Sí sabemos lo que debemos hacer con los portátiles en clase, lo que ocurre es que no nos gusta

Sí sabemos lo que debemos hacer con los portátiles en clase, lo que ocurre es que no nos gusta

Hemos discutido mucho sobre el uso de ordenadores, tablets y móviles en clase, reuniones o conferencias, la cantidad de evidencia en un sentido y en otro hace que las decisiones se acaben tomando por los prejuicios e ideas previas del que tenga que tomar la decisión.
7 Diciembre 2017

Y eso sí es un problema. No se trata exactamente de la 'ironía de los estudios científicos', se trata de un fenómeno al que tenemos que acostumbrarnos progresivamente: la evidencia cambia bajo nuestros pies y, para que nuestras decisiones sean correctas, debemos adaptarlas a ese conocimiento en permanente actualización. Así que, aunque no sepamos qué aprenderemos en el futuro, tenemos que enfrentarnos a lo que sabemos hoy por hoy: que lo más sensato es cerrar los portátiles y prestar atención.

Entender todo peor

Porque sí, conforme van pasando los años, la evidencia apunta (cada vez más) al hecho de los ordenador, las tabletas y los móviles suponen un problema para aprender. En el fondo, las cartas llevan encima de la mesa mucho tiempo: sabemos que los equipos electrónicos afectan a la atención. El mero hecho de que un texto tenga un hiperenlace ya reduce nuestra capacidad atencional. La duda es si los beneficios a largo plazo, compensan esos problemas a corto plazo.

Parece sencillo, pero nada más lejos de la realidad. Investigar el problema es complejo. Fundamentalmente, porque no todos los estudiantes usan los medios electrónicos de la misma manera. Un portátil puede ser una herramienta excepcional para completar la información de la clase, para acceder a las fuentes a tiempo real o para agilizar nuestra velocidad a la hora de tomar notas. También puede ser una herramienta ideal para pasar largas horas de clase jugando al Call of Duty o aprendiéndonos al dedillo el Instagram de nuestro famoso favorito.

Bajo las investigaciones disponibles, siempre ha sobrevolado la sombra de los problemas de selección de muestra. Es posible que los alumnos más exitosos usen estrategias que ayuden a utilizar los ordenadores a su favor; mientras que los estudiantes menos exitosos, no lo consigan. Es decir, muchos estudios no hablan tanto sobre los ordenadores o las tablas como sobre las personas que los utilizan.

Los resultados a largo plazo tampoco son positivos

Sin embargo, los estudios aleatorizados (que, a nivel metodológico, nos permiten responder a ese problema) muestran que hay algo más escondiéndose ahí debajo. Una reciente serie de experimentos de UCLA y Princeton ha señalado que, sistemáticamente, el uso de portátiles conlleva una peor comprensión de charlas, clases y conferencias.

Como comentaba, es algo que se sabe desde hace mucho tiempo. Por eso, lo relevante eran los resultados a largo plazo y los pocos estudios que han analizado el impacto a medio plazo (un semestre o un curso académico entero) tampoco se puede decir que sea mejor. Las conclusiones no son firmes, pero dibujan un panorama bastante claro y negativo.

El mayor problema: el impacto en los demás

Pero hay otro problema que resulta más difícil de superar: el efecto en el resto de los estudiantes. Es decir, el efecto del ordenador en los alumnos que, estando cerca, no están usando el ordenador. Un grupo de investigación canadiense estudió cómo afectaban el uso del ordenador a los estudiantes.

La prueba consistía en pedir a algunos alumnos que miraran cosas no relacionadas con la clase en el ordenador. Como era razonable, esos estudiantes aprendieron menos, pero lo interesante es que también afectaba a los que estaban sentados a su lado.

Este argumento es central para lo que hablábamos al principio: tomar decisiones basadas en la evidencia. Es muy probable que a medio plazo seamos capaces de organizar la docencia para que las herramientas electrónicas mejoren el aprendizaje, pero aún no lo somos. Es, a la vez, una invitación a ser sensatos y a seguir investigando.

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