siempre, las herramientas se pueden usar bien o no. Para mí, el cambio sustancial es el uso que les demos. El primer smartphone no tiene más de diez años y mirá cómo nos cambió la vida: tiene radio, agenda, Netflix, calendario, lupa, mensajería… Años atrás hacíamos cola para hacer llamadas de larga distancia con tarifa reducida, ahora hablás gratis con un amigo que está en Nueva Zelanda; los vínculos se refuerzan. Pero nuestras mentes no están preparadas para tanto movimiento.

¿Y cómo nos prepararemos?

–Abriendo la cabeza, pero también desde la contratendencia: cada día hay más personas que buscan lo artesanal, restaurantes atendidos por sus dueños, productos hechos por pueblos originarios. Son tendencias que se complementan. Los megamillonarios que viven en California eligen pasar sus vacaciones en chacras sin luz. La vida es así, ¡bienvenida la suma! Por eso, creo que el trabajo es aprender a valorar lo diferente. La principal fuente de innovación está en incorporar distintas miradas. No se trata de que las empresas solo contraten a los millennials, sino de que también haya adultos maduros, por ejemplo.

¿Qué pasa con el alma a nivel de los recursos humanos?

–El alma tiene que ver con la trascendencia y hay que entender que el trabajo es el espacio donde la gente busca dejar una huella. Entonces, si el trabajo se percibe como una tarea meramente transaccional, aparecen los dilemas. Más que recibir un salario, el tema está en generar un valor agregado para el mundo. Un propósito. Pero mucha gente no se toma tiempo para hacerse preguntas, está en piloto automático, trabaja sin parar, está cansada. No hay espacio para respirar hondo, elegir. Como digo en el libro, no se trata de empleo sino de empleabilidad: la habilidad de tener un empleo de manera sustentable no solo hoy, sino también en dos, tres, cinco años.

¿En eso las nuevas generaciones tienen algo para enseñarnos?

–Sí, porque adoptan una actitud distinta por una razón no menor: la mayoría tiene una mamá, un tío o un vecino que fue desvinculado de alguna corporación y eso produjo un proceso de decepción. Hoy un chico quiere trabajar para ir a Australia y ahí ganar plata para ir a Tailandia. La búsqueda es itinerante. ¿Qué quiero ser? Antes te matabas trabajando para disfrutar cuando te jubilabas. Debemos tomar de ellos la idea de ir viviendo mientras tanto y no “algún día”. La mirada tiene que dejar de ser a largo plazo y buscar el equilibrio. La queja que más recibo es que, a pesar de cobrar buenos salarios, los jóvenes no se quedan en sus puestos de trabajo. Y es que hay algo superior al salario económico: el salario emocional.

¿Cuándo llega entonces el cambio de paradigma a la oficina?

–Todavía falta; muchos siguen el modelo anterior. Cambiar los paradigmas significa comprender que no solo cambiaron las fichas del juego, sino que es el propio juego el que cambió. La fórmula que se aplicaba hace veinte años ya no va. Solo basta con ver cómo es el vínculo de las familias. Cuando yo era chico, mis padres no me consultaban qué quería comer; decidían ellos. Hoy la mesa es circular. La buena noticia es que eso significa el fin del liderazgo vertical. Pasamos del triángulo al círculo. En este nuevo modelo se horizontalizan las relaciones y lidera el que tiene más conocimiento o más experiencia en un determinado tema. La posibilidad de construir un liderazgo móvil es espectacular.

¿Qué haremos con el ego?

–Tal como describe el libro Egonomics, muchos cubren su carencia de autoestima a partir de un aumento del ego. Por eso, el ego puede ser nuestro principal activo o nuestro déficit más importante. Todos lo tenemos, está ahí; el tema es que podamos identificar cuándo nos juega en contra y nos ata a los modelos tradicionales en vez de generar una energía que impacte positivamente en nosotros y en quienes nos rodean, que es el principal valor que debe tener.

Hablás de un “siglo M”, en el que la mujer es protagonista. 

–Estamos llegando a la maduración de un vínculo, y el fenómeno MeToo lo pone de manifiesto para ayudarnos a comprender que la única diferencia es que la mujer puede gestar vida, pero el resto de las cosas pueden realizarlas por igual sin importar el género, sino su capacidad. La mujer suma desde las sensibilidades que el varón no tiene, y la clave está en que sean complementarias y no iguales, ni solo distintas. Del mismo modo, no sirve tener todos empleados ingenieros, y muchas compañías toman también filósofos, sociólogos y hasta biólogos, porque este mundo cambiante requiere otras formas de pensar, respuestas superadoras.

¿Qué significa este cambio de paradigma?

–Que se va a desatar un nudo y van a fluir muchas cosas. Hay que liberar el potencial de la gente desde la educación. La mayoría de las universidades no preparan a sus alumnos para las profesiones del futuro; se limitan a transmitir conocimientos, como en el siglo XIX. No tiene sentido; te olvidás de todo después del examen. Hay que generar mecanismos para aprender cosas nuevas y, sobre todo, para desaprender las que no nos van a servir para nada.

¿Por qué, aun así, se estima que tardaremos muchos años en alcanzar la paridad?

–Porque la mayor parte de las decisiones se siguen tomando con mentalidad masculina y los grandes foros de discusión dejan a la mujer de lado. Por otro lado, se está transitando una nueva masculinidad: el hombre saca licencia extendida para estar con su bebé o pide permiso para ir al pediatra. Hay que recuperar los años perdidos y crear nuevos modelos de relacionamiento. El acoso sexual y laboral es otro tema: las empresas tienen que garantizar que se brinden las condiciones para que cualquier persona pueda desplegar su potencial sin verse vulnerada por el abuso de poder de otros.

¿Te puedo pedir un último consejo?

–Es importante construir una marca personal pensando en el propio desarrollo, más allá de la compañía en la que trabajemos. Y tener cuidado con la huella digital que dejamos: hoy todos saben algo de nosotros, y una cosa es lo que somos y otra muy distinta es el relato de lo que somos, la foto. Vivimos una especie de Gran Hermano constante y permanente, y la máscara se cae rápido; no podemos simular. Eso es una suerte: se acabó el verso, llegó la era de la autenticidad y de la transparencia.

¿Qué opinas de este artículo?