En la economía colaborativa también se intercambia sudor

En la economía colaborativa también se intercambia sudor

Si Airbnb facilita el alojamiento, las plataformas de microtareas ofrecen... trabajadores
25 Abril 2017

Los portales de microtareas, una de las patas del vasto y ambiguo paraguas de la llamada economía colaborativa, le ha dado el enésimo giro de tuerca al mercado laboral. Etece.es, Cronoshare, UpWork o Click&Task son algunos de los que operan en España. Mecánico, canguro, DJ, pintor, fisioterapeuta, entrenador personal, asesor fiscal, peluquero, informático, detective privado, periodista... La lista de servicios anunciados en estas webs es amplísima. Y los precios, variables. En Etece.es, el mayor de ellos, se oferta "limpieza del hogar en Madrid" desde 9,90 euros la hora. En otros portales las tarifas no están a la vista hasta que el cliente pide presupuesto: lo que se pague o no depende de la negociación de las partes. Se puede contratar por horas o por tareas puntuales. Todo cabe en estos sites: desde profesionales altamente cualificados hasta particulares dispuestos a hacer recados. Por ejemplo, guardar cola para comprar entradas de espectáculos (esta es una de las tareas más demandadas en TaskRabbit, la web estadounidense que inauguró este modelo). De ahí la complejidad del tema: ¿cómo se debe tratar a quienes prestan los servicios? ¿Son o no son trabajadores? Y en caso afirmativo, ¿qué derechos y obligaciones tienen?

Veamos qué tiene que ver todo esto con Airbnb o Uber, los estandartes de la economía colaborativa. Silicon Valley tiene sus propios mandamientos. Ocupa un lugar destacado el que dice que internet está creando un mundo mejor al estrechar los lazos de la comunidad global. Que la red derriba barreras y mejora la productividad allí por donde pasa. Todo funciona más rápido, a menor coste y de forma más eficiente si está conectado. La economía colaborativa o de plataformas es, para quienes predican el credo de la Meca de los emprendedores, uno de los ejemplos que demuestran el poder transformador de internet. Se dice de ella que literalmente dota de una nueva utilidad a activos desaprovechados: Airbnb ha ayudado a que los propietarios saquen una mayor rentabilidad de sus inmuebles; servicios como Blablacar permiten que varias personas compartan los gastos de sus viajes; el crowdfunding y las fintech han demostrado que el ahorro de los particulares puede financiar proyectos que la banca tradicional quizá desdeñaría por arriesgados y a un coste considerablemente menor. Y un largo etcétera.

El transporte, el alojamiento, la financiación o hasta la educación (véanse los MOOC) no es lo único que intercambian los particulares sirviéndose de la economía colaborativa. Algo tan analógico como el sudor de la frente también es susceptible de mercadearse. Inspirados en los bancos de tiempo, en los que se acuerda realizar una tarea X a cambio de recibir de alguien una tarea Y, en los últimos años han proliferado webs en las que las personas ofrecen sus servicios como fontanero, profesor de inglés, cuidador de mascotas o contable. Aunque aquí el altruismo se cambia por la remuneración.

“En nuestro caso, la gente empezó ofreciendo servicios relacionados con el hogar, como limpieza o reparaciones, y también tareas vinculadas a los eventos, como camarero o maquillaje. Últimamente hemos incluido más apartados: desde clases particulares y cuidado de mayores hasta asistencia a oficinas”, explica Zaloa Urrutikoetxea, consejera delegada de Taskia, uno de los últimos portales de microtareas en llegar al mercado. “Quienes anuncian sus servicios le ponen un precio orientativo, que incluye IVA. A partir de ahí, se abre un chat con el posible cliente en el que se negocian las condiciones”, indica. Aunque las partes tienen margen para acordar los términos, la web impide que el precio bruto por hora sea inferior a los 6 euros.

En otros sitios, como Trabeja.com, todos los precios de quienes ofertan sus servicios deben llevar descuento. “Damos un control total al profesional para que fije sus tarifas, pero le exigimos que haga una pequeña rebaja”, apunta Nitai Anidjar, cofundador del portal. Una de las novedades que ha incorporado recientemente su web es la posibilidad de reservar a los profesionales, como si de un vuelo se tratara. “El usuario dice el día y la hora a la que va a necesitar el servicio, y el profesional tiene seis horas para confirmar que podrá hacer la tarea o rechazar la oferta, en cuyo caso se redirige automáticamente a otro trabajador de la misma zona y características”, ilustra Anidjar.

Los usuarios deberían recibir dos facturas: la extendida por el profesional tras realizar el servicio y la del portal que ha facilitado la transacción (y cobrado una comisión por ello). La única que está garantizada es la segunda: lo que haga quien presta el servicio no es responsabilidad de la plataforma.

“Las plataformas no pueden obligar a las personas a darse de alta como autónomos. Al final, la responsabilidad es de cada usuario”, explica Sara Rodríguez, secretaria general de Sharing España, la asociación empresarial que reúne a las principales empresas vinculadas a la economía colaborativa. Tampoco pueden velar por que se esté emitiendo factura y pagando IVA en cada transacción. “El dilema de las plataformas de microtareas es ver si admiten solo a particulares o también a autónomos”, añade Rodríguez. Si una persona realmente realiza una tarea al mes, no tiene por qué darse de alta; quienes hagan de estos trabajos su modo de vida, en cambio, sí deberían hacerlo. La política de Etece.es, por ejemplo, es comprobar los perfiles uno por uno para ver si están dados de alta como autónomos.

TaskRabbit, el origen del fenómeno

TaskRabbit es a las microtareas lo que Airbnb al alojamiento turístico: el mayor portal de su segmento, aunque no se acerca ni por asomo sus cifras. Empezó como una web cuya misión era hacer que los “vecinos ayudaran a sus vecinos”, pero en cuanto creció (y recibió capital de fondos de inversión) viró hacia una vertiente más comercial. El nuevo claim de la compañía pasó a ser que era un sitio en el que las personas decididas podían ganar un dinerillo extra haciendo tareas que se les diese bien. Si en un principio permitía que las partes acordaran las tarifas, con el tiempo pasó a fijarlas a través de un algoritmo. Hoy está aliada con Amazon, con la que ofrece servicios domésticos.

El economista Ryan Avent, editor de The Economist, se acuerda de la web del conejo en su libro La riqueza de los humanos (Ariel). Tras referirse a que muchos modelos de negocio disruptivos de la revolución digital contratan a cada vez menos obreros poco cualificados, asegura que “otras aplicaciones con alto coeficiente laboral, como TaskRabbit, que permite a los usuarios contratar a personas para realizar pequeñas series de recados, no funcionan porque hagan mucho más productiva a mano de obra no cualificada, sino porque la mano de obra no cualificada abunda y es lo bastante barata como para que resulte económico emplearla en tareas improductivas: como hacer cola, por ejemplo”. Esto último no es un chiste: una de las tareas más solicitadas en TaskRabbit es guardar el turno durante horas para adquirir un iPhone o comprar unas entradas. Siempre hay alguien dispuesto a hacer lo que otros se pueden permitir no hacer.

¿Una nueva categoría de trabajo?

Los detractores de lo que se ha venido a llamar economía colaborativa usan los términos precarización y evasión de impuestos para hablar de los portales de microtareas. El canadiense Tom Slee sostiene en su libro Lo tuyo es mío (Taurus, 2016) que “el segmento de la entrega bajo demanda de la economía colaborativa”, en el que se incluirían servicios como Deliveroo o JustEat, “se ha transformado en una economía subalterna en la que los siervos entregan cosas a los ricos”. También hay quien opina que estas plataformas son un perfecto ejemplo de gig economy, o economía de los pequeños encargos. ¿Por qué contratar a alguien a tiempo concreto si se puede disponer de él o ella en los momentos puntuales en los que se les necesita? Para Carlos Martín, coordinador del gabinete económico Comisiones Obreras, sitios como Click&Task o Etecé no introducen nada nuevo al sistema. “Llegar a un acuerdo de precios ocurre también fuera de estas webs. Y lo mismo pasa con la gente que no se da de alta como autónomo. Las obligaciones sociales y legales son las mismas que antes”, subraya.

Es innegable que los portales de microtareas funcionan como un canal más de promoción de los profesionales. “Nadie está obligado a apuntarse a nuestra web”, espeta Anidjar, de Trabejea. El problema será cómo se regule este nuevo canal. “La posible contratación de personas para tareas muy específicas y por un tiempo muy limitado bajo la máscara de la economía colaborativa implica desde luego el posible aumento de la precarización en ciertos segmentos del mercado de trabajo”, opina Manuel Alejandro Hidalgo, profesor de Economía en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. “La posición del Estado no debe ser impedirlo, sino ajustarlo, buscar el modo de defender el derecho del trabajador frente a posibles prácticas abusivas”. ¿Cabe pensar que las empresas acaben recurriendo a estos portales para subcontratar servicios de oficina? “Ocurrirá, sin duda. La cuestión será analizar en qué condiciones”, espeta Hidalgo.

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